¿Solo
un reality gastronómico?
¿Tiene sentido hablar en un blog de salud mental acerca del programa televisivo de Alberto Chicote? Esta semana os invitamos a compartir algunas reflexiones que nos hacen pensar que sí.
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El
caso es que, entre la irregular parrilla española, destaca en las
noches de los lunes este programa de formato tan repetitivo como
eficaz. Para quien no esté al corriente diremos que el asunto
funciona así: un restaurante o bar en apuros busca la fórmula para
salir del atolladero, por lo general consistente en acumular deudas y
ver desfilar clientes hacia los locales de la competencia. Las
víctimas de tal descalabro contactan con la cadena de televisión y,
tras firmar un contrato de colaboración, se preparan para recibir a
una especie de Equipo A gastronómico comandado por Alberto
Chicote.
Chicote,
afamado y rechoncho cocinero, amante del buen comer y de hablar a las
claras, llega a la zona cero, se sienta a probar los platos, conoce
al personal, analiza la rutina de trabajo y, una vez visto lo que se
cuece detrás del ruinoso negocio, se decide a pasar a mayores. Con
su característica espontaneidad y alopecia lingual desata un aluvión
de verdades sobre los responsables del desaguisado. Obviamente esto
da paso a que crezca la tensión, se rompan algunos platos y surja el
espectáculo, que es de lo que se trata.
Razones
para el cotilleo
Daría
para una entrada o dos el analizar a fondo las claves del éxito de
este tipo de realities televisivos. Entre ellas se encontraría
sin duda la curiosidad que todos podemos sentir al fisgonear en la
trastienda de algo tan familiar como el salir a comer fuera de casa.
Pero no añadiremos mucha más leña al eterno debate de por qué nos
gusta ver a otras personas interactuar en televisión. Preferimos
remitir al lector interesado a uno
de nuestros blogs favoritos, que fundamenta sus razonamientos
desde un punto de vista biológico bastante esclarecedor. Por nuestra
parte, nos limitaremos a confesar los dos motivos por los que nos
gusta Pesadilla en la Cocina (a
partir de ahora PELC).
El
primero de ellos es que (asesorado o no) Alberto Chicote
demuestra habilidades propias de un psicólogo bastante por encima
de la media. En pantalla parece tener la intuición suficiente
para valorar un entorno complejo y detectar: 1) Cómo se reparte el
poder entre los miembros de la plantilla y 2) Cuál es el estilo de
comunicación empleado para dirimir los inevitables conflictos.
Además, sabe emplear intervenciones paradójicas, arroja luz sobre
los dilemas y aprovecha bien los clímax emocionales para forzar lo
más importante: una toma de decisiones que lleve al cambio.
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El
segundo motivo es que nos gusta repasar el repertorio de
diferentes problemas y desafíos a los que se enfrenta la gente,
aunque parezca que los propios de un restaurante no tengan que ver
demasiado con nuestras vidas. Esos problemas son los mimbres de la
pesadilla semanal de Chicote. A veces se componen de asuntos
específicos e inesperados, como ratones que pasaron a mejor vida y
ahora reposan bajo los fogones. Otros obstáculos vienen a ser los
sospechosos habituales para el cocinero, viejos amigos del oficio: la
falta de higiene, la comida congelada, la descoordinación de las
comandas, los roces entre socios...
Sin
embargo, existe un problema que surge de forma esporádica y aún
así parece ser capaz de escapar a la atenta supervisión de Chicote.
Oculto en el lugar más visible del local manda negocios antes
prósperos a la ruina más lamentable. Realiza ostentosas apariciones
a lo largo del programa mientras observa el curso de los
acontecimientos de forma impasible. No se le menciona ni ataca, como
si fuera un enemigo invisible, o quizás demasiado complicado de
manejar... Nos referimos al alcohol.
