“En la delicia de la sal se hallan todas las lanzas
del espíritu”
Saint-John Perse (citado por J.A. Marina)
La semana pasada lanzábamos esta
pregunta al aire con la idea de intentar aclarar qué es y qué
no es una adicción, palabra que hoy en día todos manejamos
más o menos a la ligera. Nuestra primera conclusión fue que
adicción NO es lo mismo que vicio, una idea que los
profesionales de la salud sólo hemos llegado a incorporar a mediados
del siglo XX, y a la que todavía le queda mucho recorrido hasta
conseguir erradicar de la sabiduría popular la impronta moral
que hasta la fecha impregna el mundo de las adicciones.
Hoy nos atreveremos con otra noción contraintuitiva y
es que, por mucho que tendamos a relacionar una cosa con la otra, la
adicción NO es placer.
De necesidades, castigos y recompensas.
Ilustr. "Trolley hunters", por Bansky |
De entre todas las cosas que existen en el mundo y podemos captar con
los sentidos, ¿cómo saber cuáles son las que necesitamos?, ¿por
qué unas nos atraen (como el agua) mientras otras nos resultan
indiferentes (pongamos una piedra)?. Nos puede parecer más
importante saber dónde encontrar lo que necesitamos o cómo
conseguirlo, pero de nada nos sirve si primero no aclaramos lo más
importante: ¿qué debemos buscar?
Entendemos por necesidades fisiológicas aquellas exigencias
que nuestro organismo nos reclama a fin de sobrevivir y dejar
descendencia. Las aprendimos todos en la escuela: nutrición,
relación y reproducción. Para cualquier ser humano eso se
traduce en respirar, comer, beber, dormir, expulsar desechos y
mantener contacto con otros humanos. La evolución de la especie ha
determinado que algunos de los procesos más importantes sean
automáticos o semiautomáticos (respirar), mientras que ha
proporcionado a otros un mayor grado de flexibilidad (alimentarse,
reproducirse). Pero una regla ha de cumplirse siempre: debemos
repetir aquellas conductas que favorecen la máxima replicación y
dispersión de nuestro material genético, y evitar aquellas que la
perjudican. De ahí la
importancia de la sal en el fragmento de poema que abre la entrada:
la sal, por medio de la sed, es la puerta del deseo de agua, un deseo
que nos mantiene con vida.
Hoy sabemos que esta regla de “buscar lo bueno y rehuir lo malo”
tiene lugar gracias a una serie de conexiones neuronales que
denominamos “sistema de recompensa”. La
idea básica acerca de este sistema de recompensa es que, cuando
llevamos a cabo acciones que son favorables para nuestros objetivos
de supervivencia y reproducción, el sistema de recompensa se activa
proporcionando un “premio” desde el punto de vista
neurobiológico, lo cual nos permite aprender que repetir esa
conducta es algo deseable . Al principio a ese premio se le denominó
“placer” y se vino a asociar al neurotransmisor Dopamina, aunque
hoy sabemos que no es exactamente así, y que el
papel de la Dopamina se relaciona más con el aprendizaje de
contingencias
(herramienta principal del pensamiento probabilístico y la
atribución causal), así como con la
motivación para la acción
en función de la probabilidad de exponerse u obtener algo.
Vías dopaminérgicas, representadas sobre Resonancia Magnética |
La Dopamina, por tanto, no produce placer,
sino que indica (tras un aprendizaje asociativo causal) que
existen posibilidades de obtener algo que valoramos como positivo
(lo cual está influido por factores de aprendizaje imitativo,
crianza, cultura y expectativas), y proporciona el sustento para su
búsqueda activa por medio de conductas de aproximación. Nos
acerca a las cosas y situaciones que tenemos por placenteras, pero
también a otras que han dejado de serlo o nunca lo fueron.
Los dos cortocircuitos.
¿Produce algún placer el primer cigarrillo fumado a las puertas del
instituto? ¿Es placer la tensión que siente el jugador de ruleta
mientras sigue con la mirada la bola que habrá de determinar la
ganancia o la ruina?
