domingo, 31 de diciembre de 2017

Te acompaño en el sentimiento

Hace pocos días un paciente compartió conmigo la siguiente experiencia: 

Se acercaban las primeras Navidades en ausencia su mujer, fallecida meses atrás de forma bastante trágica. Al término de un encuentro con otro miembro de su familia extensa, conocedor de la tragedia, llegó el momento de despedirse.

Ilustr. por Dubois
- Que pases felices fiestas – dijo el familiar de mi paciente.
El viudo, dolido, a la par que sorprendido, le contestó:
- ¿Pero cómo pretendes que sean felices con lo que me ha pasado?.
Su familiar le replicó, bastante molesto:
- Bueno, ¡y qué quieres que te diga!

Repasando el suceso en consulta mi paciente era plenamente consciente de la buena intención tras el comentario. Aún así, sintió que no le ayudaba precisamente, sino que de alguna manera profundizaba un poco más en la herida de su pérdida. Se sintió incomprendido y tremendamente solo, a pesar de que uno esperaría precisamente lo contrario de una reunión familiar.

Trabajando este episodio acudieron a la memoria de mi paciente otros tantos comentarios que le habían hecho a lo largo del último año: "tienes que salir y rehacer tu vida""tienes que hacer por pasar página""no puedes estar todo el día  en casa, llorando""ya han pasado más de 4 meses, no deberías seguir tan afectado"... Siempre cargados de buenas intenciones, siempre vividos como inadecuados.

Estas situaciones son abrumadoramente frecuentes entre las personas que acuden a consulta, y sospecho que también para todas los demás. Se trata de algo que está a la orden del día, y que parece ir a más impulsado al menos por dos factores:

El pobre ratón Mickey se ha convertido en el símbolo de
la distópica búsqueda de la felicidad a cualquier precio.
1) El mandato cultural de estar felices y contentos, seguir en marcha, ser productivos.

2) La creciente dificultad de muchas personas para lidiar con el dolor propio y ajeno. 

Contra el primer factor, me temo, es bastante difícil luchar. La búsqueda del bienestar es un motor fundamental de nuestra economía, aunque de ello resulten situaciones absurdas y psicológicamente dolorosas. Una sociedad cuyo lema no fuera "satisface tus deseos" sino "confórmate" probablemente debería renunciar a gran parte de las comodidades propias de una sociedad de consumo. Tendríamos que cambiar por completo nuestro modo de vida, lo cual, aunque se nos llene la boca de decirlo, es algo que nos costaría bastante hacer.

Con el segundo factor, afortunadamente, tal vez sí podríamos llegar a hacer algo.


Mirando al sol

Últimamente he podido leer la autobiografía del psiquiatra y terapeuta Irvin Yalom. Siempre es interesante repasar el devenir de alguien con tanta experiencia a sus espaldas, especialmente si está dispuesto a reconocer sus errores y no solo exponer sus triunfos. En esto Yalom resulta especialmente cercano. Pocos terapeutas tienen su tacto y compromiso a la hora de mostrarse.

Uno de los capítulos más interesantes del libro tiene que ver con su experiencia coordinando grupos de terapia para personas con cáncer en fase terminal. Fue a través de las experiencias de estos pacientes que empezó a interesarse cada vez más por el existencialismo, la corriente de pensamiento filosófico en torno a los desafíos ligados al hecho de ser humanos. Entre ellos, uno que suele aflorar de la mano de la enfermedad: que nacemos y morimos solos, como el Ivan Illich de Tolstoi.

Con el paso de los años Yalom acabó escribiendo un famoso -y más que recomendable- tratado titulado "Psicoterapia existencial". Como bien hace en recordarnos, no se trata de un modelo (otro más) de psicoterapia, sino de una invitación para dirigir la mirada hacia determinadas áreas de la existencia que tendemos a dejar apartadas por miedo al abismo. Estas cuatro áreas son: el aislamiento, la libertad, la ausencia de sentido y, por supuesto, la muerte.


Él toma prestada una cita de François de La Rochefoucauld para referirse a nuestra capacidad de encarar este hecho: "ni al sol ni a la muerte se les puede mirar fijamente". Otro de sus libros, consecuentemente se titula "Staring at the Sun" (Mirar al Sol, en su edición española).

Eso mismo nos sucede muchas veces cuando nos enfrentamos al dolor propio y ajeno. De forma más o menos inesperada irrumpe el Sol en nuestro campo de visión, y la tentación de apartar la mirada cuanto antes es casi la norma.

Hay muchas formas de eludir la angustia:
"Ya verás como va a ir bien"
"Hay otros que están peor"
"No es para tanto"
"No le des tanta importancia"
"Mejor piensa en otra cosa"
Etcétera.

Son siempre comentarios motivados por el deseo de aliviar el sufrimiento del otro (y también el propio), pero que suelen ser inútiles en el mejor de los casos, y dolorosos por lo general.


Ritos expropiados.

Con el paso de los años he aprendido a valorar la sabiduría popular acumulada en determinadas prácticas rituales. Como cualquier tradición culturalmente mediada (esto es transmitida por imitación y prescripción social) un rito tiene el peligro de quedar obsoleto, o de contravenir las necesidades de un individuo particular (ver La Casa de Bernarda Alba). Pero lo cierto es que si un rito se afianza en una cultura es porque suele responder a una necesidad humana relativamente prevalente.

