Esta
semana pensábamos dedicar la entrada a otro asunto, pero entre el
lunes y el martes surgió la
noticia: el Ministerio de Sanidad, decidido a regular la
comercialización de productos homeopáticos, hacía público un
borrador de la futura ley. Las alarmas saltaron en la blogosfera
sanitaria, las cejas de los twitstars
se alzaron al tiempo que andanadas de evidencia empírica eran
emplazadas en la línea de tiro. Un par de altos cargos ofrecieron
entrevistas a los medios, llevando
los giros argumentales hasta el absurdo. Les siguió una lluvia
de frases lapidarias y chistes homeopáticos, más devastadores aún
si cabe.
Pensábamos
no pronunciarnos mientras se desataba la ya clásica batalla entre
los defensores del método científico y los defensores de todo lo
demás. Pero finalmente nos rendimos a la evidencia de que, a
veces, callar es consentir. Y no todo puede ser consentido cuando
se habla de salud. Hay temas que obligan a tomar posición para que
luego cada uno pueda actuar como crea conveniente. Por eso esta
entrada, que no gustará a todos y -para colmo- será más larga de
lo habitual.
No
vamos a entrar en el debate técnico de la eficacia o ineficacia
de la homeopatía, ni en el de la conveniencia de una regulación,
pues muchos otros lo harán hoy con mayor solvencia que nosotros. Lo
que sí haremos será dar unas pinceladas acerca de un fenómeno
más profundo, que aviva no sólo la búsqueda de este tipo de
terapias, sino que invade muchos otros aspectos de nuestra vida como
habitantes -creadores y sufrientes- de una sociedad postmoderna.
La medicina bajo
sospecha
Nos
confesaba nuestro profesor de Introducción a la Medicina, el médico
y filósofo Miguel Ángel Sánchez González, que una vez fue
invitado a un programa de televisión para hablar acerca de las
terapias alternativas. “Fue una encerrona”, nos decía. Una vez
en el plató, le habían sentado entre un osteópata, un acupuntor y
un homeópata. Le preguntaron por qué la medicina oficial se
empeñaba en no dar por válidas aquellas prácticas que
“indudablemente” ayudaban a tanta gente todos los días. El pobre
hombre se defendió como pudo. Mencionó el fenómeno
de regresión a la media, la necesidad de demostrar empíricamente
la eficacia de los tratamientos, la metodología de los ensayos a
doble ciego con placebo... Se invirtió la
carga de la prueba, cayendo a plomo sobre sus espaldas. No
sorprenderá a nadie que nuestro profesor saliera tan malparado como
para renunciar por siempre jamás a las apariciones públicas.
Ilustr: news.legalexaminer.com |
Indudablemente
la medicina “oficial”, o moderna, o científica, está hoy
desprestigiada a ojos de muchos. Su propia denominación
(engañosa, pues como dice Tim
Minchin, sólo hay una medicina: la que funciona) alude a la
odiosa autoridad, al status quo, a los mecanismos de
poder. Desliza el antes romántico ejercicio de la medicina hacia los
sospechosos entresijos del capitalismo. Distorsiona el significado
de las relaciones de los médicos con la industria farmacéutica, la
legislación sanitaria, los congresos profesionales o las guías de
consenso. La ciencia, para muchos, huele a poder, a poder
interesado en el lucro
Hoy
nos cuesta más que nunca confiar en el argumento de autoridad,
pues ningún experto nos parece digno de confianza mientras forme
parte del “sistema”, y sus presumibles intereses. Por ello son a
veces los menos acomodados, los más excéntricos e indocumentados,
los que nos parecen los más solventes. Internet sólo ha
multiplicado este fenómeno. Sin duda los profesionales “oficiales”
avivamos parte de estas sospechas por no ser todo lo claros que
debíéramos al exponer nuestras relaciones con la instituciones o
con la industria. Pero ni de lejos esta visión “corrupta” de
la medicina explica el rechazo que muchos sienten hacia todo lo que
suene a “químico”, técnico, a las batas blancas, o a los
efectos adversos de los medicamentos... Pensamos que todo esto viene
de mucho más lejos.
La pérdida de
la edad dorada
La
expulsión y pérdida del Paraíso es un mito universal, presente
en muchas culturas diferentes a la nuestra y que lo desarrollaron de
forma independiente. Bajo muchos nombres y matices, se esconde
siempre una era dorada que ya no nos pertenece. En
otro post ya decíamos que la emoción primaria que
automáticamente surge para dar sentido a una pérdida o agresión
injustificada es la culpa. Esta predisposición a la culpa, sumada a
la nostalgia por un pasado mejor, ha conformado desde antiguo un
arquetipo que sienta las bases de nuestra interpretación del mundo.
