domingo, 18 de agosto de 2019

Batas no tan blancas

Los autores, manos a la obra. © Yo,Doctor

Sobrevivir al error médico.


Puente de agosto: calor, reseña y reflexión.

La reseña corresponde a “El club de las batas blancas”, la primera novela gráfica del dúo de médicos conocido como Yo, Doctor. Tal vez ya hayáis visto algún trabajo anterior de @DocVer y @GuidoKun, pues últimamente se prodigan en diferentes medios con sus viñetas e infografías. Son a día de hoy dos autores en auge dentro del mundo de la divulgación sanitaria y la medicina gráfica.

Debo decir que posiblemente estas líneas estarán algo sesgadas, ya que con uno de los autores compartí clase y grupo de prácticas durante la carrera de medicina, y con el otro promoción y facultad. Esto (y cierta atracción compartida por lo absurdo) hace que les tenga aprecio de base, máxime cuando he podido seguir sus carreras artísticas prácticamente desde sus inicios.

En segundo lugar, la reflexión. Desde ya lanzo el aviso de que ésta puede destriparos la obra. Y es que aprovecharé para escribir unas líneas acerca de las implicaciones que puede tener para la salud mental de los médicos y demás sanitarios cometer un error en el trabajo. Esto trae asociada una segunda declaración de conflicto de interés: desde hace un tiempo me dedico precisamente a atender a profesionales que trabajan en el ámbito de la salud.

De ahí mi interés personal en el tema, y sirva como recordatorio y justificación: el primer afectado por cualquier error médico es el paciente y su entorno. No puede haber dudas al respecto. Dicho esto, me interesa conocer y exponer ese daño colateral no siempre tenido en cuenta ni adecuadamente abordado: el que sufren el propio profesional y el conjunto del sistema sanitario.

1. Crónicas de urgencias

Existe el lugar común de que hay pocas cosas más pesadas que un grupo de médicos que se junta para conversar en su tiempo de ocio. De ser esto cierto, sin duda tendría que ver con la comprobada tendencia a compartir anécdotas de sus respectivos trabajos. Y de entre todos los posibles escenarios, el servicio de urgencias se ha demostrado tradicionalmente como el más fecundo del anecdotario.

Para quien no lo sepa diremos que cualquier médico que haya pasado una temporada haciendo guardias (jornadas de entre 17 y 24 horas ininterrumpidas atendiendo toda demanda dispuesta a atravesar las puertas de un centro sanitario) se habrá visto obligado a presenciar situaciones que sin duda ponen a prueba su resistencia física, su equilibrio psicológico y su idea previa del mundo.

Trabajar en sanidad te cambia, lo quieras o no. Es difícil permanecer impasible ante las inagotables caras del sufrimiento humano y al hecho tragicómico de que en la misma jornada se alternen de forma imprevisible lo horrendo y lo banal. Este impacto es directamente proporcional a la responsabilidad que se le supone al profesional en cuanto a su desenlace. Se ha hablado, escrito y rodado mucho acerca de las diferentes formas de intentar encajar este tipo de experiencias: desde los amoríos desenfrenados y la pasión carnal (La casa de Dios, Anatomía de Grey), al aturdimiento de la conciencia (House, Nurse Jackie) y, por supuesto, el humor (M*A*S*H, Scrubs).

En este caso nos encontramos ante un buen pedazo de sublimación freudiana en forma de viñetas llenas de un humor algo negro, escatología y cierta vocación pedagógica.



2. Catarsis divulgadora

El club de las batas blancas narra la historia de una cena particular: cinco médicos se reúnen en el reservado de un restaurante y se turnan para compartir los entresijos de sus respectivas especialidades conforme van llegando los diferentes platos. Bruno el residente de primer año de Medicina de Familia (y Comunidades) no tiene del todo claro por qué ha sido invitado ni con qué objetivo, pero participa recordando la desorientación de su primer día de trabajo. Los demás, algo más veteranos, van destapando con tono desenfadado (otras veces mordaz y reivindicativo, luego compungido y angustiado) las miserias propias de la cirugía, la urología, la psiquiatría, o la medicina interna.

