Samuel Shem, Mount
Misery
Muchos pacientes se
marchan de la consulta, extrañados, sin un diagnóstico. En
ocasiones esto sucede incluso después de meses o años visitando al
psiquiatra. Puede que uno no caiga en la cuenta de este hecho hasta
que otra persona le pregunte: ¿qué te han dicho de tu problema?
¿de qué te han diagnosticado? No siempre se podrá dar una
respuesta concreta. Algunos incluso notarán que han mejorado, pero
¿exactamente de qué?
Por otro lado, algunas
personas ven el diagnóstico del psiquiatra como una etiqueta
impuesta de la que prefieren no saber nada. Y al mismo tiempo otras
se identifican tanto con el diagnóstico (recibido o escogido) que
llegan a emplearlo como tarjeta de presentación hacia los demás.
¿Pero cuál es el valor
real del diagnóstico? ¿Es necesario? ¿Hasta qué punto tiene
importancia?
Ilustr. Lorenzo Mattotti |
1. Primero el paciente.
Los seres humanos nos llevamos muy mal con las
incertidumbres. Todos, desde bien pequeños, nos dedicamos
constantemente a buscar y generar explicaciones sobre lo que sucede
a nuestro alrededor. El mundo sólo nos resulta habitable en la
medida en que le otorgamos sentido, y por eso nos perturban tanto
las cosas que escapan a nuestro control o son puro fruto del azar.
Gran parte del sufrimiento que conlleva el estar enfermo tiene
que ver con esa incertidumbre, con no saber qué nos está
pasando.
Por eso, más que el psiquiatra, el primer
interesado en tener esa información es el propio paciente. El
simple hecho de disponer de una explicación satisfactoria de
los síntomas muchas veces sirve para calmar parte de la
angustia, y da pie a que se pueda empezar a hacer cosas en favor de
la recuperación. Una explicación satisfactoria debe ser
congruente con la cultura y los valores del paciente. Y para eso
deben coincidir mínimamente los términos en los que se describe
el malestar. Es ahí donde pueden empezar a surgir los problemas.
¿Es un diagnóstico una buena explicación?
2. ¿Qué nombre le ponemos?
El psiquiatra dispone de un catálogo
de patologías que abarca todas las formas científicamente
reconocidas de enfermedad. Este catálogo, si lo hojeáramos, lo
veríamos repleto de términos técnicos como Trastorno por Estrés
Postraumático, Esquizofrenia Paranoide, Trastorno Depresivo Mayor,
etcétera. Se podría pensar que la misión del psiquiatra es, tras
una primera visita, acertar a unir uno de estos nombres del catálogo
con lo que el paciente le ha contado. Pero no. O no todavía.
Entendemos por
diagnóstico esa conclusión a la que llegamos sobre la salud de
una persona tras evaluar unos signos y síntomas. Pero en
medicina casi nunca trabajamos con certezas, y menos en psiquiatría.
Normalmente la conclusión que sacamos en un primer encuentro sólo
puede ser una idea preliminar, a la que llamamos diagnóstico de
presunción: la opción más probable de entre todas las posibles en
un momento determinado.
Un psiquiatra no puede apresurarse a
diagnosticar sin conocer razonablemente al paciente. Por ejemplo: ¿es la tristeza consecuencia de un momento
especialmente malo en la vida del paciente o tiene que ver con una
forma habitual de tomarse las cosas? El enfoque del tratamiento
cambiará radicalmente en función de matices que lleva cierto
tiempo detectar. ¿Quiere decir que el paciente debe esperar todo
ese tiempo para recibir ese tratamiento? Afortunadamente no.
El diagnóstico de
presunción, aunque no lleve nombre ni apellidos, nos permite
hacernos una idea de cuáles son los síntomas más importantes a
tratar en las fases iniciales. Además, nos da pistas de por dónde
puede estar el origen del conflicto y orienta la dirección de la
terapia. Puede ser expresado con palabras que cualquiera emplearía,
y no tiene por qué ser técnico. Sólo tiene que ser honesto,
razonable y adecuado para el paciente.
3. ¿Y si necesito un informe?
Ilustr: abc |
Los psiquiatras empezamos tratando síntomas y, cuando conocemos lo suficiente al paciente como para hacer un
diagnóstico completo, suele ocurrir que ya lo vemos en toda su
complejidad como persona que sufre. En ese momento la denominación
oficial, con sus nombres y apellidos, casi siempre se nos queda
corta. No le hace justicia al caso.
Pero a veces es necesario emitir un informe, bien
porque lo requiere otro profesional o porque el paciente lo necesita
por cuestiones administrativas, bajas laborales, etcétera. En ese
caso, tras una evaluación detallada que no tiene por qué llevar más
de una o dos consultas, no habrá problema en plasmar sobre el papel
ese diagnóstico de presunción con la terminología apropiada.
Simplemente habrá que ser consciente de que esas
palabras son parte de una clasificación internacional, que surgió
para facilitar el trabajo a los profesionales, los investigadores y
los proveedores sanitarios. Por ello los diagnósticos tienen
el valor que tienen, que es -en definitiva- el de organizar cómo se
va a ayudar a la persona y no determinar qué se es ni quién se es.
Las claves:
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En próximas entradas
hablaremos de:
· Diferencias entre enfermedad, síndrome y
trastorno.
¡Muy bien dicho! A veces estresa tanto al paciente como al médico tener que poner una "etiqueta" a lo que puede tener varias...
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