domingo, 9 de marzo de 2014

La trampa para monos

    1) Cazando monos
Cazar un mono no es cosa sencilla. Estos peludos animales son famosos por su curiosidad y espíritu juguetón, lo cual los lleva muchas veces a aproximarse a los humanos. Pero es de sobra conocido que también son desconfiados, astutos, ágiles y no escatiman hostilidad si se sienten amenazados. Por eso reza un dicho africano: "hace falta mucha paciencia para cazar un mono".

Sin embargo en algunas regiones del mundo han diseñado un método bastante efectivo para resolver este desafío. En algunas islas del Pacífico emplean un coco para fabricar una trampa, mientras que los bosquimanos de África horadan la superficie de los termiteros para atrapar al mono. Ambos sistemas se basan en un mismo principio, que queda ilustrado en el siguiente video:




La idea es sencilla. El cazador de monos introduce algún tipo de alimento apetecible para el bicho (nueces, arroz, un plátano...) en un recipiente u orificio lo suficientemente amplio como para que el animal vea que ahí se esconde algo apetitoso y pueda introducir la zarpa. Sin embargo, el tamaño de dicho orificio es tal que, cuando el mono hace presa y cierra el puño, no puede extraer la zarpa con el puño cerrado. Lo interesante aquí es que el mono tampoco parece ser capaz a renunciar a aquello que le va a condenar cuando, con total tranquilidad, el cazador se aproxime al frustrado animal y se haga finalmente con él.

Desde el punto de vista humano la trampa es ingeniosa, pero para nosotros no plantearía un gran problema. Los humanos rápidamente captamos el mecanismo de la trampa y su obvia solución: soltar el alimento, al que a partir de ahora llamaremos "plátano". ¿Pero es cierto que siempre empleamos la estrategia adecuada o a veces tenemos problemas para renunciar al plátano?

    2) Soltando el plátano
Una de las principales diferencias entre los monos y nosotros es que nuestra especie ha desarrollado una mente relativamente capaz de viajar en el tiempo. Viajamos al pasado (memoria mediante) a fin de evocar situaciones en las que nos hemos desenvuelto con más o menos éxito, de tal forma que esa experiencia nos sirve para guiar la conducta en el presente. Viajamos al futuro simulando realidades posibles, previendo situaciones que podrían darse si hiciéramos esto o aquello. Somos incluso capaces de proyectar nuestra propia mente en el futuro, anticipando cómo nos sentiríamos nosotros (o los demás) en caso de que actuemos de tal forma y los acontecimientos se desarrollen en una u otra dirección. Los más sensibles pueden incluso despertar parte de las emociones vinculadas a algo que sólo ha sucedido en nuestra cabeza. Este tipo de "viaje en el tiempo" es la esencia de la conducta planificada, y tiene su asiento neurobiológico en circuitos ubicados principalmente en la corteza prefrontal de nuestro cerebro.

Corteza Prefrontal (en rojo). Vía Antroporama.Net
Sin embargo, a pesar de lo bien que suena todo este aparataje y de que ciertamente ha supuesto la diferencia frente al resto de especies animales, esta habilidad de planificación tiene sus limitaciones. Al tratarse de los circuitos más recientes desde el punto de vista evolutivo resulta que son también los más precarios y sensibles, alterándose mucho antes de que comiencen a fallar funciones más básicas. Además, dichos circuitos dependen en gran medida de señales emocionales que pueden ser fácilmente distorsionadas en función de circunstancias tan variables como aprendizajes previos, nivel de estrés en un momento dado, tipo e intensidad del estímulo, etcétera. Esta intervención de las emociones en los procesos de planificación nos hace ágiles a la hora de tomar decisiones inmediatas relacionadas con funciones básicas de nutrición, relación, alimentación... pero resulta problemática cuando debemos analizar friamente y a largo plazo escenarios complejos como aquellos en los que nos desenvolvemos hoy en día.

Aquí observamos cómo el estrés no favorece la planificación a medio plazo. 

