Hay una palabra
que tarde o temprano se acaba pronunciando en cualquier consulta de
salud mental.
Ilustr. Maja Wronska |
A veces formando
parte de un reproche.
Otras como una
duda sincera dirigida al profesional.
Y probablemente no
haya otra capaz de desatar más confusión, por su comprobada
inutilidad para ayudar a alguien que sufre. Sin embargo, la usamos
continuamente.
Se trata de la
palabra: normal.
“¿Le parecen
normales las cosas que dice?
“¿Es normal
lo que me pasa?”
“Esto no es
de personas normales.”
“Yo quiero
ser una persona normal”
etcétera.
La palabra normal
es de esas que abundan en lo que llamamos sentido común. Cuando
la empleamos en el día a día nos resulta enormemente útil.
Podemos condensar mucha información compleja en un solo concepto. Y
en general nos logramos hacer entender. En una conversación
cotidiana las diferencias de interpretación, la desviación entre lo
que yo quiero decir y lo que tú entiendas, serán en todo caso poco
problemáticas. Ese espacio, de hecho, es de las cosas que nos dan
vidilla, pues demuestra que no somos clones y da pie a la
humana costumbre del chismorreo.
Pero cuando
estamos en consulta, intentando hilar fino, explorando los deseos,
miedos y frustraciones de la gente, resulta que saltan las costuras
de las que creemos palabras seguras, y afloran todas sus
contradicciones, muchas veces convertidas en armas arrojadizas en
medio de un grave malentendido.
La palabra
normal, tan segura y honesta como pareciera, tiene dos caras.
- Por un lado se refiere a lo frecuente (normalidad estadística o descriptiva)
- Por otro lado se refiere a lo deseable (normalidad prescriptiva o desiderativa)
Entre lo frecuente
y lo deseable suele existir una relación, pero ésta a veces se
manifiesta de forma caprichosa, debido a que somos animales
culturales. Pero lo veremos más adelante.
Por el momento
cabe preguntarse, ¿a cuál de las dos caras de la normalidad se
refiere la persona que nos pregunta en consulta? Podemos intuirlo,
pero no lo sabemos a ciencia cierta. Los sobreentendidos pueden ser
peligrosos entre desconocidos, por lo que tendremos que indagar.
Primero vayamos
al individuo. ¿Qué es “lo normal” para mí?.
Ilustr. Calvin & Hobbes. Bill Waterson. |
Según la RAE, las
dos primeras acepciones de la palabra normal son:
- lo que se halla en su natural estado. (describimos una esencia)
- aquello que sirve de norma o regla. (de nuevo, la prescripción)
Las personas somos
animales de costumbres.
Lo raro, lo
infrecuente, nos inquieta, especialmente si llega de forma inesperada
o indeseada.
Existe un viejo
dicho en medicina, que afirma que la salud es la vida en silencio
de los órganos (René Leriche). Cuando ese silencio (que es el
habitual) se rompe, nos sorprendemos y asustamos.
Lo que nos
asusta es la incertidumbre. Y lo que nos alivia muchas veces es
recibir información contextual, es decir, encuadrar la experiencia
poco común, individual, que quizás estemos experimentando por
primera vez, en una historia con sentido. Este encuadre puede
llevarse a cabo a partir de de diferentes fuentes:
a) El sentido
común: podemos definirlo como el cúmulo de experiencias que atesora nuestro entorno. Estas experiencias se articulan en forma de discursos y conceptos que son parte
de nuestra cultura. Un ejemplo sencillo: la primera resaca. Puede resultar
preocupante y sorprendente lo que se siente después de un primer
consumo excesivo de alcohol. Afortunadamente tenemos a un montón de
gente a nuestro alrededor que ha sufrido la misma experiencia y, lo que
es más importante, que posee un nombre que darle a eso, y una serie
de expectativas al respecto. “No hay mucho que hacer. Bebe agua. Se te pasará”. Aprendemos continuamente de los demás, a
través de la conversación, y también disponemos del privilegio de
poder “vivir” múltiples vidas a través del arte (teatro,
música, novela, cómic, cine, etc...). Al mismo tiempo, a medida que
vivimos, vamos aprendiendo más y más de nosotros mismos, de tal
forma que poco a poco se reduce la lista de situaciones que nos
pillan por sorpresa.
b) Conocimiento
especializado: además del sentido común, las sociedades humanas disponen de un conocimiento restringido que tiene que ver con el reparto de tareas. En cada grupo
humano siempre existen miembros que se caracterizan por atesorar más
información y por tener la capacidad de generar sentido, sentido que
devuelven a los demás en forma de historias. Este conocimiento
especializado puede tener una base científica, pero sólo se le ha
dado relevancia a esta fuente desde hace un par de siglos. Hoy somos capaces de darle cierta relevancia a lo que nos puede decir un experto epidemiólogo,
cuando afirma, por ejemplo, que en
torno al 10% de la población holandesa ha tenido o tiene la
experiencia de escuchar voces dentro de su cabeza. Antes de la
hegemonía del discurso científico, solo disponíamos de
especialistas en explicaciones místicas, o narraciones míticas,
tales como sacerdotes, chamanes, gurús, etc. Hoy en día conviven
igualmente entre nosotros. El especialista, científico o místico,
brinda un conocimiento más global, que desborda lo individual, para
crear una estructura de sentido, según la cual una experiencia es
frecuente (como las voces, aunque no las compartamos) o infrecuente,
o apropiada a un contexto determinado.
Ilustr. David Parkins |
En resumen, cuando
algo desborda nuestra experiencia de vida (lo que podemos recordar de
nosotros mismos) acudimos a los demás para que nos amplíen la
información. El contexto siempre es importante. No es lo
mismo la experiencia del llanto inconsolable cuando hemos perdido a
un ser querido, que un llanto para el que no somos capaces de
encontrar ningún motivo. De la misma forma, algunas personas en
tratamiento antidepresivo sienten dificultades para poder llorar
debido a la leve anestesia emocional que induce el fármaco. Algunas
de ellas se sienten especialmente culpables al no poder llorar ante
un suceso doloroso. El mismo suceso, el llanto, puede ser
interpretado de múltiples formas en función del contexto. Si no
estamos dispuestos a escuchar y saber más, nunca sabremos que a
veces hay personas que desean llorar.
Por eso vemos que
se nos queda corta la palabra normal. Nos interesa más saber:
¿Esto que
sientes, lo quieres para tu vida? ¿Es deseable o indeseable? ¿Por
qué?
¿Te había
ocurrido alguna vez? ¿En qué contexto aparece?
¿Para quién es
deseable o indeseable? ¿Para ti o para alguien más?
Al fin y al cabo,
somos individuos y no clones. Nuestras experiencias se parecen a las
de otras personas, pero siempre incluyen un matiz, en el cual se
encuentra precisamente lo que nos hace diferentes. Por eso se agota
rápidamente la vía de la palabra “normal”.
En próximos posts
abordaremos lo que implica la palabra normal cuando vivimos en
sociedad.
Os dejamos con un tributo musical a la normalidad, ¡que lo disfrutéis!
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