1) Cazando monos
Cazar un mono no es cosa sencilla. Estos peludos animales son
famosos por su curiosidad y espíritu juguetón, lo cual los lleva
muchas veces a aproximarse a los humanos. Pero es de sobra conocido
que también son desconfiados, astutos, ágiles y no escatiman
hostilidad si se sienten amenazados. Por eso reza un dicho africano:
"hace falta mucha paciencia para cazar un mono".
Sin embargo en algunas regiones del mundo han diseñado un método
bastante efectivo para resolver este desafío. En algunas islas
del Pacífico emplean un coco para fabricar una trampa, mientras que
los bosquimanos de África horadan la superficie de los termiteros
para atrapar al mono. Ambos sistemas se basan en un mismo principio,
que queda ilustrado en el siguiente video:
La idea es sencilla. El cazador de monos introduce algún tipo
de alimento apetecible para el bicho (nueces, arroz, un plátano...)
en un recipiente u orificio lo suficientemente amplio como para que
el animal vea que ahí se esconde algo apetitoso y pueda introducir
la zarpa. Sin embargo, el tamaño de dicho orificio es tal que,
cuando el mono hace presa y cierra el puño, no puede extraer la
zarpa con el puño cerrado. Lo interesante aquí es que el mono
tampoco parece ser capaz a renunciar a aquello que le va a condenar
cuando, con total tranquilidad, el cazador se aproxime al frustrado
animal y se haga finalmente con él.
Desde el punto de vista humano la trampa es ingeniosa, pero para
nosotros no plantearía un gran problema. Los humanos rápidamente
captamos el mecanismo de la trampa y su obvia solución: soltar el
alimento, al que a partir de ahora llamaremos "plátano".
¿Pero es cierto que siempre empleamos la estrategia adecuada o a
veces tenemos problemas para renunciar al plátano?
2)
Soltando el plátano
Una de las principales diferencias entre los monos y nosotros es que
nuestra especie ha desarrollado una mente relativamente capaz de
viajar en el tiempo. Viajamos al pasado (memoria mediante)
a fin de evocar situaciones en las que nos hemos desenvuelto con más o
menos éxito, de tal forma que esa experiencia nos sirve para guiar
la conducta en el presente. Viajamos al futuro simulando
realidades posibles, previendo situaciones que podrían darse si
hiciéramos esto o aquello. Somos incluso capaces de proyectar
nuestra propia mente en el futuro, anticipando cómo nos sentiríamos
nosotros (o los demás) en caso de que actuemos de tal forma y los
acontecimientos se desarrollen en una u otra dirección. Los más
sensibles pueden incluso despertar parte de las emociones vinculadas
a algo que sólo ha sucedido en nuestra cabeza. Este tipo de "viaje
en el tiempo" es la esencia de la conducta planificada, y
tiene su asiento neurobiológico en circuitos ubicados principalmente
en la corteza prefrontal de nuestro cerebro.
Corteza Prefrontal (en rojo). Vía Antroporama.Net |
Sin embargo, a pesar de lo bien que suena todo este aparataje y de
que ciertamente ha supuesto la diferencia frente al resto de especies
animales, esta habilidad de planificación tiene sus limitaciones.
Al tratarse de los circuitos más recientes desde el punto de vista
evolutivo resulta que son también los más precarios y sensibles,
alterándose mucho antes de que comiencen a fallar funciones más
básicas. Además, dichos circuitos dependen en gran medida de
señales emocionales que pueden ser fácilmente distorsionadas
en función de circunstancias tan variables como aprendizajes
previos, nivel de estrés en un momento dado, tipo e intensidad del
estímulo, etcétera. Esta intervención de las emociones en los
procesos de planificación nos hace ágiles a la hora de tomar
decisiones inmediatas relacionadas con funciones básicas de
nutrición, relación, alimentación... pero resulta problemática
cuando debemos analizar friamente y a largo plazo escenarios
complejos como aquellos en los que nos desenvolvemos hoy en día.
Aquí observamos cómo el estrés no favorece la planificación a medio plazo.
