viernes, 9 de noviembre de 2018

¿Y ahora qué tenemos que hacer? Sobre el aprendizaje en grupo.


Adaptación de un fragmento de Armando Bauleo: Ideología, grupo y familia. (1982) 


Vamos a intentar aprender cómo se aprende en un grupo.

1. 

Digan lo que digan las personas en sus momentos de desesperación, el hecho es que todo ser humano aborrece abandonar sus propias costumbres.

“El hombre es un animal de costumbres”, se supone que dijo Charles Dickens
“Nada necesita ser reformado tanto como las costumbres ajenas”, apostilló Mark Twain.

El hecho es que las personas no deseamos cambiar. Queremos dejar de sufrir.

Llegando a tierras desconocidas en El señor de las Moscas (1990)
A veces llegamos a comprender y aceptar, a regañadientes, que el cambio es una condición necesaria para disminuir el sufrimiento. Las personas inician una terapia cuando comprenden que se puede trocar un malestar inmediato (porque nunca es fácil abrirse ante desconocidos, hablar de lo que duele) por un bienestar futuro, a veces demasiado lejano para ser vislumbrado en el horizonte.


Por lo tanto, podemos cambiar, pero necesitamos un buen motivo para empezar a hacerlo.


2. 

Cambiar es aprender. Aprender es incorporar cambios que no se los lleve el viento, que resistan a las circunstancias. Cambios estables.

¿Cómo sabemos que alguien va cambiando?

Veremos aparecer nuevas pautas de conducta y éstas se mantendrán más o menos estables, como decía Bleger. Los cambios duraderos son siempre paulatinos. Al igual que pasaba con el barco de Teseo, uno deja de ser un poco el que era para pasar a ser el que se es. Lo que siempre permanece es la relación entre las partes, que es la que nos hace reconocibles.

Pero, ¿cómo ocurre el cambio?. ¿Cómo aprendemos?

Las gafas de Piggy, en el Señor de las Moscas. 
El combustible del cambio es la información. Cuando nos alcanza, la información produce en nosotros una reacción a la que llamamos emoción. Si adoptamos una actitud pasiva, sencillamente, sentimos cosas en relación con lo que nos llega, sin más. Desde una postura activa o un contexto facilitador, la combinación de información y emoción vendrá seguida de algo nuevo. La emoción dará pie a nuevas acciones, quizás a buscar más información, o a modificarla para aportar un matiz particular. En ese caso hablaremos de producción, que es por ejemplo lo que intentamos al construir este texto.

Ni la información ni la emoción ni la producción se dan en el vacío, sino que se manifiestan en un contexto:

Puede ser un aprendizaje en aparente soledad, como en aquel soneto de Quevedo:

Retirado en la paz de estos desiertos, 
con pocos, pero doctos libros juntos, 
vivo en conversación con los difuntos, 
y escucho con mis ojos a los muertos. 

O puede tratarse de un aprendizaje en compañía de los vivos, en el seno de grupos humanos.

El contexto, sea el que sea, modula cómo recibimos la información.

No es lo mismo sentarse en una reunión de trabajo completamente predecible, soporífera, que despertar en una playa, entre los restos humeantes de un accidente aéreo, tratando de averiguar qué ha pasado.

El desconcierto y la parálisis dominan a los supervivientes del Oceanic 815, en los primeros compases de la serie Lost.

3. 

Si nos ponemos en situación, 5, 6, 10 desconocidos se reúnen por primera vez en el mismo lugar, bien por accidente, porque alguien les ha invitado, o bien porque precisamente a ese punto de encuentro les ha conducido su propia búsqueda individual.

¿Qué podrían aprender unos de otros?. Al principio solo hay confusión. Probablemente cada uno sepa, más o menos, lo que pretendía, lo que necesitaba, lo que le gustaría conseguir por su cuenta. Pero ahora hay otras personas. Si no se ignoran, si hablan entre ellas, quizás hagan mención a su propio pasado, a experiencias parecidas vividas con anterioridad, otros grupos de personas a los que pertenecieron, que desde luego no eran estos desconocidos. Los que hablan, lo hacen únicamente desde su punto de vista individual. Los más prudentes callan y observan. Los roles no están todavía repartidos, y no está claro que ese conjunto de individuos tengan nada común entre manos. Quizás cada uno sepa cómo ha llegado al grupo, pero no para qué. Por el momento el grupo carece de una tarea definida, y reina la indefinición.