El mito se lee así: “éramos libres e inocentes. Convivíamos
en armonía con el resto de la naturaleza. Nada nos faltaba. Por
culpa de nuestros actos todo se perdió.”
Algunos
han hipotetizado que el
mito del Jardín del Edén arraiga en cambios climáticos a gran
escala que forzaron la adaptación de nuestros ancestros,
selección natural mediante, a un entorno mucho más hostil.
Adaptados como estábamos a un entorno (los bosques africanos) donde
la alimentación era abundante y asequible, nos encontramos con la
necesidad de aprender a vivir en la escasez de la sabana. Las
penurias no nos han abandonado hasta muy recientemente (y sólo en
determinadas regiones del planeta), pero los mecanismos cerebrales
que se forjaron en época de abundancia probablemente han alimentado
nuestra nostalgia del Paraíso. Este lamento sordo se ha vestido con
los ropajes de las palabras y la cultura, para hablarnos en nuestro
caso de Eva y Adán.
Expulsión del Paraíso. Franz von Stuck. |
El malestar en la civilización
¿Qué
sucede cuando miramos a nuestro alrededor hoy en día? Venimos
a nacer en un mundo que ya está hecho, y que difícilmente puede
gustar. Vemos
contaminación, hambre, injusticias, vemos el peligro de los vertidos
radiactivos o la guerra nuclear. Vemos el terrible potencial que la
ciencia y la técnica les ha conferido a los hombres, y quisiéramos
volver atrás, muy atrás. Más allá de las lanzas y del sílex, más
allá de la piedra bifaz. Nos dolemos de lo que vemos y decimos “yo
no quiero ser responsable de esto”, “yo no voy formar parte del
bando de los destructores del mundo”. Cansados de las falsas
promesas del progreso, de las mentiras de nuestros líderes, del
consumismo derrochador, demandamos un pedazo de Verdad. Y, como dice
Vicente Verdú (en su más que recomendable libro El estilo del
mundo) la Naturaleza se
nos presenta como el último reducto de La Verdad.
Los
excesos de la civilización llevan a muchos (quizás los más
sensibles, los menos conformistas) a la
búsqueda de la Naturaleza como forma de reparación. Obviamente
no todos la llevarán hasta sus últimas consecuencias. El
Capitalismo lo sabe, y siempre estará dispuesto a ofrecernos a
precio razonable aquello que deseemos conseguir de forma sencilla.
Afirma Verdú: “pedimos realidad hartos de ficción, como
antes se demandaba ficción para escapar de lo real [···] pero lo
paradójico es que la verdad demandada regresa reciclada, convertida
en un artículo de calidad.”
Dejamos atrás las decepciones de la ciencia moderna al acudir a los
curanderos, o a la medicina natural. Pero también al preferir los
huevos de gallina de corral, las natillas “caseras” fabricadas en
masa o el parto en casa.
Lo natural como destino
Vivimos
en un rechazo a lo artificial, a la ciudad, la civilización, a
nosotros mismos. Lo Natural se nos
presenta como la posibilidad de recuperar un trozo del Paraíso
perdido, de la selva africana, del útero materno, de la seguridad de
no ser dañados, del librarnos de esa culpa indeleble que justifica
todos los sinsabores de una existencia sin sentido predeterminado. Es
una lucha por la supervivencia personal, y no tiene nada que ver con
la ciencia ni con los hechos. Quien
emprende la búsqueda de Lo Natural lo hace como parte de la
definición de su identidad.
Con sus actos y creencias afirma: “no quiero añadir más dolor al
mundo”, “yo no soy así”. Por eso los debates son tan airados
al tratar estos temas. No
se trata de lo que es mejor o no hacer, sino de lo que uno cree que
debe ser.
En
este contexto tan subjetivo y resbaladizo, decidimos
llamar Natural a aquello que consideramos digno de cargar con
nuestras esperanzas, que
son en realidad nostalgia por un mundo perdido. Pero esto tiene dos
riesgos importantes. El primero es que lleva a equívocos, a veces
absurdos y letales. Porque el agua que nos nutre es tan natural como
el fracaso renal que sufrimos si nos bebiéramos veinte litros de una
sentada. Natural es el tomate de la huerta, como lo son el virus del
Ébola o el bacilo de Koch. Natural es la cicuta que los antiguos
bebían para darse muerte, o el veneno del áspid de Cleopatra. Que
algunas personas (como el malogrado Steve Jobs) renuncien a la
medicina “oficial”, con consecuencias funestas y potencialmente
evitables, por atribuir a la palabra Natural características que no
le corresponden, es algo que, sencillamente, retrata muy bien nuestro
tiempo, pero no nos podemos permitir.
El
segundo riesgo es errar el camino, pues sentimos nostalgia de un
lugar que -como afirma José Antonio Marina- quizás nunca existió.