Es interesante recordar que uno de los signos de daño en las regiones frontales del cerebro, presente en algunos tipos de demencia, consiste en la aparición indiscriminada del reflejo de prensión. Eso quiere decir que uno no puede dejar de agarrar lo que tenga entre manos. Cuando los médicos sospechamos daño cerebral en la región frontal recurrimos (entre otras) a la siguiente prueba: se le pide al paciente que extienda sus manos abiertas frente a nosotros. Se le da la siguiente instrucción: "no agarre mis manos", e inmediatamente el examinador posa sus manos sobre las palmas abiertas del examinado, estimulándolas. Las personas que sufren algún grado de deterioro frontal automaticamente tienden a cerrar las manos, contraviniendo la orden dada. Si no se trata de una broma (y la gente no suele bromear en el neurólogo o el psiquiatra) lo más común es que nos encontremos ante la liberación de un reflejo básico, reflejo que sólo podemos inhibir si nuestra corteza frontal se encuentra adecuadamente conservada.

Es por esto que los monos no son capaces de soltar el plátano. Sus mecanismos de supervivencia, en comparación con los nuestros, están demasiado orientados al corto plazo. Al no poseer circuitos prefrontales no son capaces de evaluar de forma global lo que está pasando, ni simular el escenario alternativo en que sueltan el plátano y recobran su libertad.

Pero la incapacidad para soltar el plátano no sólo aparece cuando carecemos de corteza prefrontal o cuando ésta se ha dañado como consecuencia de accidentes cerebrovasculares, consumo de alcohol, de cocaína... Como hemos dicho, las emociones juegan un papel fundamental , induciendo conductas rápidas dirigidas a la supervivencia. O lo que es lo mismo, estimulando decisiones basadas en el beneficio a corto plazo.

    3) El papel del síntoma
 Los psicoanalistas siempre señalaron que cualquier síntoma mental tiene dos caras. Por un lado el síntoma genera malestar, sufrimiento. Esto es insultantemente evidente, y el paciente lo hace visible a través de la queja. Por otro lado el síntoma puede tender a mantenerse en el tiempo, lo cual ya es más complicado de entender. Si el síntoma perdura, postulaban, debe ser porque cumple algún tipo de función o aporta algo beneficioso a quien lo presenta, aunque dicho beneficio casi nunca quede claro a primera vista.

El síntoma, de alguna manera, funciona como la trampa para monos. Según los ejemplos que empleemos esto será más o menos fácil de mostrar. Imaginemos una persona que desarrolla una intensa fobia a los ascensores tras quedar un dia encerrada en uno de ellos. Si esta persona, pasados unos meses, sigue presentando tanta ansiedad que no puede ni acercarse a la puerta de un ascensor, dicha ansiedad estará generando malestar subjetivo (además de la molestia de tener que usar diariamente las escaleras). Sin embargo, cada vez que la ansiedad se active, la persona se alejará de algo todavía peor: la escena temida de encontrarse de nuevo dentro del ascensor. Cada vez que la ansiedad le aparte de un ascensor, este síntoma habrá tenido un efecto parcialmente satisfactorio. Por ello tenderá a mantenerse hasta que surja el firme convencimiento (y paso al acto) de que vale la pena renunciar a esa satisfacción para, entre otras cosas, recuperar el pequeño espacio de libertad que el miedo le arrebató.

El ejemplo de la fobia a los ascensores es muy simple, casi una caricatura. Pero su esencia encuentra resonancia en múltiples situaciones de nuestra vida diaria, no siendo raro que la trampa para monos aparezca en nuestras consultas: un malestar nos atrapa, nos hace la vida imposible, nos pone incluso en peligro, pero algo dificulta enormemente su desaparición. El malestar, el síntoma, lleva consigo una parte a la que nos cuesta renunciar, generalmente sin saber exactamente por qué.

Ocurre en las adicciones, donde quizás una recaída postponga la siempre difícil reincorporación a un trabajo hostil. Ocurre en las dinámicas familiares enrarecidas, en las que uno de los miembros tiende a convertirse en un "problema" cuando la unidad familiar amenaza con disolverse. Tiene lugar cuando racionalizamos excesivamente una situación, evitando que entremos en verdadero contacto con emociones demasiado dolorosas, de las que sólo podemos sentir en silencio. Nos atrapa cuando comprobamos algo obsesivamente a fin de calmar nuestras dudas, aunque surjan de nuevo al rato. La mente, siempre trabajando entre bambalinas, busca la manera de mantenernos a salvo. Para ello puede utilizar como material el síntoma, construyendo con él una inesperada barricada.

