Hace
tiempo que queríamos escribir un post dedicado a los Trastornos
de conducta alimentaria, ya que en forma de anorexia, bulimia,
trastorno por atracones o formas mixtas... constituyen un elevado
porcentaje de las consultas en salud mental, y su cronificación
supone un grave problema de salud física y psíquica que
con frecuencia acaba incluso con la muerte de estos pacientes.
Se
trata de un problema de salud que en las últimas décadas
ha experimentado un más que notable ascenso, llegando en los
últimos años hasta cifras de prevalencia de entre el
4,1 y el 6,41% (datos de la Guía de Práctica
Clínica del Servicio Nacional de Salud). Afecta sobre todo a
mujeres, debutando en la franja de edad de los 12 a los 21 años,
y siendo la tradicional relación entre sexos de 10:1
(mujeres/varones), aunque con un incrementeo cada vez más
notable de casos entre los adolescentes y adultos jóvenes
varones.
Es
frecuente escuchar continuas alusiones al estilo de vida
occidental, el indivudialismo que nos asola, la
idealización y deificación de la imagen, los
potentes intereses económicos de la industria cosmética...
Hay quienes dicen que los trastornos de la conducta alimentaria son
un producto de nuestro modo de vida, y que no se encuentran apenas en
sociedades donde la escasez y el hambre son una constante. ¿Son
entonces producto de nuestra sociedad consumista?
Las
primeras descripciones de estos trastornos aparecieron en el siglo
XIX. Lasègue y Charcot pensaban que la anorexia era una
modalidad de histeria. El psicoanálisis freudiano consideraba
este trastorno como una regresión a la infancia en personas
que niegan su rol femenino. Janet lo plantea más como una
obsesión morbosa hacia el cuerpo. López Ibor lo
considera una forma de depresión, y algunos autores han visto
estas enfermedades como modalidades de trastornos psicóticos
planteando tratamientos que van más en la línea de
dichas afecciones.
Lo
que vemos en nuestras consultas:
Nuevamente la parte lógica de nuestra mente, y nuestra
tendencia analítica en el modelo causa-consecuencia están
condenadas al fracaso en este tipo de trastornos. Algo parecido a
lo que sucede en la comprensión
de las Adicciones, de las que hablábamos largo y tendido.
Uno esperaría encontrarse pacientes casi delirantes, o sin el
casi. Podemos explicarles mil veces sin resultado que si no comen las
posibilidades de dañar su riñón, aparato
digestivo, corazón, piel, cerebro... todo su cuerpo en
definitiva son elevadísimas. Y lo mismo para las pacientes
cuyo problema está en un círculo vicioso sin fin entre
el vómito u otras conductas de purga y el atracón.
La mayoría de los pacientes son chicas o chicos
sorprendentemente lúcidos e inteligentes. No es raro que
los padres, desesperados, nos repitan varias veces: “si es
listísima, saca excelentes notas, no vea usted cómo hablan de
ella sus profesores y compañeros, entonces ¿por qúe
hace esto?”.
Mismos síntomas en pacientes que por otro lado constituyen
un grupo muy heterogéneo entre sí. Tras esa
amalgama de síntomas los que nos dedicamos al tratamiento de
estos trastornos intuímos que hay mucho ahí debajo,
como lo han descrito algunos (Gordon, 1994): “los trastornos alimentarios son
una percha donde se cuelgan malestares diversos”.
En su excepcional libro titulado “Mito, narrativa y trastornos
de la conducta alimentaria”, Paco Traver nos cuenta cómo
evolucionó su acercamiento al tratamiento de estos trastornos,
desde la ignorancia y falta de experiencia inicial hasta sus
conclusiones basadas en la observación de tantos y tan
diferentes casos.
Los cambios sociales, las nuevas formas de organización
familiar y social por supuesto contribuyen a que la adolescencia,
etapa difícil por definición, tenga que lidiar con
nuevas dificultades y quizá menos apoyos para esa complicada
transición a lo que será la vida adulta. Es en esa
etapa donde los chicos y chicas ponen en juego su temperamento
(nuestra parte más biológica, heredada) y carácter
(parte de la personalidad adquirida con el ambiente, experiencias y
aprendizaje). Y aquí no todos salen airosos.
Como dice Traver: “Cada persona parece actuar de un
modo idiosincrásico siguiendo ciertas guías culturales
para la expresión del sufrimiento, sólo
existe un modo finito de posibilidades de sentir, sufrir, amar o ser,
y todas ellas se encuentran en la cultura. Las enfermedades siguen
guías de expresión legitimadas por la cultura en que se
contextualizan, las enfermedades, sobre todo las enfermedades
mentales, siguen patrones culturales”. Este
aspecto explica en parte el aumento masivo de estos trastornos, ya
que los seres humanos crecemos y aprendemos imitando conductas. Igual
que en la Edad Media era legítimo y creíble encontrarse
poseída por el diablo, ahora lo es tener un trastorno de
conducta alimentaria.
Es cierto que entre tanta heterogeneidad, existen rasgos comunes
en los pacientes afectados por estos trastornos. Algunos de ellos
serían:
- Tendencia a la obsesividad y rigidez mental en los pacientes con anorexia
- Frecuente impulsividad en los casos de bulimia
- Elevada autoexigencia y perfeccionismo
- A veces encontramos también en estos pacientes patologías añadidas como trastornos de la personalidad o trastornos adictivos.
- Está descrito que en algunos pacientes hay historia previa de trauma psíquico o abusos sexuales. La experiencia clínica indica que para nada es la norma, a veces las propias dificultades normales de la transición de etapa vital, y causas universales de sufrimiento humano son el desencadenante de la aparición de estos problemas.
Existe hoy en día una notable alarma social por estos
trastornos, y no es para menos. Sus consecuencias potencialmente
letales han sido recogidas por los medios de comunicación
en espectaculares casos de muerte por inanición, muchas veces
en reconocidas personas del mundo de la moda.
Las personas con un trastorno alimentario en general se sienten
muy incomprendidas, ya que no es extraño que se les tilde
de personas caprichosas y masoquistas. Pero la solución a sus
problemas, sean lo que sea que perciben ellos no va a estar en el
“come y calla”. Cuando el trastorno se instaura, la narrativa del problema se ha afianzado en la mente del paciente, y suele ser perfectamente entendible y trabajable en psicoterapia. Si el trastorno evoluciona y se cronifica en
el tiempo, asistimos en muchas ocasiones a lo que podría
llamarse un modo de vida y una identidad de la persona cuyo eje
central es la conducta alimentaria. Además, las
alteraciones físicas y metabólicas pueden llevar a
lesiones irreversibles en órganos vitales, y terminar afectando seriamente funciones mentales como la atención, memoria, planificación, etc. Y en ese punto,
incluso el mejor psicoterapeuta que podamos imaginar lo va a tener
muy complicado. Como siempre decimos, y en estos casos por supuesto,
la prevención salva vidas, no nos quedemos con la duda de lo
que puede estar pasando.
Los trastornos alimenticios son complicadísimos.
ResponderEliminar¡Excelente post!
Muchas gracias por pasarte por aquí y por tu comentario. Efectivamente, es complicadísimo, y mucho todavía por aprender, pero muchas veces es lo estimulante de nuestra profesión. ¡Un abrazo!
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