Primero Jack y luego John asumen liderazgos temporales.
Pero el tiempo pasa y las cosas parece que se van ordenando. Ya se percibe alguien que nombra y discrimina, que asume un papel organizador. Esos otrora desconocidos comienzan, poco a poco, a referirse a ellos mismos como pertenecientes a algo que va más allá de lo individual. Y, de cuando en cuando, se menciona la necesidad de que sea este grupo de personas el que haga algo. ¿Pero qué? Es el momento de las tensiones, aunque ya se hable en plural: ¿y ahora que tenemos que hacer?. Cuando se pueda responder en voz alta a esta pregunta tendremos enunciada la tarea explícita. Lo que se calle en torno a la misma será la tarea implícita. Tiene esto que ver con el referido miedo al cambio. La información ha suscitado emociones. Asustan tanto la inminencia de lo nuevo por conocer como perder aquello a lo que estábamos apegados, aunque nos hiciera sufrir. En relación con estas emociones producidas por la tarea emergerán los diferentes liderazgos y roles.

Un tercer tiempo será el de la síntesis, cuando el grupo se torne verdaderamente productivo. Aparecerán ya visibles los elementos básicos de todo grupo: la interacción entre los miembros, la conciencia de esta misma interacción, y la finalidad, que nos devuelve a la tarea. Los integrantes serán capaces de hablar de su propia historia (dimensión vertical), pero también de la historia del grupo (dimensión horizontal). Para ser capaces de hablar productivamente de temas deberemos ser capaces primero de hablar de relaciones, de las interacciones dentro del grupo. Pero al mismo tiempo hablar de las relaciones en el grupo es otro tema, uno importante, que debemos que aprender a manejar. La tarea, por lo tanto, es al mismo tiempo el objeto y el medio para lograrlo. Si la información generaba emociones será parte fundamental de la tarea el hablar de cómo nos sentimos cuando intercambiamos información, cuando hablamos y nos hablan; cuando el grupo habla.


4. 

Al sentarse en un grupo toca reflexionar acerca de la interacción y sus efectos.

Recapitulemos.

Íbamos nosotros por la vida con nuestras necesidades y nuestras metas, pero de pronto aparecieron esos desconocidos. Cuando se aceptó la situación, cuando reconocimos como válida la presencia del otro, nos vimos empujados a amoldarnos. Ellos hicieron lo mismo.

Cada uno contribuye a su manera, pero se dirigen hacia el mismo objetivo.
De entre las diferentes maneras de estar en un grupo escogimos una, que tal vez nos resultaba muy familiar. O tal vez las circunstancias nos sugerían, nos invitaban a estar de otra manera, a adoptar un nuevo rol. Existía la posibilidad de estar de otra manera y experimentar cómo sería adoptar otro papel. Son contadas las situaciones en las que gozamos de la tranquilidad de poder dejar de ser uno mismo durante un rato.

Quizás, al probarlo, nos sentimos mejor de lo esperado. Tal vez costó al principio, pero llegamos a incorporar una nueva faceta, la capacidad, la conciencia de la posibilidad de adoptar un nuevo rol. Esto resulta especialmente necesario cuando cambia la tarea. Los grupos son dinámicos. Evolucionan a medida que cambian sus miembros. Seguramente llegarán nuevos retos, y con ellos la necesidad de nuevos intercambios, distintos repartos de roles. Por tanto, el rol asumido dependerá de la tarea.

De esta forma la personalidad se flexibiliza, el repertorio de nuestra conducta se enriquece. Aprendemos.

Así, hablando de lo que queremos tratar, los temas, y de cómo es el proceso del grupo al tratarlos, seremos conscientes del cambio y lo dirigiremos de forma provechosa.

Porque, como advierte el proverbio chino, si no cambiamos la dirección de nuestros pasos acabaremos llegando allí donde nos dirigimos.

Esto es lo que he ido aprendiendo por ahora.

@JCamiloVazquez

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