Ilustr. por Lorenzo Mattotti
Un rito que se ha abandonado, tal vez porque la religión católica se lo apropió y en su debacle contemporánea hemos acabado tirando el niño con el agua sucia, es el del luto. Probablemente la mayoría de las personas puedan pasar sin él, pero en muchos casos, ante la presión social de volver a ser felices y productivos cuanto antes, y el sufrimiento que esto genera en muchas personas, no puedo sino pensar en lo útil de aquella sanción cultural. El luto permitía al doliente dar rienda suelta a su tristeza durante un periodo de tiempo razonable, con un principio y un final predeterminados, sin las prisas actuales. Por otro lado, el vestir de negro lo hacía ostensible al resto, quienes sabían que no había que andar complicando la vida a esa persona con propuestas de obligada diversión. El luto era el rito por el cual se permitía a las personas ser infelices durante un tiempo y cesar en la fatigosa búsqueda de la felicidad.

Hoy en día podemos extrapolar esta presión a casi cualquier sentimiento considerado negativo: la angustia, el miedo, la tristeza, la rabia... Si algo supo transmitir la película de animación de Pixar, "Inside Out", es que las emociones y sentimientos no son per se "buenos" ni "malos". Tal vez nos resulten agradables o desagradables, pero lo fundamental es que sean apropiadas al contexto. Tienen su sentido: un origen y una finalidad. Todas sirven. Entrar en un la dinámica de combatirlas a toda costa es una receta infalible para ahondar en la confusión y el malestar.

Por eso, aunque hay muchas personas que saben hacerlo de forma intuitiva y son aquellos "que saben escuchar", quizás todas las personas deberíamos aprender unas nociones básicas de acompañamiento y verdadera escucha.

Muchas veces en consulta les pregunto a mis pacientes si saben lo que se le dice a los dolientes en un entierro. Y la abrumadora mayoría lo sabe: "te acompaño en el sentimiento", me contestan. Efectivamente, les digo, no serviría de nada regalarse con un "lo superarás pronto", "no es para tanto" o "tenía que ocurrir", ni tampoco "en dos años te habrás olvidado de todo esto", por muy cierto que sea objetivamente hablando. No hay nada que moleste más a alguien que sentir que se le quita hierro a su sufrimiento, que se niega su emoción.

Ilustr. Livia Marin.

El rito, en cambio, esta frase que aprendimos de memoria como un refrán, tal vez sin pararnos a pensar en su significado, está llena de sabiduría. Ante las circunstancias de la vida no podemos cambiar lo que sentimos ni lo que sienten los demás. La mayor parte de las veces solo podemos mostrar nuestra solidaridad, haciendo notar que nos com-padecemos, que padecemos en compañía. Que estamos ahí junto a ellos, ni delante tirando ni detrás empujando. A la par, en relación.

Cuenta Yalom en su biografía que al inicio de uno de sus grupos de terapia para pacientes terminales, una mujer que padecía un cáncer muy avanzado abrió la sesión contando un cuento. El terapeuta lo recoge tal cual se pronunció, reconociendo que jamás se le habría ocurrido un inicio de sesión más brillante. Dice así:

Un rabino mantenía una conversación con Dios acerca del Cielo y del Infierno. "Te mostraré el Infierno", dijo el Señor, y condujo al rabino hasta una habitación con una gran mesa redonda. Las personas sentadas alrededor de la mesa se encontraban famélicas y desesperadas. En el centro de la mesa humeaba una enorme olla de estofado. Olía tan delicioso que al rabino se le hizo inmediatamente la boca agua. Cada una de las personas allí sentadas sostenía una cuchara con un mango extremadamente largo. A pesar de que las largas cucharas permitían alcanzar la olla, sus mangos eran mucho más largos que los propios brazos de los comensales. Es por ello que, incapaces de acercar la comida a sus labios, ninguno de ellos conseguía comer. El rabino pudo ver que, sin lugar a dudas, su sufrimiento era terrible.

"Ahora te mostraré el Cielo", dijo el Señor, y marcharon a otra habitación, exactamente igual que la primera. Allí encontraron la misma mesa redonda, la misma olla de estofado. Las personas allí sentadas estaban equipadas con las mismas cucharas de mango largo, y sin embargo todo el mundo estaba bien alimentado y rollizo, todos reían y charlaban. El rabino no podía entenderlo. "Es muy simple, pero requiere una cierta habilidad", dijo el Señor. "En esta habitación, como verás, han aprendido a alimentarse los unos a los otros."


Cuando decidimos adoptar la mirada existencial en terapia, o en nuestra vida, cuando decidimos mirar al Sol, la conclusión acaba siendo la siguiente: que solo podemos soportar la vida en relación.

Fotograma de la maravillosa "La mejor juventud"

Por eso, para este año que empieza mañana, desde Anábasis, os deseamos que tengáis compañía, que todos aprendamos a estar con los demás, que nos acompañemos en el sentimiento y que nos atrevamos a dejarnos espacio los unos a los otros cuando necesitemos estar a solas con nosotros mismos.


Bibliografía:
Becoming myself. A psychiatrist´s memoir. Irvin D. Yalom. Piatkus. London, 2017.
Psicoterapia existencial. Irvin D. Yalom. Herder. Barcelona, 2010.

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