Hace unas semanas nos hacíamos eco de una campaña lanzada por el
SES (Servicio Extemeño de Salud), cuyo lema rezaba: “Es la vida,
no una enfermedad”. Nos pareció interesante que además de
desaconsejar el uso de ansiolíticos y antidepresivos en el desamor y
exámenes, en el mismo saco se metieran los resfriados y el mal uso
de antibióticos. La medicalización de la vida cotidiana es una
constante desde hace ya varios años en la asistencia sanitaria
pública y privada. ¿Las causas? Multifactoriales, como decimos en
los textos científicos, y así llanamente podríamos decir que una
mezcla de imprudentes buenas intenciones y maquiavélicos
intereses comerciales. Por supuesto la sociedad y paradigmas de
nuestra época como marco más que influyente. Como de los
maquiavélicos intereses comerciales estamos más que servidos por
los continuos escándalos que salpican contínuamente los medios de
comunicación, nos interesaría más hablar de las imprudentes buenas
intenciones.
Los médicos nos formamos en nuestra larga y ancha profesión con una
vocación muy generalizada de adquirir conocimientos para buscar
soluciones. Eso nos apasiona, y no nos importará pasar largas
horas de estudio, buscar el artículo más difícil de conseguir
donde haga falta, o reunirnos en eternas sesiones clínicas
debatiendo los tratamientos más idóneos para nuestros pacientes.
Nuestra mayor satisfacción, impagable verdaderamente, es aquello de
curar, aliviar o consolar, dependiendo de lo que esté a
nuestro alcance. Pero si hay que ir lejos para que esté a nuestro
alcance, iremos, de eso no hay duda porque es lo que hacemos desde
que entramos en la facultad. Hasta aquí todo muy bien, pero como
dicen, de buenas intenciones está empedrado el camino hacia el
infierno. ¿Qué pasa cuándo cargados de todo nuestro arsenal de
sabiduría sólo disponemos de cinco minutos para curar,
aliviar o consolar a la persona que tenemos en frente? Demasiado
enfrascados en el modelo problema-solución al que nos
acostumbran en el sistema educativo, intentamos poder dar con esa
solución lo más acertada posible. Lo que sucede es que hemos
dedicado infinitamente más tiempo a estudiar las bondades de los
antibióticos o antidepresivos que a evaluar los síntomas y contexto
que nos cuenta el paciente. Y la solución parece clara: prescribimos
la pastilla. La realidad, según un
reciente editorial del BMJ (British Medical Journal), es que se
prescriben más antidepresivos y ansiolíticos en atención primaria
que en las consultas de psiquiatría en el sistema público de salud.
Se debe a la escasez de tiempo para manejar situaciones complejas. Al
menos los psiquiatras tienen, en el mejor de los casos, cuarenta
minutos para evaluar al paciente que acude por primera vez. Algo
parecido debe pasar con la prescripción de los antibióticos, pero
lo nuestro es la salud mental y de eso vamos a continuar hablando.
Ilustr. GettyImages |
Indudablemente estamos inmersos en una clara psiquiatrización y
psicologización de la vida cotidiana. Cada vez más situaciones
que antes lograban resolverse en el seno de la familia, la comunidad,
u otras organizaciones no profesionalizadas acuden a las consultas de
psiquiatras y psicólogos. Los medios de comunicación encuentran
gran beneficio en hacerse rápidamente eco de un número creciente de
supuestos síndromes que cubren casi todas las situaciones temporales
y espaciales que podamos imaginar: depresión postvacacional,
mobbing, bullyng... Hace pocos días incluso leíamos en internet el
término depresión invernal. Por otra parte las palabras que definen
las enfermedades mentales más severas: depresión, paranoia,
bipolaridad, esquizofrenia, histeria... se han mediatizado y
banalizado tanto que la confusión es máxima. Ya hablábamos de que
no es fácil saber cuándo uno va a necesitar asistencia psiquiátrica
o psicológica, por lo que si existe la duda lo recomendable es
consultarlo con un especialista.