Porque la Naturaleza no es tranquilidad ni armonía, sino en todo
caso equilibrio inestable y lucha. El mundo ha cambiado, y los
que hoy lo pisamos somos los supervivientes. Mañana seremos menos.
La evolución siempre marcha hacia delante. No hay donde regresar. Si
renunciáramos a la electricidad, por ejemplo, en una semana habría
fallecido gran parte de la Humanidad. Deseamos abandonar algunas
partes de lo que implica ser humanos, las partes que consideramos
artificiales, y no nos damos cuenta de que artificial y natural no
están claramente delimitados. Ni siquiera sabemos qué partes nos
benefician y cuáles nos hacen más daño. No hay elección. Sólo
podemos utilizar ese deseo de no dañar para seguir adelante.
Conclusiones
Lo que proponemos en definitiva es que la búsqueda de Lo Natural se
subordina a dos funciones principales:
a) el
manejo de la culpa ante un mundo insatisfactorio
b)
la configuración de una
identidad unida al bando
de los defensores del mundo
De
alguna forma la medicina probó el fruto prohibido que la expulsaría
del Paraíso cuando se tecnificó en el siglo XIX. Dejó de lado las
armas que habitualmente habían sido suyas: el contacto con el
paciente, la creación de explicaciones compartidas, la sugestión...
y las subordinó a la eficacia, demostrable pero fría. Implacable
pero deshumanizada. De ahí a la actual proletarización sanitaria
sólo habría un paso. Las grandes instituciones humanas (el Estado y
el Mercado) se percataron de la eficacia de estos métodos y los
hicieron suyos. Los incentivos cambiaron, y la eficiencia pasó a ser
el objetivo sagrado. El médico pasó a formar parte del sistema. El
rechazo a la medicina oficial, por tanto, se entiende como
parte de una red de símbolos que crece cual bola de nieve echada
a rodar, que incluye sin ninguna duda el poder político y el afán
de dinero, pero cuyo núcleo probable son el rechazo a la
civilización y la nostalgia del Paraíso.
No
seremos los médicos quienes prendamos las hogueras más altas contra
la medicina natural o alternativa, pues de sobra conocemos el alivio
por la fe, la confianza y la sugestión, que no son sino el
reflejo de un sujeto que pasa a sentirse inmerso en un relato
esperanzador, un relato en el que tiene una posición algo más
poderosa frente algo tan descorazonador como lo es cualquier
enfermedad. El efecto Placebo, a pesar de su mala prensa, es parte
fundamental del acto de sanar, como ya lo era hace siglos. Pero es
nuestro deber informar y supervisar que se lleve a cabo en
condiciones de seguridad. Debemos evitar las negligencias, así como
protestar ante la publicidad engañosa o las acusaciones infundadas. El proyecto de regulación de la homeopatía refleja nada menos
que el intento de conseguir la cuadratura del círculo: satisfacer la
demanda de Lo Natural, mientras no haga daño y mientras dé dinero.
Inevitablemente las posturas estarán enfrentadas, pero será siempre
bueno que nos preguntemos por qué.
Más información
sobre la polémica medida:
Una entrada
brillante de Paco Traver, fundamental para comprender el efecto
Placebo:
Realmente muy interesante el artículo, estoy empezando a incursionar en esto de la medicina alternativa y me gustaría saber qué piensan ustedes sobre la Rhodiola Rosea. Desde ya les agradezco por su respuesta.
ResponderEliminarUn saludo, Laura.
Hola. Muchas gracias por tu comentario. Ninguno de los miembros de Anábasis tenemos experiencia con Rhodiola Rosea ni con ningún otro compuesto homeopático, por lo que sentimos no poder darte más información al respecto que aquella disponible a través de Internet. Nuestra posición en torno a las prácticas médicas alternativas (aquellas que no han demostrado con suficiente evidencia empírica su utilidad terapéutica) se resume en que no consideramos que supongan un riesgo siempre que no sustituyan a tratamientos con eficacia demostrada para situaciones concretas (tu médico te puede informar) y siempre que el estado de salud sea aceptable, especialmente en cuanto a la función hepática, que va a ser la encargada de metabolizar la mayoría de las sustancias presentes en los remedios de herbolario. En caso de estar tomando medicación para condiciones crónicas como diabetes, hipertensión o necesites anticoagulación es necesario extremar la prudencia antes de introducir nuevas sustancias, por el riesgo de interacción. Si tienes en cuenta estas precauciones y sientes que la Rhodiola te ayuda, adelante, pero siempre con supervisión. Esperamos haber sido de ayuda. ¡Un saludo!
ResponderEliminarOs felicito por este post, hace cierto tiempo publiqué algo que contó Van der Kolk a propósito del 11-S:
ResponderEliminarA este respecto me gustaria comentar una anécdota que contó Bessel Van der Kolk -uno de los expertos mundiales en el tema del trauma- respecto a la experiencia americana que siguió a los atentados del 11-S.
