jueves, 6 de diciembre de 2018

¿Para qué sirve un cerebro*? La máquina de fabular.


Comentario en torno a “The Mind is Flat”, de Nick Chater

1. Soy inmenso... y contengo multitudes. (W.Whitman) 



Freud dijo una vez: “ya no somos los dueños de nuestra propia casa1”. Se refería a que, por mucho que nos sintiéramos al mando de nuestra vida mental, ahí estaba el inconsciente para contradecirnos. La división de nuestra psique en Superyó, Yo y Ello pasó a dibujar un paisaje abrupto, con lugares familiares por un lado, elevadas cumbres morales y, finalmente, profundidades poco accesibles aunque siempre dispuestas a hacer acto de presencia a través de los sueños, los lapsus y otros actos fallidos

El psicoanálisis vivió su periodo de auge antes de ser sustituido por las neurociencias como lugar del supuesto saber, pero todavía nos sentimos muy apegados a la idea de que más allá de los motivos declarados y el pensamiento puesto en palabras tiene que haber algo más, algo más profundo ligado a nuestra historia, nuestros deseos y miedos ocultos, nuestra verdadera identidad.

No nos pasa todos los días, pero lo cierto es que a veces nos sentimos divididos. Hay momentos de nuestra vida en que todas las personas dudamos, albergamos deseos contradictorios, o incluso traicionamos nuestros actos y motivos declarados. Descubrimos las multitudes que habitan en nosotros, como dijo el poeta. Estos fogonazos de zozobra se justificaban antaño en virtud de las pasiones, muchas veces atribuidas a los dioses, los humores u otros agentes externos.

El de Freud fue un intento de dar una explicación algo más racional a esta intuición inquietante. Hoy en día la psicología evolucionista apoya la idea de la modularidad de la mente como posible alternativa que justifique esta sensación de multiplicidad. Sin embargo, según el libro que inspira esta entrada, nuestra mente2 es mucho más sencilla que todo esto, y carece de profundidades. Para el profesor de psicología e investigador Nick Chater, nuestra mente es llana. Hablemos por tanto de por qué para él “The Mind is Flat”.


2.
Maquinarias de supervivencia. 

Al parecer, si queremos encontrar la solución a un problema, rebuscamos “en” nuestros recuerdos. Si tratamos de entender cómo nos sentimos con respecto a algo, volvemos “la mirada hacia dentro”, hacemos introspección. A veces nos relajamos y nos llega un destello de inspiración, la palabra, el enfoque que buscábamos. Surge la primera frase de un relato y sabemos que hemos acertado. ¿De dónde han llegado sino de nuestro interior? ¿Y si, como afirma Nick Chater, estas sensaciones no fueran más que una ilusión?

Partamos de la base de que nuestro sistema nervioso, al igual que el resto el nuestro cuerpo, es fruto de la evolución guiada por selección natural. Aquello que llamamos mente (o conducta), por extensión, también debería serlo. Y si algo sabemos acerca de los productos de la evolución es que son aquellos que se han demostrado eficaces a la hora de promover la supervivencia y reproducción de los organismos. Esa es por tanto la primera función de nuestro sistema nervioso: ayudarnos a enfrentarnos con éxito a nuestro entorno, y con éxito nos referimos a la propagación de nuestros genes, o lo que se ha llamado inclusive fitness.

De esto se deduce una segunda premisa, importante pero frecuentemente olvidada: no es una prioridad para nuestros sistemas nerviosos ni captar ni entender su propio funcionamiento. A esto se refiere el filósofo Daniel Dennett cuando habla de interfaz de usuario, comparando nuestra vida psíquica con la relación entre hardware y software. Percibimos el mundo en los términos que nos resulta más beneficioso captar, una versión adaptada a nuestras necesidades. Él llama ontologías al conjunto de elementos u ofrecimientos que pueden captar nuestra atención por tener algún tipo de relevancia en este sentido. Cada especie tendrá las suyas propias. Al igual que nosotros somos indiferentes a la banda infrarroja del espectro electromagnético, para otros animales resulta un ofrecimiento fundamental que organiza su comportamiento.

Por lo tanto interactuamos con el mundo por medio de una interfaz de varios filtros: el primero tiene que ver con lo que pueden captar nuestros sentidos y todo lo que queda omitido. El segundo filtro, más sutil y flexible, tiene que ver con cómo procesamos la información sensorial para convertirla en algo útil que dirija nuestra conducta en direcciones beneficiosas. Estos dos filtros o lentes, el sensorial y el perceptivo, van a moldear el contenido de nuestra conciencia. Esta es la base fundamental de nuestra relación con el mundo. Percibimos los ofrecimientos del mundo de unas formas y no de otras. Estamos sometidos a distorsiones y sesgos tan persistentes que en raras ocasiones tomamos conciencia de ellos, como no recordamos continuamente el hecho de que respiramos o los peces no cuentan con el concepto de agua. Esta es la ilusión de la que habla “The Mind is Flat”. Pero, ¿cómo se construye?


