Quizás víctima de la deformación profesional cada vez me interesan más las biografías, especialmente aquellas en las que el autor escribe para entenderse a sí mismo.
Hace un tiempo le regalé "En Movimiento", la autobiografía de Oliver Sacks, a un compañero psiquiatra que cumplía años. Yo todavía no había leído el libro, pero pensé que ambos respetables doctores compartían innegables semejanzas como el culto al cuerpo y el amor por las motos de gran cilindrada. Cuando unos meses más tarde otro buen amigo me obsequió a mí con este mismo libro pensé que había llegado la hora de conocer de primera mano al afamado doctor Sacks, alguien de quien sabía muy poco más allá de su nombre y el título de varios de sus libros.
Reconozco que hasta la fecha solo había leído su mayor éxito de ventas, y me doy cuenta de que cometí el error de leerlo demasiado pronto. Reabro las páginas de "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" para comprobar que lo di por concluído en el año 2006, mientras cursaba cuarto de carrera. Avergonzado por mi presunción estudiantil me prometo releerlo con calma, pero también me siento a escribir estas líneas, en un intento por compartir con quien pueda interesarle aquello que he (re)descubierto.
2. El deseo de narrar
Pensaba que al leer "En Movimiento" me encontraría con el proceso vital de un eminente neurólogo que, además, poseía una envidiable habilidad para la divulgación. Pero en lugar de eso me topé con que Sacks siempre fue esencialmente un contador de historias. Este detalle tiene su peso y acabaría resultando determinante en su vida. Todos poseemos la capacidad de juntar letras y amontonar frases en un intento por hacernos entender. Pero el escritor no puede elegir. El escritor necesita escribir, como una pulsión innegociable. Hacia el final de su obra nos confiesa que para él "el acto de escribir sirve para clarificar mis pensamientos y sentimientos. [···] es una parte integral de mi vida mental; las ideas surgen y cobran forma en el acto de escribir. [···] una forma especial e indispensable de hablar conmigo mismo."
A lo largo de esta conversación consigo mismo Sacks nos habla, como no puede ser de otra manera, de su origen londinense y de su familia de doctores, de las amistades que va trabando, de sus viajes en motocicleta intentando encontrar algo parecido a una vocación entre California y Nueva York. Aficionado a la química y a la botánica desde niño, lector voraz de los últimos científicos románticos, habría de realizar un doloroso descubrimiento al dar sus primeros pasos como joven médico. Descubre (con la ayuda de sus espantados tutores, hay que decirlo) que es demasiado impulsivo y disperso como para dedicarse al mundo de la investigación. Lejos de ofuscarse, Sacks tiene el valor de reconocer hasta qué punto sus lecturas juveniles le habían llevado a idealizar esa empresa del conocimiento.
Pero la renuncia al laboratorio no afectaría en lo más mínimo a su insaciable curiosidad, sino que simplemente la habría de redirigir hacia campos más afines a su personalidad y, a la postre, provechosos. Descubrirá de forma casi inesperada un placer genuino en el trato con otros seres humanos. Y este placer le permitirá ir más allá de los síntomas y signos manualizados, o los remedios de prescripción, para descubrir y apasionarse con las historias que esperan a ser hiladas de entre las vivencias de los pacientes neurológicos.
No dejan de tener interés los avatares editoriales y literarios, estos últimos relacionados con los vericuetos de la creatividad y sus bloqueos. Pero que un médico publique reflexiones sobre casos clínicos no habría pasado de mera anécdota de no ser por el tremendo e inesperado efecto que habría de tener sobre su campo de especialidad. Y es que el afán narrativo de Sacks, combinado con la escucha profunda y respetuosa que dirigía a sus pacientes, no solo dio pie a un fenómeno literario con trazas de género, sino que fue capaz de despertar verdadero interés, de poner el foco en un campo muy concreto de la medicina y en los individuos que, olvidados, habían de sufrir sus extrañas patologías. Es difícil calcular cuántos especialistas en neurología se habrán decantado por su especialidad después de leer a Sacks. Pero su obra no se queda en un oscuro deleite para neurólogos, sino que trasciende hasta convertir la experiencia subjetiva de sus pacientes en algo universal, que nos sirve para replantearnos nuestra propia "normalidad".