El Gobierno después de los atentados proveyó de fondos para atender a la población expuesta con el fin de prevenir o tratar los sintomas de estrés postraumático que pudieran presentarse. Se confeccionaron dos listados, uno con las personas que tenian derecho a esta prestación y otra con los psiquiatras y psicólogos acreditados para el tratamiento del TEP.
Pasó el tiempo y Van der Kolk que pertenecia a la comisión de expertos que seleccionaba las técnicas y a los profesionales idóneos para tal menester cayó en la cuenta de que muy pocos habian optado por las terapias recomendadas segun los criterios que establece la ciencia.
Intrigado por este misterio se puso a investigar por su cuenta qué había sucedido con las victimas del suceso.
La mayor parte de ellos habian renunciado a los tratamientos propuestos por el gobierno y sin embargo habian optado por pagarse tratamientos de acupuntura, masajes, homeopatia y otros tratamientos alternativos.
Naturalmente ninguno de estos tratamientos está indicado para la prevención o el tratamiento del TEP.
Pero parece que las personas cuando han de seleccionar para sí un tratamiento no lo hacen siguiendo las recomendaciones de “la evidencia cientifica” sino siguiendo otra clase de criterios.
Van der Kolk concluyó que debiamos seguir investigando las razones por las que el publico se muestra inclinado a seguir terapias no convencionales a sabiendas de que carecen de eficacia demostrada y rechazan las recomendaciones gratuitas que se le realizan desde las autoridades sanitarias.
Esto es lo que merece la pena ser investigado y no si la homeopatía es eficaz o no. Eso se lo dejamos a los moralistas y neopuritanos.
Muchas gracias por la aportación, que es realmente interesante y captura bastante bien algo que nos encontramos a menudo en las consultas. Desde hace un tiempo nosotros preguntamos sistemáticamente si quien viene como paciente al psiquiatra ha realizado previamente alguna terapia "alternativa" o bien si ha recurrido a remedios de herbolario.
EliminarEl porcentaje es sorprendentemente superior a lo que daríamos por hecho si no preguntáramos expresamente. Ante esto, uno puede tomar dos opciones, o bien indignarse como representante de la medicina oficial, o bien intentar comprender las motivaciones de la gente que sufre y entender que muchas veces toman un papel activo en la búsqueda de soluciones, en una escala de valores que se amolda a la gravedad que van percibiendo de la situación. En los casos en que las terapias alternativas no han funcionado, acuden al siguiente escalón, que puede ser el nuestro.
Pensar que acudir en primer lugar a las terapias alternativas es un acto que obecede a la ignorancia o la falta de información, en plena era de internet, creo que es simplemente un error de bulto, salvo excepciones contadas.
Defender nuestro escalón como la única vía posible por considerarnos en posesión de "LA VERDAD CIENTÍFICA" nos arroja paulatinamente a un escenario de confrontación y cerrazón ante muchas personas, lo cual demuestra poca comprensión de los condicionantes sociales y metodológicos de la ciencia y huele a ese gustito que todos sentimos cuando creemos que formamos parte del bando legitimado por el poder del imaginario colectivo (el gran Otro), lo cual se reduce a una defensa identitaria, más cerca de nuestras necesidades que de la comprensión global del fenómeno.
¡Gracias por ayudarnos a pensar!
Muy interesante artículo, pero reforzaría mas el PARA QUE en cuanto a pregunta, que el POR QUE?
ResponderEliminarLo comparto en mi página, sino le molesta. Gracias
Muchas gracias Rozana, y encantados de que lo compartas. Es verdad que casi todo lo que hacemos tiene una finalidad, aunque a veces se nos escape a primera vista. Casi todas las tendencias humanas tienen una historia, un recorrido (por qué), que suele alimentarse de las consecuencias que tienen a día de hoy. Así muchas tendencias (ej: monogamia) se han hecho hegemónicas, mientras que otras se van erosionando poco a poco a medida que el mundo va cambiando la estructura de incentivos (premios y castigos).
EliminarComo los seres sociales que somos, creo que cuando nos "sentimos mal" necesitamos establecer una relación "humana" ("yo siento que tú sientes lo que yo siento". K. Lyons-Ruth). No es tan fácil encontrar esa respuesta en la medicina "oficial".... Nuevamente, pienso que la clave esta en la posibilidad de establecer una buena relación terapéutica (individual, familiar, grupal). Esto es lo que creo que buscan muchos usuarios de las medicinas alternativas... En mi opinión, estamos hablando de "sobremedicalización" de una forma muy reduccionista que no nos permite acceder a la complejidad del fenómeno...
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo.
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