Es en el lado de los
profesionales donde debe estar la responsabilidad
de evaluar cuatro parámetros clave:
Síntomas
que cuenta el
paciente
Contexto
personal y social
Tratamientos
disponibles
aplicables
Probabilidad
de que éstos sean más efectivos que dañinos
Conscientes del avance de la ciencia y de las posibilidades cada vez
mayores que ofrece, son ya muchas las voces que alertan contra el
peligro de iatrogenia (es decir, daño o consecuencia negativa
directa de un acto terapéutico). Cualquier actuación sanitaria
conlleva un riesgo de efectos nocivos y no deseados, y la mayoría
de los medicamentos poseen efectos secundarios. Por ello el principio
ético más valorado actualmente en medicina es el de no
maleficiencia, también llamado primum non nocere. Esto que
está más claro a nivel de psicofarmacología no parece tanto
estarlo a nivel de la psicoterapia. Pareciera que un poco de
psicoterapia “nunca viene mal”, pero como hemos dicho antes,
prácticamente no existe actuación sanitaria sin efecto adverso. Y
la psicoterapia es asistencia sanitaria por lo que igualmente debe
ser evaluada su idoneidad.
Ilustr. GettyImages |
Los profesionales de la salud pueden no ser los únicos responsables
de la medicalización de la sociedad, pero sí son los que en última
instancia pueden decidir aplicarla o no. Ya se está hablando de lo
que se denomina prevención cuaternaria, es decir, el nivel
de prevención que evita o atenúa las consecuencias de una actividad
innecesaria o excesiva del sistema sanitario. En salud mental
correspondería a actuaciones como el no tratamiento,
propuestas por psiquiatras como Alberto
Ortiz Lobo. La clave reside en considerar si ante el problema
humano que tenemos delante vamos a obtener mejores resultados
considerándolo una enfermedad que si no fuera tratado como tal.
Y también, si con la prescripción de un tratamiento de cualquier
tipo vamos a generar unas esperanzas y expectativas que tienen pocas
o nulas posibilidades de cumplirse. Para ello el factor tiempo es
indispensable, y el profesional en su consulta debe disponer con
tranquilidad de él para que tras una completa evaluación y
exploración, y tras recapitular posibles tratamientos, llegue a la
conclusión de que para la persona que tiene en frente es más
beneficioso el no tratamiento y el alta. El tiempo también es
necesario para el propio acto de la indicación de no tratamiento, ya
que éste se trataría de modificar la visión que el paciente trae
de sí mismo, aclarando sus dudas, y resignificando
su narrativa de incapacidad. Podemos conseguirlo mediante la
contextualización de su sufrimiento en su biografía, sus
circunstancias, y así propiciar un papel más activo que le lleve a
gestionar sus propias emociones y afrontar por sí mismo las
situaciones fuera del contexto sanitario. Es lo que también se
ha llamado resignificación, en realidad una intervención
psicoterapéutica muy breve (una o dos consultas).
Ilustr. Joel Robison |
La prevención primaria pertenece más al ámbito de la atención
primaria, por eso, en el nivel de asistencia especializada no debemos
simplemente dedicarnos al modelo problema-solución, o mejor dicho,
síntoma-tratamiento. Mucho menos cuando haciendo uso de nuestra
capacidad crítica podemos discernir con bastante claridad las
ventajas e inconvenientes del tratamiento en cuestión. En salud
mental, la prevención cuaternaria podría considerarse un acto
terapéutico en sí y además puede ser muy satisfactorio, pues
su función es devolver a la persona que tenemos en frente su
autonomía y su confianza en ser portador de la apreciada salud.
¡Excelente entrada!
ResponderEliminarTendríamos que "medicalizar"(para poder alargarlo) el tiempo que dedicamos a nuestros pacientes, que como bien dices, resulta muchas veces insuficiente.
¡Muchas gracias por tu comentario! Tienes toda la razón, el tiempo debería ser "medicalizado", y aquí sería un sentido más que positivo.
ResponderEliminarBásica la frase que habéis puesto de "el factor tiempo es indispensable"... Ufff!
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