Se suele pensar que es el placer lo que
mantiene a las personas atadas a sus adicciones. Pero lo que los
clínicos vemos en consulta (y que ha sido ampliamente respaldado por
la investigación) es que, una vez establecida la adicción, nos
encontramos ante un divorcio efectivo entre el deseo de llevar a cabo
una conducta y el placer que ésta proporciona. El adicto ya no
disfruta al consumar su adicción, pero siente un deseo incesante y
reiterado que le empuja a la acción, muchas veces para aliviar el
malestar del propio requerimiento. Los mecanismos dopaminérgicos que
controlan la motivación se han acabado alterando y, por ello,
ni todo el consumo del mundo podría saciar a quien padece una
adicción.
Lo natural, como hemos dicho, es que el sistema
de recompensa se encargue de hacernos buscar alimentos nutritivos,
agua en buen estado, parejas deseables... Además existen otra serie
de situaciones que activan nuestro sistema de recompensa: practicar
deporte, conseguir nuestros logros, disfrutar de una afición... Todo
es susceptible de ser aprendido a través del sistema de recompensa,
a condición de que el balance entre recompensa y castigo nos resulte
favorable. Es la dopamina la que crea esos vínculos de
aprendizaje, que luego son deseo y búsqueda. Pero algunas
sustancias y conductas elevan artificialmente los niveles de
dopamina. La cocaína, el alcohol, el juego, la heroína, algunas
formas de sexo... son capaces de “trampear” los circuitos del
sistema de recompensa, creando el hábito que estaría normalmente
reservado a nuestras necesidades fisiológicas. Por eso, al margen
del placer, la ejecución de la adicción favorece a su repetición,
incluso cuando ya no resulta placentera. El cerebro, debido a este
“cortocircuito” dopaminérgico, ha aprendido que esta conducta o
sustancia es esencial, cuando en realidad no aporta nada a nuestro
éxito biológico. Y de hecho son estas necesidades las que van
quedando cada vez más desatendidas, y ensombrecido el brillo
habitual de cualquier otra actividad que antes era placentera.
El segundo cortocircuito es específicamente
humano. Se trata del salto
simbólico por el cual podemos introducir una valoración
positiva o negativa, apetecible o desagradable, a prácticamente
cualquier cosa si así nos lo proponemos. Para los seres humanos las
cosas son más de lo que ellas son por sí mismas. A través del
símbolo, del significado que nosotros les podemos asignar, lo que en
principio podría ser neutral a efectos de éxito biológico, acaba
teniendo gran fuerza en un sentido u otro. En el fondo resulta
comprensible que alguien encuentre apetecible la cocaína, ya que el
bienestar y el vigor que proporciona de forma inmediata hacen olvidar
cualquier consecuencia futura, por grave que pueda ser. Pero en el
ejemplo que hemos puesto antes, el de quien comienza a fumar por
primera vez, sólo lo simbólico puede superar lo desagradable del
contacto con el humo. El joven fumador se entrena duramente para
soportar el asco porque el cigarrillo es mucho más que un
cigarrillo: es la entrada al mundo de los adultos, es rebeldía,
pertenecer al grupo de iguales, o lo que el joven quiera que sea. Si
puede soportar el asco hasta que la dopamina haga su trabajo, ya no
dependerá nunca más del disfrute, y el propio deseo satisfecho se
confundirá con el placer. Lo mismo puede suceder con todo tipo de
conductas, que podrán lugar a adicciones tan varipiontas como las
que veíamos en el video de la semana pasada.
Fotografía de Nick Stern, inspirada en un mural de Bansky |
Por ello hoy sabemos que la adicción NO es placer NI vicio,
sino un secuestro de la motivación y del deseo al alterarse nuestro
sistema fisiológico de recompensa.
De ahí esa tragedia tan propia de los pacientes adictos: actuar
como si se amara y necesitara lo que realmente se odia. De ahí
brota la dolorosa contradicción personal del adicto, y también la
incomprensión y el rechazo de los que no han sufrido este problema.
La semana que viene terminaremos abordando de la diferencia entre
adicción y dependencia.
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