domingo, 16 de febrero de 2014

Mi médico me dice que no tengo nada

Síntomas clínicos sin explicación orgánica

La idea de este post surgió a raíz de un hilo de debate en uno de los grupos de Facebook donde médicos de diferentes especialidades comparten sus inquietudes, dudas, conocimientos, descubrimientos... ya sea en forma de posts en sus blogs, noticias, artículos de impacto... Un compañero neurólogo anunciaba que iba a dar una sesión clínica titulada: “Síntomas clínicos sin explicación orgánica, un reto permanente, estrategias de diagnóstico y tratamiento”. Interpelaba al público directamente, preguntando si teníamos pacientes así en nuestras consultas, por lo que se sucedieron una serie de interesantes comentarios por parte de diferentes especialistas.

Estos casos, estimados entre un 10-30% en las consultas de Atención Primaria, además de suponer un ingente gasto sanitario, conllevan un riesgo evidente para los propios pacientes que son sometidos a infinidad de pruebas diagnósticas y a multitud de tratamientos farmacológicos o no, de todo tipo y de dudosa efectividad. No es tan raro realizar un cateterismo o una fibrinolisis de urgencia a estos pacientes, o someterles a intervenciones quirúrgicas nada banales. Esto lo hemos podido ver desde diferentes perspectivas como médicos especialistas.
Y tan pernicioso como estas situaciones descritas, son las expectativas que se generan en médicos y pacientes, y la frustración consecuente de ambas partes cuando los hallazgos son negativos y se vuelve al punto de partida con los mismos resultados y la sensación de tiempo perdido. En este momento tan cargado de emociones negativas muchos médicos optan por dos opciones no excluyentes entre sí: dar al paciente de alta y/o derivarle a la consulta del psiquiatra “porque están todas las pruebas bien y yo no le encuentro nada”.



¿Cómo lo vemos los psiquiatras desde nuestro lado?

Desafortunadamente cuando recibimos el caso tras todo el periplo de pruebas y tratamientos, y la frustración ante la ausencia de hallazgos, el paciente suele acudir enfadado, desencantado con la medicina moderna súper tecnificada que tanto promete y tan poco le ha cumplido; y además con la incómoda sensación de que se le tilda de mentiroso o lo que es casi peor, de loco.
Con este punto de partida tenemos nuestras opciones bastante complicadas, puesto que no es un buen comienzo para la necesaria relación médico-paciente. Este tipo de situaciones son un terreno abonado para que los pacientes den el definitivo paso hacia otras prácticas alternativas, como ya explicábamos hace unos meses en el blog.

Sin duda el dualismo cartesiano ha hecho mucho daño no sólo a la Psiquatría, sino también a la Medicina en su conjunto. Los médicos de todas las ramas parecen haber olvidado que cuerpo y mente están íntimamente conectados. Conocemos que existen aspectos psicológicos de las enfermedades físicas, síntomas mentales de enferemdades físicas y síntomas físicos de las enfermedades mentales. Nos pasamos el día utilizando términos como “orgánico”, “funcional”... en una tendencia poco efectiva de atomizar el cuerpo por órganos que nos lleva a perder la perspectiva global. Pero aunque persistamos en nuestra tendencia organicista, los problemas no desaparecen, y los pacientes siguen experimentando sus complejos síntomas por lo que parece necesario dedicar un tiempo a darle un par de vueltas al asunto.

Aspectos clave:
  • Que no aparezca en las pruebas complementarias no quiere decir ni remotamente que no esté ocurriendo nada alterado en la fisiología corporal. Estamos aún muy lejos de tener la capacidad de visualizar lo que pasa por dentro con tanta precisión. Además hay varios ejemplos en la historia de la medicina acerca de enfermedades que se asociaban al estrés, o a aspectos psicológicos. Esto sucedía con las úlceras y gastritis, hasta que en los años ochenta se descubrió la implicación de una bacteria llamada Helicobacter pylori, lo que nos lleva a poder tratarlo de una manera efectiva.
  • Siempre tener en cuenta el principio de no maleficiencia (primum non nocere): aunque tengamos disponibles tratamientos o pruebas complementarias invasivas que podrían aportar más datos, si se han descartado razonablemente síntomas de gravedad o emergencia, hacer caso a la experiencia, intuición, o juicio clínico, que es una herramienta fundamental en la práctica clínica. Aunque temamos a veces decepcionar a los pacientes, la honestidad es una cualidad que siempre es aprecidada por todos tarde o temprano.
  • No es nuestro trabajo juzgar los síntomas de los pacientes en términos de veracidad. Los pacientes nos vienen contando que les duele la cabeza, que se marean, que se sienten fatigados... Y esto es independiente de que le encontremos una explicación conocida o no. Los psiquiatras hablamos a veces de la “vivencia del síntoma”, que es la particular forma que el paciente tiene de afrontar o sobrellevar aquello que está expresando verbalmente. En esto influirán aspectos como su personalidad, sus experiencias vividas, aprendizaje, cultura... Pero no habla de verdad o mentira, términos demasiado simples que no tienen cabida en la complejidad de enfermar, y que preferimos dejar para los tribunales (entre ellos el tribunal médico, que no la consulta).
  • A nadie le gusta pasarse la vida de médico en médico o de servicio de urgencias en servicio de urgencias. Si una persona está sana en todos los sentidos de la palabra, preferirá pasar su tiempo con su familia, amigos, trabajo, disfrutando de sus aficiones... Y si no es así algo está sucediendo más o menos explícito y debemos pensar que esa persona es merecedora de nuestra atención y ayuda si está en nuestra mano. No sirve de nada personalizar la situación y elucubrar acerca de manipulaciones sin sentido.