Es interesante recordar que uno de los signos de daño en las
regiones frontales del cerebro, presente en algunos tipos de
demencia, consiste en la aparición indiscriminada del reflejo de
prensión. Eso quiere decir que uno no puede dejar de agarrar lo
que tenga entre manos. Cuando los médicos sospechamos daño cerebral
en la región frontal recurrimos (entre otras) a la siguiente prueba:
se le pide al paciente que extienda sus manos abiertas frente a
nosotros. Se le da la siguiente instrucción: "no agarre mis
manos", e inmediatamente el examinador posa sus manos sobre
las palmas abiertas del examinado, estimulándolas. Las personas
que sufren algún grado de deterioro frontal automaticamente tienden
a cerrar las manos, contraviniendo la orden dada. Si no se trata
de una broma (y la gente no suele bromear en el neurólogo o el
psiquiatra) lo más común es que nos encontremos ante la liberación
de un reflejo básico, reflejo que sólo podemos inhibir si nuestra
corteza frontal se encuentra adecuadamente conservada.
Es por esto que los monos no son capaces de soltar el plátano. Sus
mecanismos de supervivencia, en comparación con los nuestros, están
demasiado orientados al corto plazo. Al no poseer circuitos
prefrontales no son capaces de evaluar de forma global lo que está
pasando, ni simular el escenario alternativo en que sueltan el
plátano y recobran su libertad.
Pero la incapacidad para soltar el plátano no sólo aparece
cuando carecemos de corteza prefrontal o cuando ésta se ha
dañado como consecuencia de accidentes cerebrovasculares, consumo de
alcohol, de cocaína... Como hemos dicho, las emociones juegan un
papel fundamental , induciendo conductas rápidas dirigidas a la
supervivencia. O lo que es lo mismo, estimulando decisiones basadas
en el beneficio a corto plazo.
3)
El papel del síntoma
Los psicoanalistas siempre señalaron que cualquier síntoma mental tiene
dos caras. Por un lado el síntoma genera malestar, sufrimiento.
Esto es insultantemente evidente, y el paciente lo hace visible a
través de la queja. Por otro lado el síntoma puede tender a
mantenerse en el tiempo, lo cual ya es más complicado de entender.
Si el síntoma perdura, postulaban, debe ser porque cumple algún
tipo de función o aporta algo beneficioso a quien lo presenta,
aunque dicho beneficio casi nunca quede claro a primera vista.
El síntoma, de alguna manera, funciona como la trampa para monos. Según los ejemplos que empleemos esto será más o menos fácil de
mostrar. Imaginemos una persona que desarrolla una intensa fobia a
los ascensores tras quedar un dia encerrada en uno de ellos. Si esta
persona, pasados unos meses, sigue presentando tanta ansiedad que no
puede ni acercarse a la puerta de un ascensor, dicha ansiedad estará
generando malestar subjetivo (además de la molestia de tener que
usar diariamente las escaleras). Sin embargo, cada vez que la
ansiedad se active, la persona se alejará de algo todavía peor: la
escena temida de encontrarse de nuevo dentro del ascensor. Cada vez
que la ansiedad le aparte de un ascensor, este síntoma habrá tenido
un efecto parcialmente satisfactorio. Por ello tenderá a mantenerse
hasta que surja el firme convencimiento (y paso al acto) de que vale
la pena renunciar a esa satisfacción para, entre otras cosas,
recuperar el pequeño espacio de libertad que el miedo le arrebató.
El ejemplo de la fobia a los ascensores es muy simple, casi una
caricatura. Pero su esencia encuentra resonancia en múltiples
situaciones de nuestra vida diaria, no siendo raro que la trampa
para monos aparezca en nuestras consultas: un malestar nos
atrapa, nos hace la vida imposible, nos pone incluso en peligro, pero
algo dificulta enormemente su desaparición. El malestar, el
síntoma, lleva consigo una parte a la que nos cuesta renunciar,
generalmente sin saber exactamente por qué.
Ocurre en las adicciones, donde quizás una recaída postponga la
siempre difícil reincorporación a un trabajo hostil. Ocurre en las
dinámicas familiares enrarecidas, en las que uno de los miembros
tiende a convertirse en un "problema" cuando la unidad
familiar amenaza con disolverse. Tiene lugar cuando racionalizamos
excesivamente una situación, evitando que entremos en verdadero
contacto con emociones demasiado dolorosas, de las que sólo podemos
sentir en silencio. Nos atrapa cuando comprobamos algo obsesivamente
a fin de calmar nuestras dudas, aunque surjan de nuevo al rato. La
mente, siempre trabajando entre bambalinas, busca la manera de
mantenernos a salvo. Para ello puede utilizar como material el
síntoma, construyendo con él una inesperada barricada.