El
enemigo oculto en la cocina
¿Hasta
qué punto puede ser problemático el alcohol? Por respeto a la
intimidad de los participantes de la versión española de PELC no
vamos a personalizar al reflexionar sobre este asunto. Creemos
que el telespectador puede repasar sus recuerdos o revisitar alguna
temporada en busca de los diferentes episodios en los que el alcohol
ha causado estragos, para así contrastar con lo que aquí se
exponga. En algunos de los episodios el enemigo oculto aparecerá de
forma sugerida y tangencial, como un visto y no visto. En otros casos
su presencia será, paradójicamente, algo sangrante.
Fuente: REUTERS/ABDULLAH MUHSEN |
Desde
los camareros que se sirven cañas durante la jornada laboral,
pasando por los cocineros que avivan su interés por los fogones
litrona en mano, hasta las bodegas de selectos vinos saqueadas por
sus propietarios, parece dibujarse una situación para nada
extraña en el sector hostelero: la de beber en el trabajo, a veces
en exceso. ¿Cuál es la lectura que se hace de este fenómeno?
Para
Chicote y los espectadores que entramos de forma puntual en la vida
de estas personas, la actitud que se demuestra hacia el alcohol -un
producto más, al fin y al cabo, de entre los destinados a los
clientes- nos puede parecer en ocasiones caprichosa, o más bien poco
profesional. Para otros puede tratarse de algo trivial, completamente
comprensible. Algunos lo justificarán alegando que, por etílico que
sea, el producto les pertenece y pueden darle el uso que crean
conveniente. Otros le quitarán hierro al asunto pues, si hay más
gente que bebe en el recinto, ¿por qué no habría de hacerlo uno
mismo? Parece que ni la voz en off que guía el programa ni el
propio Alberto Chicote van más allá de ciertos comentarios
puntuales apuntando que beber demasiado no va a ayudar a reflotar el
negocio. Por lo general acaban haciendo caso omiso del elefante en
la habitación para pasar a alguna otra cosa.
Para
ser justos con el chef diremos que, obviamente, el objetivo del
programa no es ayudar a superar los problemas mentales que puedan
padecer sus protagonistas, aunque influyan. Entendemos que los
participantes no han dado su consentimiento para ello y, por
intuitivo que sea, Alberto Chicote no deja de ser cocinero. Pero el
problema del alcoholismo está ahí, y nos preguntamos si se estará
identificando cuando aparece dando la cara. En nuestra opinión el
programa no es suficientemente explícito al respecto.
Prácticamente nunca se menciona la posibilidad de que se esté
sufriendo una adicción al alcohol. No se contempla que esa persona
irascible, veleidosa, inmadura, esté padeciendo una
enfermedad que altera de forma progresiva su personalidad.
Factores
y personas de riesgo
Para
no dejarnos influir demasiado por nuestra deformación profesional al
interpretar este asunto decidimos llevar a cabo una búsqueda (no muy
sistemática, hay que reconocerlo) en las redes sociales. Queríamos
conocer la opinión espontánea de los espectadores cuando aparecía
el enemigo oculto. Nos interesaba saber si consideraban o no que
pudiera existir una enfermedad condicionando el desempeño de los
protagonistas. Empleamos la red social Twitter para rescatar los
comentarios del público empleando los hashtags
correspondientes a programas en los que consideramos existía una
dependencia del alcohol por parte de uno de los participantes.
Visitamos también algunos foros offline populares con el
mismo objetivo.
Salvo
alguna excepción muy puntual (dos de cincuenta, aproximadamente)
recomendando acudir a Alcohólicos Anónimos, la mayor parte de los
comentarios hacían alusión al vicio, la afición a la juerga, al
beber, a diferentes drogas... Unos más jocosos, otros más
castigadores, casi todos los comentarios se lamentaban por la
degeneración personal que veían en forma de altercados, exabruptos,
torpezas y derrotismos propios de la intoxicación aguda, pero no
parecían señalar vínculos con trastorno o enfermedad alguna. Dicha
degeneración parecía algo como caído del cielo o, como mucho,
consecuencia de una personalidad problemática desde los inicios. Es
cierto que tampoco podíamos esperar mucho más de los subproductos
de un programa de puro entretenimiento, pero la situación no dejaba
de preocuparnos. ¿Por qué somos ciegos a este problema? ¿Por qué
tan poca gente ve el elefante?