¿Qué hay en muchas ocasiones tras los síntomas sin explicación orgánica?

La mayoría de las personas hemos tenido experiencias somatizadoras a lo largo de nuestra vida. Ante situaciones de estrés como puede ser un examen, una entrevista de trabajo, etc. las naúseas, tensión muscular, dolor de cabeza, sudores, estreñimiento o diarrea suelen acompañarnos en estos trances.
Pero además de estos fenómenos circunscritos a situaciones muy concretas, hay un tipo de lo que podríamos llamar personalidad con un rasgo muy marcado de hipersensibilidad en el plano emocional. Estas personas encuentran grandes dificultades en gestionar esa mayor cantidad de emociones que perciben, y cuando su entorno o circunstancia vital concreta no les permite expresarlas de una forma consciente y verbal, dichas emociones encuentran su puerta de salida al exterior a través de esos síntomas físicos. Podríamos decir que “hablan a través del cuerpo”.

Alguien comentaba que la crisis está trayendo un aumento de estos casos. Más que el que la crisis los genere, entendemos que la crisis precipita esas situaciones en las que la vida de las personas se complica, y pone en jaque el asunto de lidiar con nuestros recursos mentales. Este tipo de problemas ha existido siempre y médicos de diferentes orientaciones se encargaron de estudiarlos, entre ellos el padre de la neurología Charcot. Era la denominada histeria, que aunque ya no aparezca su nombre en los manuales de medicina sigue existiendo entre nosotros como fenómeno clínico. El problema es el matiz peyorativo que ha alcanzado esta palabra, que no es sinónimo de mentiroso y manipulador, sino de personalidad hipersensible. Como cualquier cualidad tiene su cara y su cruz: el que es hipersensible vive con más intensidad los aspectos negativos de la vida, pero también los positivos. Gracias a las personas hipersensibles disfrutamos de excelentes manifestaciones artísticas, movilizan masas para causas de justicia social, y suelen ser excelentes relaciones públicas.


Aunque el nombre que le otorguemos sea lo de menos, las palabras son una herramienta terapéutica enorme en estos casos. Los psicoterapeutas bien lo sabemos. Pero la buena comunicación no debe ser sólo patrimonio de la psicoterapia. Cualquier médico en su consulta, tras haber descartado patologías físicas graves o urgentes, y sospechando factores emocionales como precipitantes o perpetuadores puede recurrir a solicitar la valoración por el psiquiatra y quizá llevar el caso de manera conjunta. Como ya dijimos: “le envío al psiquiatra que no le encuentro nada en las pruebas” nos va a llevar a un callejón sin salida. ¿Qué os parece esta otra opción?: “las pruebas que quería hacerle para garantizar que su salud física es razonablemente buena han salido bien, sin embargo, el que los síntomas continúen podría hacernos pensar que a veces la ansiedad, o problemas emocionales se manifiestan de esta forma, ¿qué le parece si la derivara a un compañero especialista en estos temas, que es el psiquiatra, para que le oriente acerca de cómo manejarlo?”.


De esta manera enviamos el mensaje al paciente de que entendemos que sufre y lo pasa mal, y ponemos a su disposición lo que juzgamos que podemos poner. Eso es lo que verdaderamente es exigible en la profesión médica. Como hemos dicho, la complejidad de estos casos es enorme, y por supuesto no creemos que simplemente antidepresivos o ansiolíticos van a ser la solución, por lo que ante la duda es mejor abstenerse de prescribirlos.



miércoles, 5 de febrero de 2014

No sé si usted me entenderá, doctor/a

Un tema que de vez en cuando surge en las consultas es el que podríamos resumir en esta frase: “doctor/a, si usted no ha pasado por esto, es imposible que lo entienda”. ¿Es realmente imposible que no lo entendamos? Quizá una mejor pregunta sería, ¿es necesario haber pasado por las mismas situaciones que los pacientes para poder ayudarles mejor? Reflexionando sobre el tema creemos que no sólo no es necesario, si no que a veces puede llegar a ser contraproducente.

