Que
nadie se asuste por el título, pues tiene su sentido. Lo veremos al
final de la entrada.
Queremos
cerrar esta semana la serie que hemos dedicado a los problemas de
conducta con menores.
Anteriormente
ya habíamos dado unas pinceladas sobre los siguientes puntos:
Por
supuesto siempre que se ofrecen este tipo de recomendaciones
pareciera que estamos sugiriendo que en realidad no es tan difícil
hacerlo bien, que se trata de algo sencillo.
Nada
más lejos de nuestra experiencia.
Si
decíamos que el objetivo fundamental de los padres es conseguir que
sus hijos lleguen a ser personas autónomas, lo cierto es que cada
día nos encontramos con más dificultades para lograrlo. ¿Por
que cada dia que pasa esto nos parece más difícil? Esta es la
pregunta que quisiéramos contestar.
Ilustr. by Stanod. Tomada de Devianart. |
Para
eso creemos que es necesario ampliar un poco más el foco de
la cuestión. Ya vimos que la conducta individual no se puede separar
de la reacción que provoca en el entorno familiar. A todas las
personas nos atan los lazos recíprocos (palabra
clave) de ese sistema llamado familia. Por eso nunca hay sólo un
culpable (ese hijo o hija supuestamente problemático), sino varios
responsables implicados en el origen, pero especialmente en la
solución.
¿Podemos
ganar todavía mayor perspectiva? Ni los hijos ni los padres viven
ajenos al mundo que aguarda tras los muros de casa. Por eso será
necesario incluir en el análisis a ese gran sistema en el que
conviven nuestros pequeños sistemas familiares. Hablamos
necesariamente de ese entorno colectivo hipercomplejo que
tendemos a resumir con la palabra sociedad.
Lo
que quisiéramos hacer en las siguientes líneas es enumerar una
serie de factores, propios de este entorno en el que nos movemos,
para poder contar con ellos a la hora de pensar y actuar. Cada uno de
estos puntos se encuentra interrelacionado con todos los demás.
Constituyen una malla de relaciones tupida, enormemente compleja.
Únicamente separaremos estos factores en aras de la simplicidad, con
el objetivo de identificarlos, memorizarlos y comprenderlos mejor.
¿Por
qué nos cuesta tanto criar personas autónomas?
a)
Economía, empleos, rutinas familiares.
Partamos
de que vivimos en un país desarrollado como el nuestro, de
estructura económica de tipo capitalista, un cierto grado de estado
del bienestar (seguridad social) que viene a suplir las redes
tradicionales de apoyo solidario (familia extensa y vecinos, ambas en
franco retroceso), y un itinerario para los jóvenes basado en
promover la cualificación académica en la esperanza de obtener en
algún momento un empleo que permita acceder al consumo, cerrando el
círculo.
Gran
parte de la dificultad para criar a los hijos tiene que ver con el
modo en el que intentamos (sobre)vivir en este escenario. Cuando
hablamos de "la sociedad" podemos evocar un fantasma de
rostro difuso y sombra alargada, pero en realidad se trata de algo
que construimos entre todos a través de innumerables decisiones
personales. No es un ente personificable, con intenciones y
objetivos. La sociedad somos nosotros; nosotros y nuestras
circunstancias. Algunas de ellas serán pasajeras y anecdóticas,
mientras que otras acabarán fraguando en una estructura dinámica,
con sus inevitables inercias, pero siempre abierta al cambio.