Esto no quiere decir que los síntomas se provoquen, o que se
mantengan voluntariamente. Cuando, como a veces pasa, los
familiares o amigos de un paciente afirman en tono de reproche
"parece que te guste estar mal", ocurre que están
captando de forma intuitiva la esencia de la trampa para monos, es
decir, una resistencia que tiene que ver con alguna función oculta
que el síntoma está desempeñando y a la que no es fácil
renunciar. Ante estas acusaciones el paciente tiende a reaccionar
airadamente, y no es para menos. Es erróneo atribuirle al síntoma
una intencionalidad. Por lo general uno no es consciente de la trampa
en la que se coloca, ya que ésta no da la cara a través de la
palabra ni sería aceptable desde un punto de vista racional. ¿Quién
querría estar mal? Pero, bien examinado, no será difícil de
detectar que el beneficio del síntoma probablemente nos esté
atrapando a través de emociones tan comprensibles como el miedo, el
alivio, o la satisfacción de ocupar un lugar central.
Copyright, Fox Searchlight Pictures. 2006. |
Ciertamente no es fácil soltar el plátano. Principalmente
porque, en medio del malestar y del sufrimiento, ni siquiera somos
conscientes de que lo tenemos bien agarrado. Hacer esto visible
es gran parte del objetivo de la terapia. Pero luego ha de llegar lo
más importante. Hacer algo diferente, soltar el plátano es
lanzarse al vacío de una segura incomodidad. Habrá que apoyarse
en todos los recursos que tengamos a mano y recordarnos día tras día
que esta decisión es la única que tiene sentido a largo plazo.
Porque, en cierto sentido, nunca hemos dejado de ser monos: para
nosotros las emociones tienen una enorme fuerza, pero las patas bien
cortas. Apenas pueden seguir a la mente en sus viajes al futuro, por
lo que siempre colorearán más aquello que se nos presente como
inmediato y tangible, por mucho que a la larga sea perjudicial. Ser consciente de esto es el primer paso hacia cualquier cambio real.
Absolutamente interesante. Espantoso, quiero agregar, que utilizamos nuestras capacidades para la destrucción y la crueldad. Pero el artículo me ha sorprendido.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y tu visita a nuestro blog :). A veces tristemente es como comentas, y nuestras capacidades pueden volverse en nuestra contra como reflejamos en el texto. Esperamos poder seguir aportando relatos interesantes.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Me encantó el artículo. Me hizo reflexionar en cuanto si hay alguna banana en mi vida que me impida alejarme de lo que me daña.
ResponderEliminarNos alegra mucho que te haya gustado y, especialmente, que te haya hecho reflexionar. ¡Un saludo!
EliminarActualmente, conozco a una persona, que está atrapada en la trampa de monos.
ResponderEliminarQuisiera saber, como puedo ayudarla a que suelte el plátano. No se como abordar el tema, diciendo que tiene que recibir ayuda profesional, o simplemente que hacer para que se de cuenta de donde está. No se como abordar el tema, créanme cuando les digo que me está superando. Muchas gracias, espero sus comentarios.
La pregunta que planteas es muy importante, ya que el sufrimiento no se limita a la situación de la persona que está atascada. Muchas veces el entorno sufre en igual medida al ver a la persona querida inmersa en una situación destructiva sin que lleguen a producirse cambios reales.
EliminarNos resultaría difícil dar con la tecla adecuada sin conocer a esta persona, pero lo que nos gustaría transmitir con la foto que cierra esta entrada es una actitud: acompañamiento.
Si esa persona está sufriendo, y nosotros por ella, nunca está de más que podamos transmitirlo con serenidad, no tanto algo que pueda sonar a juicio "te estás destruyendo", sino cómo nos sentimos por la situación, lo cual no deja de ser incontestable. "Me apena mucho verte en esta situación. O "me siento impotente al ver lo que te ocurre", puede ser una buena forma de empezar a hablar. Interesarse genuinamente por cómo se siente esa persona en ese momento y quizás animar a que se abra: "me preguntaba cómo te encuentras, me da la sensación de que te noto más precupad@". A veces se trata de tener paciencia. Ser capaces de esperar, tras haber mandado señales respetuosas de que estaremos ahí, hasta que llegue el momento en que sienta que necesita ayuda. En esos casos se puede proponer, "¿por qué no hablamos con una persona neutral, desde fuera, para que nos de su opinión y nos diga si te puede ayudar de alguna manera?". No es fácil, pero si se persiste con la actitud adecuada es posible que empiece a soltar poco a poco la mano que agarra ese plátano con tanta fuerza. Esperamos haber sido de ayuda. Un saludo.