Aterrizando en el servicio de Urgencias. © Yo,Doctor
Como se anuncia en la contraportada, estaremos lejos de ver un ejercicio mitificado de la profesión. Habrá sitio sobre la mesa para los conflictos entre compañeros, la sobrecarga laboral, la falta de supervisión, los desencuentros con los familiares de los pacientes, se analizarán las trifulcas más habituales de la sala de espera y se hará inevitable mención a todo tipo y color de fluidos corporales.

El cómic, dibujado con un muy expresivo estilo muppet, está lleno de guiños roleros, videojueguiles y referencias a la abundante cultura popular dedicada el mundo médico. Además de funcionar como evidente catarsis para dos buenos conocedores del día a día de su profesión, el cómic trata de ir un poco más allá, lanzando aquí y allá píldoras con afán informativo, curiosidades históricas y desmentidos de viejos estigmas y lugares comunes.

Pero quizás lo más interesante de la obra se encuentre en el último acto. Tras los postres descubriremos el motivo por el que ha sido invitado el joven Bruno a tan excéntrica reunión. Y no será otro que un error médico, siendo convocado precisamente para compartir una vulnerabilidad común: el haber estado a punto de matar a alguien a resultas de una mala decisión profesional.

© Yo,Doctor

3. Cuando todos pierden

Quinoterapia. © Quino.
Si errar es humano, el error médico (léase sanitario) debe ser una parte inevitable del ejercicio de la profesión. Ahora bien, dada la magnitud de las consecuencias y la cantidad de sufrimiento que los errores médicos pueden comportar existe desde hace tiempo un fuerte compromiso dirigido a estudiarlos, comprenderlos y prevenirlos. Este empeño es el que ha dado lugar a la denominada Cultura de Calidad y Seguridad del Paciente.

En su recomendable libro “What Doctors Feel”, la doctora Danielle Ofri aborda el tema desde su propia experiencia personal y reflexiona en uno de sus capítulos acerca de cómo ha ido cambiando la manera en que los médicos afrontan sus equivocaciones. Señala que, si bien ahora lo asumimos como lo que toca hacer, fue el auge de las demandas y litigios contra los médicos y hospitales lo que llevó a emprender toda una serie de cambios que llevaron a la actual cultura de seguridad del paciente. Al parecer existen estudios que demuestran hasta qué punto se reduce el porcentaje de denuncias cuando los responsables del error hablan con franqueza sobre lo sucedido con familiares y pacientes, incluso cuando el error se cometió pero los resultados no fueron significativos o fatales.

En España sin duda nos encontramos varias décadas por detrás en cuanto a este nivel de compromiso, dados los muy diferentes incentivos económicos que estructuran nuestro sistema sanitario público. Sin embargo existe una barrera común, un obstáculo que ni siquiera los protocolos estadounidenses consiguen salvar del todo, y son de los que nos quiere hablar la doctora Ofri. Dos sentimientos frecuentemente inundan al profesional que comete un error: la culpa y la vergüenza. La culpa suele tener un carácter movilizador. Si no se rechaza de antemano, si somos capaces de aceptarla y no endilgársela impulsivamente a otros, su quemazón nos llevará a recordar lo sucedido y tratar de enmendarnos. Se trata de un escozor del que se puede aprender.

La vergüenza, al contrario, nos pone en tela de juicio de una forma más dañina. Nos hace sentir no tanto que hemos cometido un error, sino que nosotros somos el error. Que nos hemos traicionado a nosotros mismos. Este sentimiento tiene que ver con la imagen que tenemos los sanitarios (especialmente los médicos) de nosotros mismos. La identidad del médico concebida como benefactor irreprochable y poderoso encierra en su envés la semilla de la vergüenza. Si uno falla, después de todo, quizás no tenga lo que se debe tener para ser médico. Cuando las expectativas son tan desmesuradas, el golpe de la realidad puede ser difícil de encajar, llevando a la evitación, el ocultamiento y la práctica defensiva de la profesión.