No
solemos pensar mucho en ello, pero nuestra forma de interactuar en
sociedad es una mezcla confusa de valores transmitidos familiarmente,
elecciones personales e imposiciones paulatinas que influyen sobre
nuestros hábitos sin que nos demos cuenta. Pensemos en algunos
factores que dificultan la buena crianza de la que hablábamos en la
entrada anterior:
1. Mientras que antes bastaba con que uno de los progenitores trabajara
fuera de casa para mantener económicamente a una familia, hoy
hacen falta dos sueldos a jornada completa para poder asumir los
costes de la vida. Eso implica que los menores cada vez pasan
menos tiempo con sus padres, pero mantienen las mismas
necesidades de relación. Hay un dicho africano, que no por exótico
y manido es menos cierto: "hace falta toda una tribu para
criar a un niño". Esto es cierto porque, en algún momento,
a cada uno le toca ejercer un papel diferente en favor del menor. Sin
embargo, cada día es más habitual el que las relaciones familiares
se reduzcan a su núcleo más restrictivo (padres, hermanos),
quedando como secundarias aquellas que tienen que ver con la familia
extensa (abuelos, tíos, primos).
2. Al
precarizarse los empleos, los padres que trabajan fuera de casa
disponen de poco tiempo libre o se encuentran demasiado cansados al
final del día como para sentarse a hablar entre ellos, tomar
decisiones importantes, encarar un problema (lo cual nunca apetece)
o simplemente compartir tiempo de calidad con los hijos (jugar,
practicar juntos una afición). La falta de tiempo se relaciona
directamente con la falta de comunicación (no hablar de lo que
debe ser hablado). Esta es la principal fuente de malentendidos y
discrepancias a la hora de educar. Otra consecuencia de la
precariedad laboral es que dificulta la estructuración de la propia
identidad. Durante una larga época de la historia las personas se
identificaron principalmente a través de las relaciones familiares
(pertenencia a un clan, ser hijo de...). Hasta muy recientemente,
sin embargo, las personas se han tendido a identificar con su
ocupación laboral (es muy curioso observar cómo la gente se
presenta a otras personas en una fiesta, por ejemplo). El desempleo,
la temporalidad de los contratos, la demanda de perfiles versátiles,
hace que cada día sea más difícil acceder a formas tradicionales
de identificación. Esto probablemente influye en dos fenómenos muy
activos hoy en día: la identificación en torno al consumo
(marcas), y la identificación rígida a través de la
incorporación a organizaciones fanáticas (sectas, hinchadas deportivas, etc).
3. El
modelo educativo actual se centra en la transmisión de
información desde el profesorado al alumnado. La fórmula para
comprobar que se ha hecho con éxito consiste en invitar a los
chavales a plasmar lo transmitido en los exámenes. Esto suele
llevar a que el rendimiento académico se equipare en la práctica
con la capacidad de memorizar. Esto se lleva a cabo a través de una
jornada similar a la laboral, que exige capacidad para asumir unos
horarios fijos, prestar atención a temas que probablemente no
generen motivación por si mismos, con la expectativa de que una o
dos décadas después se pueda acceder a un puesto de trabajo
cualificado. Este modelo funciona relativamente bien para el
objetivo hacia el cual se diseñó hace un tiempo, pero la
capacidad de persistir, sentarse, callar y memorizar no es la misma
en todos los chavales. Al mismo tiempo es muy dudoso que la
supuesta promesa laboral sea capaz de competir con la enorme oferta
de entretenimiento de la que hoy disponemos si no introducimos
incentivos que lo refuercen. Predicar con el ejemplo en casa puede
ayudar (“estudia para ser como mamá y papá”). Ajustar
el modelo educativo a las demandas reales del mercado de trabajo,
tampoco haría ningún daño.
4. Si
algo nos define como sociedad es el consumo. El acceso casi
universal a bienes que hace cien años hubiéramos considerado de
lujo probablemente es uno de los motores de nuestras economías
modernas. Favorecen que trabajemos, ahorremos o nos metamos en
créditos con el objetivo de alcanzar esos inagotables objetos de
deseo. El dinero, de hecho, se trata del único requisito para
acceder a cualquier producto, lo cual tiene un efecto potencialmente
democratizador (que inevitablemente acaba saboteado por la
desigualdad en la capacidad de las personas para acceder al dinero).