3. Anosognosia y honestidad
Otro efecto colateral de la profesión, imagino, es que cada vez más espero y agradezco la honestidad. Pero nunca resulta fácil mostrar las partes menos lustrosas de uno, o dar con el ritmo y el tono apropiados una vez que decidimos lanzarnos a ello. Lejos de caer en el exhibicionismo banal, Oliver Sacks despliega todas sus aristas de forma increíblemente serena, sin regodeos ni arrebatos autocompasivos. En un ejercicio de ensamblaje de piezas habla de su homosexualidad y proceso de autoaceptación en una época nada favorable a ello. Nos sorprende con el carácter obsesivo de algunas de sus aficiones y motivaciones, hasta el punto de batir un récord de culturismo o viajar miles de kilómetros en busca de plantas mesozoicas, las cícadas. Regala pasajes iluminadores acerca del manejo de su dependencia a determinadas drogas, o de las contradicciones que le producía el no ser capaz de entender muchas veces a uno de sus hermanos, diagnosticado de esquizofrenia. En ese sentido, "En Movimiento" rezuma autenticidad.
Oliver Sacks y Robin Williams durante el rodaje de "Despertares" |
Esta "anosognosia" sería la que le habría permitido formar parte como pionero de un movimiento apasionante, el del surgimiento de las neurociencias como nueva empresa del conocimiento destinada a pensar de otra manera acerca del eterno problema mente-cerebro y sus implicaciones para el ser humano. Veremos cómo, durante su época de madurez vital entabló amistad e intercambio intelectual con gigantes del pensamiento como Francis Crick o Gerald Edelman, entre otros. Resulta especialmente ilustrativo contemplar cómo, en el proceso de comprender el mundo, se requiere de todas las mentes posibles y sus diferentes enfoques, especialmente en las nuevas empresas, donde la curiosidad y el deseo de saber pueden llegar a contraponerse de forma peligrosa a consideraciones mundanas como los gremios, las teorías asentadas o los egos en disputa.
Y de todo esto nos habla Oliver Sacks, con estilo eficaz y conmovedor. "Para bien o para mal, soy un narrador. Sospecho que esta afición a las historias, a la narrativa, es una inclinación humana universal, que tiene que ver con el hecho de poseer un lenguaje, una conciencia del yo, y una memoria autobiográfica".
Las grandes biografías son aquellas en las que puedes reconocer atisbos de ti mismo y al mismo tiempo encontrar un modelo que brille a una distancia tal que te permita seguir creciendo.
Así que, muchas gracias, amigo.
Genial.
ResponderEliminar"Descubre (con la ayuda de sus espantados tutores, hay que decirlo) que es demasiado impulsivo y disperso como para dedicarse al mundo de la investigación. Lejos de ofuscarse, Sacks tiene el valor de reconocer hasta qué punto sus lecturas juveniles le habían llevado a idealizar esa empresa del conocimiento"
De todo el texto me quedo con eso, de las cosas a las que aspiramos en la juventud al descubrimiento de nuestras capacidades reales durante la edad adulta, asimilando el modo en que podemos aportar más.
Esta semana leía el artículo de un filósofo belga que afirmaba que el lema de "conócete a ti mismo" era una tontería. Entiendo que existe un gran afán de ser original que lleva a algunas personas a discutir aforismos clásicos. Yo sigo pensando que conocerse a uno mismo (entendiendo que, lentamente, las personas cambiamos) es una necesidad para navegar por la vida. ¿Te imaginas el sufrimiento de un Sacks atascado en una carrera investigadora y frustrado por no poder dar lo mejor de sí? ¡Gracias por tu comentario y un abrazo!
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