La razón por la que podemos llegar a pensar que la persona idónea para ayudarnos en un problema es aquella que ha pasado por una situación igual o parecida, es porque confíamos en que ello aumentará su capacidad de empatízar con nosotros. La definición exacta de empatía es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado mental de otro. Ya hemos hablado en otras ocasiones en este blog sobre cómo funciona nuesta mente generando narrativas, y cómo muchas veces se ayuda para ello de la literatura, el cine, teatro... Todo esto aumenta nuestra capacidad de empatizar con cualquier situación, la hayamos experimentado en vivo o no. Empatizar en definitiva conllevaría varios pasos:

  1. Poder analizar una situación concreta con distancia.
  2. Identificar esa situación en nosotros mismos o desde nuestra propia perspectiva.
  3. A partir de nuestro conocimiento del otro, ponernos en su mente, en su lugar.
  4. Separar nuestras emociones de las de la otra persona.
  5. Por último, para que esa capacidad de empatizar sea efectiva tenemos que poder transmitir a la otra persona que nos hemos puesto en su lugar.



En los mecanismos implicados en el almacenamiento de recuerdos en nuestra memoria, el papel emocional es muy importante. Por eso nos resulta más fácil recordar datos o eventos que generaron emociones intensas en nosotros: el día que conocimos a nuestra actual pareja, la muerte de un ser querido, el día que aprobamos una oposición... Eso hace que frente a una persona con un problema parecido al que sufrimos en el pasado, lo recordemos con mayor facilidad, pero también recuperemos con mayor intensidad la emoción asociada a ese recuerdo. Por ejemplo, si estamos ante una persona que atraviesa una depresión, y en el pasado la tuvimos, existe el riesgo de que demasiada empatía nos paralice ya que la emoción de tristeza resurgirá con fuerza y sólo seremos capaces de transmitir esa pena sin aportar algo más que ayude quien tenemos en frente.


En el otro extremo del asunto tenemos la llamada neutralidad del terapeuta. Durante años en el psicoanálisis se habló de la necesidad de que el terapeuta fuera una especia de “tabla rasa o tela en blanco” que no expresara nada por sí mismo para no influir o no incitar a la sugestión en el paciente. Con los años han ido creciendo las voces críticas contra esta postura, y la propia terapia dinámica reserva esa neutralidad a casos seleccionados. Actualmente la mayoría de psicoterapias combinan las habilidades empáticas con técnicas que permitan ayudar al paciente a salir de su problema, ya sea introduciendo cambios en el modo de pensar, en la conducta, o en la versión del problema o de sí mismo.



El ejercicio de la psicoterapia implica una cierta distancia, dentro de que la neutralidad total como seres humanos que somos es prácticamente imposible. Pero nosotros como psiquiatras o psicoterapeutas no podemos ser amigos en el sentido estricto de nuestros pacientes. Los lazos afectivos intensos de amistad, amor o familiares dificultan muchas veces la mirada crítica y constructiva hacia esos seres queridos. La neutralidad, o la porción de neutralidad a la que podemos aspirar nos sirve para ver con distancia y analizar la situación. La empatía y habilidades de empatía que podemos aprender y entrenar son muy útiles para generar bienestar y confianza en nuestros pacientes y desde ahí motivarles para el cambio. Podemos coger cariño a nuestros pacientes, pero ante todo somos profesionales y las personas acuden a nosotros para aportar algo distinto a lo que han intentado hasta ahora.


En el caso del tratamiento de Adicciones existen corrientes que consideran que la mejor manera para ayudar a un adicto es otra persona con antecedentes similares. Estamos de acuerdo en que no sólo en la Adicción, sino en muchos otros trastornos mentales, uno de los tratamientos más efectivos es la terapia de grupo. Ésta genera un efecto espejo muy beneficioso en la que los pacientes pueden reconocerse en testimonios, situaciones o emociones de los demás y que aumenta su capacidad de autoconocimiento y reflexión.
Pero quizá con ese único elemento no sería suficiente, puesto que entre pacientes afectados por la misma problemática es más probable que se produzca la simpatía o conexión con los sentimientos del otro. Es decir, entiende, pero conecta sin separar los sentimientos de una y otra persona.




El terapeuta en cambio, a pesar de que no haya vivido una situación similar, ha estudiado a fondo la problemática desde diferentes perspectivas: científica, humanista... Ha leído sobre ello y ha tratado casos similares por lo que posee por lo general agudeza mental para analizar y detectar las dificultades que podrían darse. Y ha entrenado y comprende la importancia de las habilidades de escucha y empatía. Por ello puede entender, pero separar sus emociones de las del paciente, siendo capaz de aportar a la par que comprensión, una visión diferente y crítica que permita al paciente avanzar hacia el cambio.