4. Un término en disputa

En el año 2000 se publicó nada menos que en el British Medical Journal (BMJ) un artículo titulado “La segunda víctima del error médico” en el que se exponían precisamente las repercusiones psicológicas que éste podía acarrear en el propio profesional. El término cuajó, y a día de hoy existe un pequeño campo científico dedicado a esta “segunda víctima” (el profesional) e incluso a la “tercera víctima” (la institución). El Col·legi de Metges de Barcelona ofrece desde hace unos años una unidad destinada a ofrecer apoyo psicológico específico a la “segunda víctima” y ha creado un programa formativo online destinado a desarrollar programas similares en los entornos sanitarios.

Esto no está exento de cierta polémica. A través del blog “Avances en Gestión Clínica” tuve noticia recientemente de un intercambio de editoriales publicados (nuevamente) en el BMJ. En uno de los textos un grupo de representantes de asociaciones de familiares y afectados directos de errores médicos criticaban el uso del término "víctima" por parte de los profesionales, dado que de alguna manera usurpaba o distraía el hecho de quién había padecido en sus carnes el error. Los defensores del concepto de “segunda víctima” defendían (y en mi opinión están igualmente en lo cierto) que los daños sufridos por los profesionales y el sistema son considerables, y que la conocida reticencia de los médicos a la búsqueda de ayuda hacía preferible esta conceptualización a otras más persecutorias.

Las palabras no son inocentes, y encierran gran poder. Vivimos en tiempos en los que ser víctima de un daño no resulta tan vergonzante como en el pasado. De hecho, algunos autores (Giglioli; Campbell y Manning) afirman que el status de víctima resulta cada vez más deseado ante la obsolescencia de los mecanismos tradicionales de control de la interacción social. Nuestra época estaría dominada por un fuerte incentivo: la capacidad de reclutar aliados compasivos por medio de las redes sociales y generar de esta forma dispositivos de presión más rápidos y efectivos que el lento e insatisfactorio proceder judicial.

Paradójicamente, a pesar de su innegable poder y su capacidad para dañar el cuerpo de las personas que trata, el médico probablemente sea el eslabón más débil del sistema sanitario, el más impotente ante ante determinados sucesos, del que el error médico sea probablemente el más trágico. Si no existe una fuerte cultura institucional de Seguridad del Paciente, siempre será muy tentador para la institución y los compañeros ponerse de perfil, mirar a otro lado, vivir en la negación de las circunstancias materiales y organizativas que se encuentran presentes de forma significativa en el 85% de los errores médicos, según la literatura al respecto. La vulnerabilidad del médico reside en su atribución omnipotente de la responsabilidad (adjudicada y asumida), lo que se traduce en una particular disposición para convertirse en el chivo expiatorio de los males del sistema y depositario del dolor de la tragedia.

Existe cierto consenso en los estudios en torno a la mejora de la seguridad de los pacientes. Tres medidas deben estar presentes de forma sinérgica a fin de reducir significativamente los errores médicos: una visión sistémica de los incidentes, una actitud no punitiva hacia el profesional y una dinámica orientada a promover el aprendizaje a partir del error. En mi opinión la fantasía de la cena en el apartado refleja un problema institucional real en nuestro medio: la inexistencia de contextos seguros donde reflexionar acerca de las dificultades de nuestro desempeño como sanitarios.

5. Conclusiones. Luces y sombras.

He disfrutado leyendo El Club de las Batas Blancas. No se trata este de un cómic de Frank Miller, donde los blancos y los negros se recortan nítidamente los unos a los otros para dejar solo dos opciones: o densa tinta o papel inmaculado. El cómic de Yo, Doctor está lleno de grises, como lo está el trabajo de los sanitarios, repleto de incertidumbres y muecas que no saben si decantarse hacia la risa o el espanto.

