lunes, 6 de enero de 2014

Y tú, ¿ a cuántos adictos conoces? (Parte I)

Hay hábitos de libertad y hábitos de servidumbre”.
José Antonio Marina.

La palabra adicción está más que nunca a la orden del día. No pasan veinticuatro horas sin que escuchemos afirmaciones del estilo de: “soy adicto a tal serie de televisión”, “lo tuyo con el WhatsApp es pura adicción” o “me tengo que desintoxicar de mi ex”.

Se nos lanza el mensaje de que alimentos que creíamos inofensivos pueden ser “tan adictivos como la cocaína”.

E incluso se emiten programas de televisión en los que asistimos estupefactos a las más variopintas conductas irrefrenables:

Si nos pusiéramos a echar cuentas, ¿cuántas personas de nuestro alrededor (incluyéndonos a nosotros mismos) podríamos decir que son adictos a algo o a alguien?

¿Acertaríamos o erraríamos nuestros cálculos?
De entrada parece difícil saberlo.

Podríamos pensar, por todo lo dicho, que la adicción campa a sus anchas. Pero el sentido común probablemente nos susurraría que no, que no puede ser que todos seamos adictos a algo. Que todo debe ser fruto de una gran confusión, o de la diaria exageración que reclamamos en forma de noticias impactantes y programas de entretenimiento.

Si recurrimos al diccionario de la RAE, la definición tampoco nos saca de dudas al definir la adicción como el “hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos”. (Las cursivas son nuestras, y muy discutibles como veremos)

La conclusión lógica es que, en conjunto, no tenemos muy claro qué es la adicción. Y más importante, los profesionales que nos dedicamos a este campo no hemos conseguido hacer llegar el más importante mensaje que debe delimitar aquello que NO es una adicción.

A lo largo de varias entradas intentaremos afinar las estimaciones a las que invita nuestra pregunta, y lo haremos exponiendo lo que no es adicción: ni vicio, ni placer, ni dependencia. Una vez que hayamos separado el grano de la paja quizás estemos en disposición de entender una enfermedad que desafía como ninguna otra nuestro conocimiento sobre lo que supone actuar como humanos.


La adicción NO es vicio

En su recomendable “Pequeño tratado de los grandes vicios”, el filósofo José Antonio Marina recorre la historia intelectual de los vicios. Para ello indaga los orígenes y ramificaciones de los siete pecados capitales del cristianismo. No lo hace por simple arqueología terminológica. Las pasiones y los vicios, aunque apenas se mencionen hoy en día, tienen una presencia innegable en nuestras vidas, pues influyen de forma soterrada en la manera en que nos comprendemos a nosotros mismos.

Fragmento del Árbol de la Virtud y Árbol de los Vicios. Biblioteca de la Universidad de Yale.

Durante siglos la palabra vicio fue la empleada para referirse a la conducta de aquellas personas que, buscando alguna forma de placer, actuaban en contra de su propio beneficio. El vicio se consideraba una debilidad moral por la cual, las pasiones naturales del hombre se dirigían a objetivos que no les eran propios. Desde el punto de vista moral las pasiones funcionaban como el motor que nos conducía hacia un cruce de caminos. Allí las únicas dos direcciones a seguir podían ser el vicio o la virtud. Dado que se nos suponía libre albedrío, uno podía (y debía) dirigir sus pasiones hacia la virtud, un refinamiento de las necesidades humanas que permitía diferenciarnos de los animales por medio de una posibilidad que ellos nunca han tenido: la de ser lo que uno quiera ser, y no lo que los instintos sugieran.

Ilustr. "Hombre en la encrucijada". John Shaw
Esta posibilidad, la elección entre virtud y vicio, entre Anábasis y Katábasis, ha sido la base de la vida moral en nuestra civilización durante cientos de años, y esto todavía se deja sentir. Para algunos la verdadera condición humana es la posibilidad de elegir entre una vida animal, atada a los bajos placeres, o bien una vida elevada, sublime, hermanada con los ideales humanos. Esta elección, que se nos plantea todos los días de nuestra vida es la que, según Marina, acaba dando lugar a hábitos de libertad (ser como uno desea ser) o hábitos de servidumbre (ser como a uno le obligan a ser).

La impronta del vicio como elección deja oír su eco en la definición de adicción de la RAE, pero también en la forma en que muchas veces percibimos a las personas que sufren la enfermedad adictiva: si el vicio es una elección activa, un dejarse dominar, todo lo que suceda después será parte de esa decisión personal. No será difícil entender entonces que la iglesia haya sido tradicionalmente la única fuente de tratamiento para los adictos, acogiéndolos con paternal severidad en su condición de “ovejas descarriadas”. También nos da una pista para comprender el amargo manejo de la culpa y el reproche que todavía se emplea como parte del tratamiento en bastantes comunidades terapéuticas.

Ilustr. Pawel Kuczynsk 
Pero la adicción, como hoy sabemos, tiene poco de elección y mucho de esclavitud. Precisamente el núcleo de la enfermedad adictiva es la pérdida progresiva de la capacidad de elegir libremente (o de hacerlo bajo un grado de condicionamiento similar al que afectaría a la media de la población no adicta). El adicto, por tanto, actúa condicionado, encarrilado. Su libre albedrío queda debilitado en grado variable. Por eso la adicción, como veremos, puede que a veces sea la última consecuencia de una elección personal mantenida en el tiempo (vicio), pero lo más habitual es que no sea así. Por lo general constituye un accidente, una trampa que se cierra inesperadamente sobre nosotros cuando creíamos tener el control, y por la cual sufrimos serias dificultades para dirigir los actos en la dirección deseada. A esta situación prácticamente nadie se somete de forma voluntaria, y cuando alguien así lo afirma nunca hay que descartar que nuestro orgullo nos esté llevando a afirmar que transitamos un camino porque es el que más nos place, y no porque sea el único que seamos capaces de recorrer en un momento dado.

En la próxima entrada seguiremos desgranando el concepto de adicción, explicando cuál es el sustrato biológico que da lugar a esta limitación del libre albedrío.


4 comentarios:

  1. ¡Excelente, espero ya la segunda parte!

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  2. ¡Muchas gracias! Estamos trabajando con mucha ilusión en ello :)

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  3. Hola,
    me estoy volviendo "adicto" a vuestro blog...
    Enhorabuena, muy didáctico

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  4. Muchas gracias por tu comentario, un honor que nos leas, y sobre todo que te parezca de interés. Creo que esta adicción podemos considerarla positiva :). ¡Un saludo!

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