3. Desmantelando la ilusión.

Los mejores conocedores de cómo percibimos el mundo han sido tradicionalmente los magos, los sofistas y los trileros. Desde hace un par de decadas, sin embargo, existe un creciente interés desde la comunidad científica en torno a los sesgos que encorsetan nuestra vida psicológica, los atajos que tomamos al procesar información y las funciones a las que obedecemos al hacerlo.

El libro de Chater abunda en multitud de ejemplos que ilustran nuestra peculiar manera de percibir el mundo. A partir de muy pocos datos, vagos, dispersos, somos capaces de evocar escenarios o personajes enteramente creíbles. En eso se basa, por ejemplo, la ficción literaria. Pero lo mismo nos ocurre continuamente con algo tan esencial como el sentido de la vista: aunque en cada momento tengamos la impresión de captar nuestro entorno inmediato con multitud de detalles y colores, lo cierto es que nuestra agudeza visual se encuentra muy restringida a una pequeña zona de la retina. De nuestro campo visual solo una porción mínima capta los detalles; al mismo tiempo todo lo que rodea a esta zona de máxima agudeza visual se capta de forma borrosa y prácticamente carente de color. Pero nunca lo sentimos así.
Los dispositivos de eye-tracking permiten seguir la mirada mientras
se lleva a cabo una tarea visual. Si se encuentra dentro de un tren en
marcha podrá ver igualmente las batidas oculares de los pasajeros del andén.

Si finalmente percibimos un entorno rico, detallado, esto se debe al movimiento ocular continuo, las sacudidas que incansablemente barren nuestro campo visual, salto a salto, sin que nos demos cuenta de este frenesí. Uno tiene la sensación de ver todos los detalles del campo visual debido a que podemos redirigir la mirada de forma tan rápida que la impresión es de simultaneidad. Y sin embargo nunca lo percibimos todo de golpe. Captamos el mundo paso a paso. De la misma forma nos relacionamos con nuestra memoria, con las imágenes que evocamos al imaginar algo, los sentimientos que creemos sentir, las cosas que decimos o la idea que de nosotros mismos albergamos. Tenemos la impresión de que existe “un repositorio”, un almacén donde esperan las respuestas listas para ser consultadas, pero esto solo sucede gracias a la conveniente velocidad a la que ocurre cada salto. Somos tan rápidos que nos convencemos de que las respuestas siempre han estado allí, en un remoto rincón de nuestra mente. Ahí radica la ilusión.

Pero a pesar de todo lo expuesto la ilusión es persistente y nos sentimos profundamente eficaces en nuestra capacidad de percibir el mundo y a nosotros mismos. Y es comprensible, ya que en general nos desenvolvemos de forma altamente eficaz en la vida con los medios que tenemos. Pero se trata de una confusión. Recordemos que el criterio biológico de eficacia es la propagación de genes. En este punto no hay duda: como especie nos hemos extendido de una punta a otra del globo. Pero más allá de eso los humanos en realidad no somos nada buenos conociendo la trama de la realidad. Únicamente hay dos logros que contradicen esta afirmación, tan deslumbrantes como frágiles, siempre amenazados: hablamos del razonamiento lógico filosófico-matemático y, más recientemente, el método científico. Más allá de eso, toda la información que nos llega está inevitablemente sesgada a nuestro favor, formando parte de nuestro interfaz, nuestra ilusión de usuario.

4. Buscadores de sentido

Los animales humanos nos enfrentamos día tras día a un mundo de información tan ambigua y compleja que nos resulta imposible procesarla en su totalidad. Nuestros sentidos nos permiten acceder a una porción restringida de esta información. A diferencia de los ordenadores y sus circuitos de silicio, los encéfalos humanos procesan la información por medio del trabajo en paralelo de grandes redes de circuitos neuronales, altamente interconectadas. Estas redes son comparativamente lentas y corren el riesgo de interferir unas con otras. Su actividad compite al alcanzar el cuello de botella de la conciencia. Los módulos de la mente, según Dennet, parecerían un grupo de actores ávidos por acceder unos minutos al estrecho lugar del escenario iluminado por el foco. Esto se traduce en que solo podemos trabajar en un solo problema a cada momento. Aunque tengamos la impresión de la multitarea eficaz, de la atención continua, el rendimiento decae significativamente cuando intentamos llevar a cabo varias actividades al mismo tiempo.


¿Y cuál es la principal tarea de nuestros encéfalos? Detectar patrones en el maremágnum de datos inagotables y ambiguos. Los patrones, una vez son detectados, permiten otorgar significado a la experiencia sensorial. Lo que llega a través de los sentidos se engranará con las experiencias previas. De esta manera, lo que hemos vivido, lo que conocemos, condiciona lo que captaremos y entenderemos. Como afirma Chater, quizás inspirándose en el conductismo más asentado, nuestra actividad mental se asienta sobre un reguero infinito de precedentes que guían la experiencia subjetiva, aunque pueda quedar un cierto margen de creatividad que impida el duro determinismo. Somos tradiciones singulares, históricos de percepción y conducta que se retroalimentan, pero con un cierto margen para el cambio. Con más razón cuando entendemos que nuestras ontologías están pobladas de elementos simbólicos, que conforman la base de nuestro infinito lenguaje. Gracias a él vivimos entre palabras y podemos construir mundos infinitamente ricos, llenos de metáforas, alegorías y pareidolias que nos llevan a encontrar elementos relevantes para nosotros en el lugar más insospechado, o sufrir por las cosas que nos decimos a nosotros mismos.

