Una
de las preguntas que suele hacerse quien se plantea acudir al
psiquiatra por primera vez es: ¿me hará tomar medicación?.
Desde
que los psicofármacos modernos entraron en el arsenal médico, hace
ya más de 60 años, su popularidad no ha dejado de aumentar, para
bien o para mal. Como con cualquier tema que se hace de dominio
público, a su alrededor han ido creciendo múltiples posturas,
algunas de ellas extremas y generadoras de confusión. No obstante,
siempre que nos enfrentamos a algo nuevo, es lógico que tengamos
nuestras reservas, y más si hablamos de cuidar nuestra salud.
Las
preguntas que con más frecuencia escuchamos en consulta sobre la
medicación son:
·
¿Será adictiva? ¿Tendré que tomarla de por vida?
· ¿Tendrá efectos
adversos molestos? ¿Me puede perjudicar?
|
Todas
ellas son pertinentes, y es importante que queden aclaradas antes de
iniciar un tratamiento. Pero la que suele rondar la cabeza del
paciente sin que llegue muchas veces a ponerse en palabras es la que
abre esta entrada: ¿y si no quiero tomar medicación, qué pasa?.
La
medicina ha cambiado mucho. Antes el médico era una figura
indiscutida cuyas indicaciones no dejaban lugar a dudas. O sea
aceptaban o adiós muy buenas. Hoy, quien acude al médico, se
encuentra con un profesional especializado que trabaja más bien como
un técnico, proponiendo alternativas, informando y consensuando con
el paciente los pasos a seguir. El médico excelente es aquel que,
además de ser buen técnico, tiene la humanidad suficiente como para
intuir cuáles son las necesidades de cada paciente, adaptándose a
ellas, y no al revés.
¿Qué
postura adopta hoy el psiquiatra ante la toma de medicación?
En
primer lugar hay que aclarar que, hoy en día, la medicación
no es la única herramienta del psiquiatra. Y en nuestra opinión no siempre debería ser
la primera opción. Para la mayoría de trastornos que llegan
a la consulta (cuadros depresivos, ansiedad, adicciones, trastornos
de la personalidad...) la base del tratamiento es la psicoterapia,
siendo la medicación un complemento muy valioso, pero no
imprescindible. Si se dispone de un tiempo razonable es recomendable iniciar una evaluación del caso acompañada de un tratamiento
psicológico. Siempre habrá tiempo de plantear la posibilidad de
potenciarlo con medicación en el caso de que no se diera mejoría en
el plazo de unos pocos meses.
En
segundo lugar, tanto si es el paciente quien solicita tomar
medicación, como si manifiesta sus dudas al respecto, es
imprescindible analizar los motivos de cada caso. Para esto no valen
fórmulas universales. Partimos de la base de que no tomar
fármacos es una postura personal perfectamente respetable, siempre y
cuando se ejerza libremente, y no se base en emociones perjudiciales
y evitables (el miedo a lo desconocido, la desesperanza en una
depresión), no se deba a la desinformación o no obedezca a un
alejamiento puntual de la realidad.
Es
labor del médico asegurarse de que la postura del paciente está
libre de estas 3 cadenas: (emoción, desinformación,
anosognosia).
Sería negligente no operar a alguien que, necesitando una
intervención urgente, estuviera demasiado asustado por la anestesia
general y se negase a entrar en el quirófano. El cirujano tiene la
obligación de detectar y calmar esos miedos. Con la medicación
ocurre lo mismo.
Una
persona adulta, informada acerca de los posibles riesgos y beneficios
de no tomar medicación, puede perfectamente prescindir de ella.
Ejerce su autonomía como paciente de la misma forma que cuando
accede a tomarla. Por ello es importantísimo que se cree en
consulta un clima de confianza que permita plantear este tema con
sinceridad. Cuando esto no se consigue, casi siempre es culpa del
médico, que quizás no haya dedicado suficiente tiempo a examinar
las reticencias, a resolver dudas y explorar miedos.
Ilustrac: Brian Stauffer. |
A veces cargamos a la pastilla con unas emociones que no le
corresponden, que no vienen con ella. Unas veces le endosamos
nuestra desconfianza hacia los demás. Otras, nuestros miedos e
inseguridades. En muchas ocasiones cargamos los medicamentos con las
exageradas esperanzas de un mágico remedio, indoloro y definitivo.
Pero la medicación es sólo una herramienta, neutral, cuyo
significado debe consensuarse entre médico y paciente.
No
es raro que en ocasiones se desaconseje empezar este tipo de
tratamientos. Hay muchos dolores en la vida que no sólo no requieren
medicación, sino que su prescripción únicamente conseguiría
distorsionar experiencias que son parte del desarrollo personal, como
sufrir la pérdida de un ser querido. El médico prudente sabe que
una pastilla en esa situación hace un flaco favor al paciente, si
acaso calma la propia angustia.
Un
buen profesional sabe decir no. Sólo recurre a la medicación cuando
es necesaria. Pero no deja de recomendarla si cree que lo es. Informa
sobre beneficios y molestias esperables. Se asegura de que el
paciente no se quede con dudas. Y siempre está dispuesto a
rectificar.