Montaje de Bansky. |
Nos
produjo una grata sorpresa descubrir que, en la versión británica
del programa (Ramsay´s
Kitchen Nightmares UK), sí hubo un caso que se detectó y
trató de forma ejemplar. De hecho dio lugar a un agradecimiento
público, allá en el año 2006, por parte de Lenin Dooris, uno de
los participantes del programa, quien afirmaba que el chef Ramsay le
había salvado la vida al hacerle afrontar su problema. Durante la
grabación del programa Dooris había sufrido un desmayo,
inicialmente atribuido a un posible infarto cardíaco, que
posteriormente el propio cocinero reconoció atribuible a su delicado
estado de salud física tras años de adicción al alcohol. Ello
motivó una doble intervención por parte del chef Ramsay, quien
aconsejó a Lenin que diera prioridad a su salud y abandonase el
negocio hasta haberse recuperado, e incorporó al episodio una
interesantísima entrevista a Michael
Quinn, a quien conocemos durante este video:
Os recomendamos avanzar directamente al fragmento de 32:13 a 36:07
Nos
parece básico resaltar la importancia de lo que afirma Quinn: “si
cruzas la línea de la adicción y te haces alcohólico ya no puedes
volver a ser bebedor social. [Lenin] necesita apartarse, la fuerza de
voluntad ya no es suficiente. Para recuperarte necesitas rendirte y
admitir tu derrota.” Así de duro y así de cierto. Tanto como
esperanzador cuando se comprende y se lleva a la práctica.
Quinn
habla de un problema real: la combinación explosiva que se
produce cuando se juntan un entorno de riesgo para el consumo y
determinadas personas con una predisposición hacia el alcoholismo,
la cual no podemos conocer hasta empezar a beber. Desde hace tiempo
sabemos que el 4% de la población española padece de alcoholismo, y
la cifra de personas en riesgo de sufrir la adicción es mucho mayor.
El de la hostelería, por supuesto, no es el único sector que puede
considerarse de riesgo a la hora de desarrollar adicciones. Los
representantes comerciales, los trabajadores nocturnos, los agentes
de bolsa, los médicos... cada uno de ellos por sus propias razones,
presentan una tendencia mayor que la media poblacional a la hora de
desarrollar una adicción al alcohol u otras sustancias y conductas.
La clave del asunto es: ¿cómo darnos cuenta de cuando ya no es un
riesgo potencial, sino algo que ya está sucediendo?
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Quizás
una de las razones por los que el chef Ramsay lo viera radica en su
propia historia personal. Como él mismo ha reconocido, durante
su infancia hubo de convivir con el alcoholismo de su padre, lo cual
probablemente contribuyó a que llegado el momento se mostrase tan
dispuesto a ayudar a Lenin. Pero no sólo vio el alcoholismo,
prácticamente invisible para la madre del afectado, sino que decidió
afrontarlo activamente, cambiando el rumbo del episodio en lugar
de negar el elefante y hacer como si nada. Sin duda hace falta un
marco mental y teórico, información que nos facilite percibir y
comprender la realidad. Porque sólo existe para nosotros lo que
podemos nombrar. Pero el conocimiento es sólo una parte de la
solución.
Además
del conocimiento hará falta valentía. Y primero tendremos que
ser todos los demás, los que vivimos junto a personas que a veces
necesitan ayuda, los que debamos cumplir con estos requisitos. No es
tarea imposible. A veces un simple reality nocturno puede
marcar la diferencia, y contribuir a que el enemigo oculto en la
cocina se haga por un momento bien visible, tanto que la persona
enferma pueda empezar a saber contra quién tiene realmente que
luchar.
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