Todo esto lo conseguimos paso a paso, a través de lo que Chater denomina el ciclo del pensamiento. Estamos ávidos de nueva información, y nuestros sentidos rastrean el mundo buscándola sin descanso. Nuestras experiencias previas (los precedentes) guían la percepción y dan paso a nuestra experiencia consciente del mundo, guiando la conducta de forma flexible. De esta forma podemos adaptarnos siempre a la forma más efectiva para lidiar con nuestro contexto. Cuando se nos requiera una explicación nunca nos faltarán las palabras. Necesitamos entender casi tanto como respirar. Muchas veces desconoceremos las causas últimas de cómo nos sentimos, o de por qué actuamos como actuamos. De ser muy necesario saberlo lo acabaremos fabulando. Nuestra identidad - ya no puede sorprendernos - no se esconde en ningún lugar oculto. Se trata del ejercicio retrospectivo de dar razones para nuestra propia conducta, limitados únicamente por la necesidad de sentir que no nos traicionamos demasiado a nosotros mismos. Los límites serán la memoria y la tolerancia a las inevitables contradicciones en las que nos descubran y nos descubramos.

Somos por tanto máquinas de supervivencia y reproducción, detectores de patrones, seres verbales capaces de imponer sentido sobre el caos del mundo, narradores compulsivos, oportunistas y persuasivos, llenos de contradicciones que anidan en una miríada de soluciones modulares a retos para la supervivencia de nuestros antepasados. Fabulamos sobre nosotros mismos, y construimos sobre los cimientos de las improvisaciones del pasado. Y aunque la maquinaria que nos permite todo esto no esté diseñada para ello, podemos aspirar a breves momentos de lucidez, en los que corremos el velo y atisbamos sus mecanismos.


The Matrix pasó a la historia como la representación más convincente de las posibilidades de una "ilusión de usuario".

5. Conclusiones y referencias

En breve, las tres ideas centrales expuestas en “The Mind is Flat” son las siguientes:


1. La percepción de que existen capas o niveles de vida mental se trata de una ilusión.

2. La ilusión se basa en una equívoca vivencia de coherencia, completitud y disponibilidad de la información que manejamos a través de nuestros procesos cognitivos.

3. Del proceso cognitivo nos está vedado conocer sus mecanismos subyacentes, con lo que solo nos apercibimos de los resultados del mismo, a los que llamamos experiencia consciente.


De entre los aspectos positivos de la obra tenemos que señalar su inglés asequible así como la variedad de ejemplos y situaciones capaces de confrontar nuestra ilusión de completitud. Los experimentos mentales resultan demostrativos y sugerentes. Por otro lado, creemos que emplear la propia experiencia subjetiva, la fenomenología, como herramienta capaz de hacernos dudar de ella misma se trata de una estrategia elegante y congruente con enfoques relevantes en terapia, tales como la meditación con atención plena. Una de las mejores maneras de traspasar la ilusión del lenguaje o descubrir la naturaleza transitoria y dinámica de los contenidos mentales a lo largo del flujo de conciencia. Así mismo, el enfoque evolucionista creemos que es un requisito fundamental para cualquier indagación psicológica que quiera mantener una relación de parsimonia con las áreas más consolidadas de las ciencias biológicas.

A pesar de su mérito el libro no está libre de imperfecciones. Muchos de los argumentos son expuestos de forma redundante, y la estructura de los capítulos parece no corresponder en su contenido a la propuesta inicial del autor. Es posible que en ocasiones abuse de metáforas y recursos estéticos a fin de conferir fuerza a unos argumentos no tan sólidos como el autor quisiera pensar. Algunas áreas presentan contradicciones o merecerían un abordaje más detallado, tales como la implicación de la memoria en el ciclo del pensamiento o la intervención de los afectos. Finalmente, el uso reiterado del término “brain” (cerebro) pensamos, no corresponde con lo que vamos conociendo en torno a la participación de todo el sistema nervioso y el resto del cuerpo en el control de la conducta, lo que hoy se conoce como cognición extendida o encarnada (embodied cognition).

Recomendamos para su completo disfrute ampliar su lectura con los otros dos textos que nos han acompañado en este análisis, a saber: “De las Bacterias a Bach. La Evolución de la mente”, del filósofo Daniel Dennet y, como una refrescante aproximación a la filogenia de los sistemas nerviosos “Otras mentes”, del filósofo Peter Godfrey-Smith.




Ficha técnica
Páginas: 251
Editorial: Penguin Random House UK
Fecha de publicación: 2018

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* Por uso común del término utilizamos cerebro, pero mejor decir encéfalo (cerebro y cerebelo).

1 “...das Ich nicht Herr sei in seinem eigenem Haus”.

2  Usamos el término mente en el sentido coloquial y divulgativo que emplea el autor. Puede ser traducido como cognición y conducta en un sentido amplio.

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