© Yo,Doctor

Parte de los pasajes que quizás nos harán sonreír (o indignar) tengan que ver con los estereotipos (los familiares hostiles, la genitalidad, la casquería, la fascinación temerosa hacia la denominada enfermedad mental...) Los estereotipos funcionan como anécdotas convertidas en categoría, no por capricho, sino porque intuitivamente se ha detectado un grano de verdad. Pero ese grano casi siempre queda oculto tras la superficialidad de la cáscara. Raras veces tenemos el tiempo, los espacios o las herramientas conceptuales para pensar un poco más allá y construir historias más complejas. Si alguien acude al hospital a las 3 de la madrugada porque no puede dormir, ¿de qué situación personal, familiar o social es esta absurda demanda el emergente? ¿Y si la tendencia a hacer mofa de algunas visitas a urgencias y la tendencia a realizar demandas aparentemente absurdas compartieran algo?, ¿y si fueran la expresión de la sensación de impotencia de unos y otros ante la vivencia de la propia salud y la gestión de la enfermedad de los demás?

Quizás sean preguntas pertinentes, incluso valiosas. Pero tenemos mucha prisa. No hay camas en observación. No somos trabajadores sociales. Tal vez nunca lo sabremos.

© Yo,Doctor
Es posible que, a medida que @DocVer y @GuidoKun vayan ganando madurez como autores, podamos notar una mayor presencia de una lectura compleja de las situaciones recurrentes detectadas (¿qué tal la paradoja de quejarnos por la hiperfrecuentación tras décadas de radiar a la población con el consejo de no automedicarse y consultar siempre con un médico?). Lo cierto es que los conocimientos de sociología, el conocimiento de los determinantes sociales de la salud y las condiciones de vida nunca han sido nuestro fuerte como colectivo. Del mismo modo tal vez veamos en futuras obras un mayor peso de las figuras femeninas y sus puntos de vista, tal y como le corresponde demográficamente al mundo sanitario. Puede ser injusto esperar de ellos (más omnipotencia) que abanderen una visión contracultural de lo que significa ejercer la medicina, pero les animo a ello porque creo que tienen el potencial y la atención del público.

Pero sobre todo quería destacar la que creo su mayor virtud en esta obra, como es la valentía discreta de abordar uno de los endiablados problemas de las profesiones médicas: ¿qué pasa cuando nos equivocamos?

La cena en el reservado es la demostración fehaciente de que, enfrentados a una tarea común, aquellos terrores que no puedan ser hablados donde corresponde se materializarán allá donde puedan hacerlo, ya sea entre platos, entre sueños, viñetas o el furibundo batallar de las redes.

@JCamiloVazquez

Título: El club de las batas blancas. Crónicas de urgencias.
Autor: Yo, Doctor.
Editorial: Ediciones B
Fecha de publicación: 2019
Páginas: 152

Referencias:

  • What Doctors Feel. How emotion affect the practice of medicine. Danielle Ofri.
  • Wu AW, Medical error: the second victim. The doctor who makes the mistake needs help too. BMJ. 2000; 320(7237):726-7
  • Actuació davant les segones víctimes: cultura de seguretat del pacients. Roser Anglès, Sara-Guila Fidel
  • Crítica de la víctima. Daniele Giglioli.
  • The Rise of Victimhood Culture: microagressions, Safe Spaces and the New culture wars. Bradley Campbell and Jason Manning.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por dedicar vuestro valioso tiempo, y compartir, reflexiones tan necesarias y tan escasas en los tiempos que corren. Y hacerlo además de una forma tan amena...En los grupos con padres que llevaba siempre se hablaba de que el tiempo de cuidado personal (y reflexión con otros) había que pelearlo... seguro que iban a tener que priorizarlo y pelearlo...

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