“We're not bad
people. We just come from a bad place.”
Sissy Sullivan
© 2011 - Fox Searchlight Pictures |
1.
Vergüenza
En el
año 2011 se estrenó Shame, de Steve McQueen, una cinta que,
sin ser la primera que abordaba el tema de la adicción al sexo,
sí destacó por la acertada forma de presentarlo. Brandon Sullivan
es un ejecutivo neoyorkino que lleva una vida solitaria, pero
aparentemente ordenada y eficaz. Brandon es un tipo sereno, bien
considerado en su trabajo, deportista, exitoso con las mujeres. Al
mismo tiempo, en su impoluta intimidad, adereza las horas con los
servicios de alguna prostituta, consume habitualmente pornografía a
través de la red y lleva a cabo fugaces juegos de seducción con
algunas de las desconocidas que se cruzan en su camino.
Todo
parece funcionar en la rutina de Brandon, una rutina fría, cierto,
pero no problemática. Pero la llegada de su hermana Sissy provoca
que el frágil equilibrio se rompa, sumiéndole en el descontrol.
¿Qué va a ser tan desestabilizador para Brandon? La convivencia. La
incapacidad que descubrirá en sí mismo para tener relaciones
reales. Un sufrimiento profundo que busca salida en conductas
sexuales vacías, instrumentales, insatisfactorias, pero vividas como
necesarias.
2.
Incomprensión
La
adicción al sexo quizás sea uno de los trastornos peor comprendidos
de la salud mental, tanto por parte de los profesionales (algunos
de los cuales llegan a cuestionar su existencia) como por el público
general (que a veces ve en el término adicción una disculpa para
una moralidad laxa). Y es que nos resulta difícil entender que el
objeto de una apetencia natural, como es el sexo (apetencia
destinada a asegurar la supervivencia de la especie) pueda
provocar sufrimiento, siendo como es para la mayoría el máximo
exponente de placer.
Hay
tres conceptos que son la clave de toda enfermedad adictiva, pero que
tienden a ser confundidos. Se tratan de los conceptos de necesidad,
deseo y placer. Se suele pensar que es el placer lo
que mantiene a las personas atadas a sus adicciones. Pero lo que
los clínicos vemos en consulta (y que ha sido ampliamente respaldado
por la investigación) es que, una vez establecida la adicción,
nos encontramos ante un divorcio efectivo entre el deseo de llevar a
cabo una conducta y el placer que ésta proporciona. El adicto al
sexo no disfruta con el mismo, pero siente un deseo incesante y
reiterado que le empuja a la acción, muchas veces para aliviar el
malestar del propio requerimiento. Los mecanismos que controlan la
motivación se han acabado alterando y, por ello, ni todo el sexo
del mundo podría saciar a quien padece una adicción al mismo.
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No es
raro que, ante los relatos de personas que indudablemente sufren una
adicción al sexo, surjan medias sonrisas y comentarios socarrones.
Esto sucede incluso en la terapia de grupo con otros pacientes
adictos. No es difícil de entender, por tanto, que la vergüenza
sea el sentimiento que más condiciona la vida de estas personas, añadiéndose a los ya presentes en la mayoría de adicciones: culpa,
impotencia, frustración... Muy pocas veces se habla espontáneamente
del problema en la consulta, ya que el afectado vive que la
incomprensión va a ser la norma. En el caso de las mujeres esta
sensación de aislamiento es doble.
A
veces este sufrimiento representa una carga tan importante que acaba
desembocando en una serie de intentos por sobrellevar el malestar.
Muchas de estas estrategias a la larga serán dañinas. Son
frecuentes el consumo abusivo de alcohol, la dependencia de
psicofármacos y el desarrollo de crecientes problemas de
pareja. Esto no hará sino enmascarar el problema inicial
mientras la persona va ahondando en la contradicción personal que
caracteriza a la enfermedad.
3.
Adicción
La adicción al sexo puede tener muchas apariencias. Puede que se manifieste a través de la masturbación compulsiva, las fantasías que desvirtúan la realidad, la preferencia del sexo con prostitutas, las conductas de riesgo para obtener excitación, el cibersexo o bien una mezcla de todas las anteriores. ¿Cómo sabemos entonces cuándo nos encontramos ante una adicción al sexo? No se trata de un problema de frecuencia ni de intensidad de las conductas. Lo que es característico de este cuadro es el sexo instrumentalizado, separado de las emociones que van ligadas a las relaciones humanas. Cuando el sexo forma parte de la relación entre dos personas, éste nos procura bienestar, pero solamente si el otro también lo obtiene, Cuando esto no es así, si sólo se mira por el propio placer, el sexo se cosifica, iniciándose el cortocircuito mencionado entre los mecanismos de placer y deseo
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La ausencia de intención relacional es una clave. La otra es la
percepción de la pérdida del control. A medida que se
desarrolla la enfermedad el deseo se va haciendo más exigente,
restringiendo progresivamente la libertad de la persona. Cuando una
persona se ve empujada a actuar en contra de lo que quisiera para sí
misma se va produciendo un ataque frontal contra la autoestima,
frente al cual muchas veces el autoengaño a través de
justificaciones, la ocultación y las mentiras, son sólo
estrategias de supervivencia. Si se mantienen durante años (y
la vergüeza facilita que esto sea así) esto acaba teniendo efectos
distorsionadores sobre una personalidad que se torna inmadura.
Afortunadamente,
si se reconoce el problema a tiempo, la adicción al sexo puede
ser tratada por medio de la terapia psicológica, siendo la más
efectiva la que se lleva a cabo en grupos. El tratamiento está
orientado a comprender la enfermedad y a iniciar un
reaprendizaje de las conductas sexuales, reincorporándolas a
las relaciones humanas reales y absteniéndose de aquellas que son
emocionalmente estériles. Casi siempre se descubre que el origen
del problema no está en el placer, sino en las dificultades que
estas personas suelen arrastrar en su biografía, especialmente
patentes en la dificultad para abrirse a los otros y asumir las
necesidades de los demás.
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En próximas entradas
abordaremos:
·
Cómo entendemos la adicción: más allá de la dependencia
· El modelo integral de las adicciones a la luz
del DSM V
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