domingo, 17 de noviembre de 2013

Las mil y una noches de la mente humana

¿Qué es más sencillo de memorizar: una página del listín telefónico o los nombres de los personajes de tu libro favorito? ¿Cómo se consigue ganar un concurso de memoria? ¿Por qué cuando un grupo de personas ven juntos una película, los resúmenes que nos ofrecen al final a veces se parecen sólo remotamente? ¿Cómo consiguió Sherezade salvar su vida en Las mil y una noches?.

Lo que tiene en común estas preguntas aparentemente inconexas en que todas ellas giran entorno a relatos, historias, narraciones.

Ilustr: J-J. Benjamin Constant

La narrativa es un género literario que tiene como objeto producir emociones en el lector mediante el desarrollo de una trama, que evoca un mundo, y en el que participan personajes definidos por esa trama. No se trata de plasmar hechos, función que sí tendrían los informes o las crónicas históricas. Tampoco su objetivo es sencillamente el de entretener. Todos somos narradores o contadores de cuentos. Si nos explican un concepto nuevo podemos entenderlo en mayor o en menor medida, pero si nos lo explican articulado en torno a un relato, es automáticamente absorbido y es difícil que se olvide. Nuestra mente se organiza a partir de relatos, y estos relatos tienen mayor presencia en ella dependiendo de la intensidad emocional que acompañaba cuando fueron asimilados.

Desde el principio de los tiempos han existido los cuentos populares. Los libros, las películas, el teatro, e incluso las conversaciones entre familiares o amigos citando (o criticando) a terceros nos abren un mundo infinito de relatos. Vivimos otras vidas y calculamos diferentes probabilidades de futuro a través de ellos. Desde muy pequeños los niños tienen la capacidad de identificarse con diferentes personajes de cuentos y así ir configurando su entorno. También lo dijo Flaubert: “Madame Bovary, c´est moi”. Al imaginar a un personaje, sus ideas se entremezclan con las nuestras configurando nuevas experiencias y modelando parcialmente nuestra visión del mundo y de los demás. Por eso un grupo puede ver la misma película pero cada uno vivirá “su película”. Las neurociencias ya han demostrado que nuestra capacidad de empatía y solidaridad tienen mucho que ver con este fenómeno. Y así, día a día, y sin darnos cuenta vamos confeccionando multitud de relatos que nos permiten organizar nuestra experiencia y nuestra memoria en forma de narrativas acerca de la sociedad en que vivimos, de las personas que nos rodean, y por supuesto de nosotros mismos o lo que llamamos identidad.


Gran parte de los problemas que vemos en consulta tienen que ver con la falta de conexión de esos relatos, o cuando los relatos principales no están ligados a las emociones que sentimos. Cuando a un niño le sucede algo percibido como “malo”, rápidamente tiende a atribuirse la culpa. Esto sucede porque al ocurrir algo inexplicable, la culpa es la forma más sencilla que se suele encontrar para dar sentido. Como decíamos previamente, vivimos inmersos en un mundo constante de relación entre personas, de ahí surgen ideas y significados que a veces ponen en cuestión nuestra narración y ésta tiene que ser revisada y redefinida contínuamente, con el esfuerzo y energía que eso conlleva. Cuando ese esfuerzo se agota es frecuente que aparezcan sentimientos de tristeza, impotencia, ansiedad, soledad, e incluso vacío. Necesitamos un sentido y coherencia narrativa.

Éste fue el tema del famoso libro del psiquiatra Víctor Frankl, El hombre en busca de sentido. Frankl, de origen judío, sobrevivió al Holocausto nazi tras pasar varios años en un campo de concentración. En medio de esta desoladora situación nos cuenta cómo sobrevive gracias a elegir vivir desde el sentido en medio del sin-sentido.
¿Cómo se puede alcanzar ese objetivo si ya nos parece haber agotado nuestras posibilidades? La psicoterapia puede ser entendida como una conversación terapéutica en la que el paciente es el experto en sí mismo y el terapeuta el experto en conversación. Mediante la formulación de preguntas acerca de la narrativa del paciente, el terapeuta puede “abrir” nuevas posibilidades para reconstruir esos relatos sin sentido y reconectar el mundo emocional con los mismos. Nos valemos de nuestra innata capacidad y necesidad de narrar para dotar a esos relatos sin sentido o negativos de fortaleza y positividad.

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