Esto no quiere decir que los síntomas se provoquen, o que se mantengan voluntariamente. Cuando, como a veces pasa, los familiares o amigos de un paciente afirman en tono de reproche "parece que te guste estar mal", ocurre que están captando de forma intuitiva la esencia de la trampa para monos, es decir, una resistencia que tiene que ver con alguna función oculta que el síntoma está desempeñando y a la que no es fácil renunciar. Ante estas acusaciones el paciente tiende a reaccionar airadamente, y no es para menos. Es erróneo atribuirle al síntoma una intencionalidad. Por lo general uno no es consciente de la trampa en la que se coloca, ya que ésta no da la cara a través de la palabra ni sería aceptable desde un punto de vista racional. ¿Quién querría estar mal? Pero, bien examinado, no será difícil de detectar que el beneficio del síntoma probablemente nos esté atrapando a través de emociones tan comprensibles como el miedo, el alivio, o la satisfacción de ocupar un lugar central.

Copyright, Fox Searchlight Pictures. 2006.

Ciertamente no es fácil soltar el plátano. Principalmente porque, en medio del malestar y del sufrimiento, ni siquiera somos conscientes de que lo tenemos bien agarrado. Hacer esto visible es gran parte del objetivo de la terapia. Pero luego ha de llegar lo más importante. Hacer algo diferente, soltar el plátano es lanzarse al vacío de una segura incomodidad. Habrá que apoyarse en todos los recursos que tengamos a mano y recordarnos día tras día que esta decisión es la única que tiene sentido a largo plazo. Porque, en cierto sentido, nunca hemos dejado de ser monos: para nosotros las emociones tienen una enorme fuerza, pero las patas bien cortas. Apenas pueden seguir a la mente en sus viajes al futuro, por lo que siempre colorearán más aquello que se nos presente como inmediato y tangible, por mucho que a la larga sea perjudicial. Ser consciente de esto es el primer paso hacia cualquier cambio real. 



6 comentarios:

  1. Absolutamente interesante. Espantoso, quiero agregar, que utilizamos nuestras capacidades para la destrucción y la crueldad. Pero el artículo me ha sorprendido.

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  2. Muchas gracias por tu comentario y tu visita a nuestro blog :). A veces tristemente es como comentas, y nuestras capacidades pueden volverse en nuestra contra como reflejamos en el texto. Esperamos poder seguir aportando relatos interesantes.

    ¡Un saludo!

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  3. Me encantó el artículo. Me hizo reflexionar en cuanto si hay alguna banana en mi vida que me impida alejarme de lo que me daña.

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    1. Nos alegra mucho que te haya gustado y, especialmente, que te haya hecho reflexionar. ¡Un saludo!

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  4. Actualmente, conozco a una persona, que está atrapada en la trampa de monos.

    Quisiera saber, como puedo ayudarla a que suelte el plátano. No se como abordar el tema, diciendo que tiene que recibir ayuda profesional, o simplemente que hacer para que se de cuenta de donde está. No se como abordar el tema, créanme cuando les digo que me está superando. Muchas gracias, espero sus comentarios.

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    1. La pregunta que planteas es muy importante, ya que el sufrimiento no se limita a la situación de la persona que está atascada. Muchas veces el entorno sufre en igual medida al ver a la persona querida inmersa en una situación destructiva sin que lleguen a producirse cambios reales.
      Nos resultaría difícil dar con la tecla adecuada sin conocer a esta persona, pero lo que nos gustaría transmitir con la foto que cierra esta entrada es una actitud: acompañamiento.
      Si esa persona está sufriendo, y nosotros por ella, nunca está de más que podamos transmitirlo con serenidad, no tanto algo que pueda sonar a juicio "te estás destruyendo", sino cómo nos sentimos por la situación, lo cual no deja de ser incontestable. "Me apena mucho verte en esta situación. O "me siento impotente al ver lo que te ocurre", puede ser una buena forma de empezar a hablar. Interesarse genuinamente por cómo se siente esa persona en ese momento y quizás animar a que se abra: "me preguntaba cómo te encuentras, me da la sensación de que te noto más precupad@". A veces se trata de tener paciencia. Ser capaces de esperar, tras haber mandado señales respetuosas de que estaremos ahí, hasta que llegue el momento en que sienta que necesita ayuda. En esos casos se puede proponer, "¿por qué no hablamos con una persona neutral, desde fuera, para que nos de su opinión y nos diga si te puede ayudar de alguna manera?". No es fácil, pero si se persiste con la actitud adecuada es posible que empiece a soltar poco a poco la mano que agarra ese plátano con tanta fuerza. Esperamos haber sido de ayuda. Un saludo.

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