Cada
vez llegan más adolescentes a nuestra consulta.
Y
cuando decimos adolescentes nos referimos a chicos y chicas que
pueden ir desde los 14, 15 o 16 años hasta la veintena larga.
A pesar de la disparidad de edades, estos jóvenes suelen tener algo
en común, y es que sus padres están muy preocupados.
Ilustr. Gettyimages.es |
A
veces estos padres vienen solos y nos cuentan que no saben qué
hacer, que no ven ningún tipo de motivación por parte del
chaval (estadísticamente suelen ser varones), que no lo ven
reaccionar a pesar de que se intenta razonar con él, que se muestra
constantemente hostil aunque se le trate con cariño, o incluso que
se muestra agresivo (levantando la voz, golpeando algún mueble)
cuando no consigue lo que quiere. En algunos casos dramáticos hay
agresiones físicas o un clima de constante amenaza que hace
imposible la convivencia.
Las
etiquetas que se le pueden colgar al problema son muy diversas:
"alteraciones de conducta", "abuso de las nuevas
tecnologías", "adicción al cánnabis, al alcohol, etc".
Es parte de nuestro trabajo como psiquiatras descartar que bajo
estas conductas no exista encubierto un problema más grave como
una depresión, un trastorno de ansiedad o un cuadro psicótico
incipiente. Estas posibles causas a veces están presentes, y es
bueno tenerlas en mente para no pasarlas por alto. Pero lo cierto
es que son poco frecuentes.
Lo
más habitual es que nos encontremos ante un adolescente
esencialmente sano que no ha llegado a adquirir un verdadero control
de sí mismo, y unos padres que se las ven y se las desean para
intentar controlarle ahora que es más grande, tiene más energía y
se ve apoyado/presionado por su entorno de amigos.
Cuando
se llega a la consulta de un profesional de la salud mental
normalmente se han intentado algunas cosas, entre ellas ver si con un
poco de paciencia al joven se le acaba pasando "el pavo".
Cuando esto no es así y la conducta empeora, cunde la
desesperación. No es raro percibir en estos padres sentimientos de
vergüenza o de fracaso. Pareciera como si el menor de edad (o no
tan menor) hubiera conseguido doblegar sin mucho esfuerzo a personas
hechas y derechas, tan normales en el resto de áreas de su vida como
cualquier otro.
Por eso, una vez expuesto el problema, no es raro que los padres acaben poniendo sobre la mesa la siguiente petición: "Necesitamos pautas".
El
éxito de de programas televisivos como "Supernanny" o
"Hermano Mayor" es la expresión más visible de lo que
estamos hablando.
Una
de las enseñanzas que nos regalan estos programas es que más vale
prevenir que curar. Los problemas de la adolescencia suelen ser
bombas de relojería que se arman durante la infancia.
Y
es que es entonces, durante la infancia y no tanto durante la
adolescencia, cuando más rendimiento tienen las pautas. En realidad
resulta complicado reconducir en 2 o 3 años lo que lleva fraguándose
los diez años previos, en los que se ponen los cimientos de la
personalidad.
Ilustr. Zits, de Jim Borgman. |
"Los problemas de la adolescencia suelen ser bombas de relojería que se arman durante la infancia."
Por
eso lo primero que transmitimos a los padres de chavales adolescentes
es que las pautas no serán soluciones rápidas. Con esto
ocurre lo mismo que con las dietas de adelgazamiento. En sí mismos,
5 o 6 consejos servirán de poco. A lo que debemos aspirar es a
introducir cambios reales y duraderos en la forma de vivir de la
familia. Los beneficios casi siempre aparecerán en el largo
plazo. Es necesario introducir nuevas rutinas, algunas incómodas, y
persistir en ellas sin esperar ver un resultado inmediato. Y eso nos
cuesta mucho.
¿Entonces
a qué nos referimos con pautas? ¿De qué tipo de cambios estamos
hablando?
Las
pautas ofrecidas por el profesional deberían traducirse en estilos
de educación diseñados y defendidos por ambos padres, consistentes
a lo largo de los años y basados en la recompensa y en el castigo.
El profesional no influye en el contenido de la educación. No es
nuestro papel. Nuestras recomendaciones se centran en la forma en que
dichas normas se diseñan y aplican para que tengan efectividad.
El
resultado que esperamos al aplicar dichas pautas tiene que ser el
llegar a generar un espacio normativo seguro dentro del cual
el menor tiene claro hasta dónde puede y hasta donde no debe llegar
su conducta, y cuáles serían las consecuencias tanto si respeta
como si viola las normas.
No
es posible acertar siempre ni hacerlo bien el cien por cien del
tiempo, pero si lo conseguimos la mayoría de las veces, el menor
crecerá en un entorno con capacidad para guiarle y protegerle de sí
mismo.
La misión de los padres es hacer que sus hijos logren ser personas autónomas para el momento en que la sociedad los reclame como adultos de derecho.
Seguiremos
tratando la problemática de los adolescentes en próximos posts. En
ellos reflexionaremos acerca de por qué hoy en día nos resulta
más difícil educar personas autónomas, veremos algunos errores
comunes que a veces cometen los padres, y trataremos el que
probablemente sea el talón de aquiles de nuestra generación: la
baja tolerancia a la frustración.
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