El caso es que, si pagas, te lo llevas. Esta accesibilidad
universal, unida a la inmediatez de su disfrute hacen que cada día
sea más fácil obtener ahora mismo lo que se desea. Esto a lo que
puede llevar es a la fantasía de que siempre conseguiremos lo
que deseamos, especialmente porque cuando somos menores
normalmente son nuestros padres los que realizan el desembolso y por
lo tanto no nos duele la cartera como a ellos. La capacidad para
renunciar, esperar o tolerar que a veces no nos salimos con lo
nuestra no es un valor al alza en nuestro modelo económico y, si
nadie la fomenta, no surgirá de la nada por mucho que le vendamos
sus virtudes a nuestros hijos a través de palabras.
Ilustr. Calvin & Hobbes. Bill Watterson. |
5. Olvidamos
lo compleja que es una sociedad moderna hasta que intentamos
darnos de baja en una compañía telefónica y descubrimos la
capacidad de desintegrar la responsabilidad desparramándola a lo
largo de los eslabones anónimos que conforman la empresa. O cuando
nos enfrentamos a un trámite burocrático sencillo como una
declaración de impuestos. O cuando un frenazo en la autovía da pie
a una retención de catorce kilómetros. Para poder convivir en un
medio tan poblado y complejo debemos ser capaces de atender a una
cantidad descomunal de normas y procedimientos, la mayoría de los
cuales desconocemos y nos destruirán si intentamos obviarlas o afrontarlos
a nuestra manera. Las exigencias sobre el individuo combinan la restricción
normativa con la competitividad y la promoción del éxito
individual. En la práctica se trata de una carrera de obstáculos
en la cual a todos se nos pide coronar el podio. En este contexto se
incentivan determinadas actitudes que podríamos resumir en una
persistencia dócil, más cercana de lo que pensamos de un
tentador oportunismo egoísta. Lo que no está de más
recordar es que esto se trata de algo completamente circunstancial,
y nadie nos puede asegurar si se trata de algo saludable o siquiera
justo. Simplemente es el estado actual de las cosas, y a ello nos
tendremos que adaptar a menos que hagamos algo por cambiarlas.
b)
Valores, creencias y nuevas tecnologías.
El
catastrofismo es una de las formas más exitosas a la hora de
difundir versiones simplificadas de la realidad. Hoy en día tenemos
dos discursos especialmente en boga: el primero: “las nuevas
tecnologías son peligrosas.” El segundo: “en nuestra sociedad se
han perdido los valores.”
1. Los
valores. Muchas personas
afirman que vivimos en un mundo sin valores. Miran a su alrededor y
están convencidos de que de alguna manera éstos se han perdido y
por tanto pareciera que “todo vale”. Esto no es cierto. Las
personas vivimos inmersos en valores como los peces nadan en el
agua. Los valores son las apreciaciones que colectivamente
realizamos sobre nuestra conducta. En lo personal, tras hacerlos
propios, sirven como la aguja de una brújula, señalando hacia
dónde quiere uno ir, tras haber incorporado una entre las mútiples
opciones disponibles. Un valor responde a la pregunta, de ¿qué
clase de persona quiero ser en este área en concreto?. El problema
es que los valores van cambiando en su contenido a medida
que cambia el entorno en el que nos movemos.
La sensación de quiebra de valores surge porque una generación es
incapaz de reconocer sus propios valores en la forma de concebir el
mundo que muestran sus hijos o sus nietos. Y no los reconocen, no
porque no dispongan de valores, sino porque teniéndolos, su
contenido ha cambiado. Nos gusten o no, los valores en sí mismos
siguen ahí, orientando el comportamiento y los deseos de las
personas. El conflicto surge más bien al hacerse patente que el mundo ha
cambiado, pero nosotros no.
¿Qué valores diferencian nuestra sociedad actual de la de las generaciones anteriores? Está claro que, desde hace al menos 40 años, existen una serie de valores en desuso. Son los que conocemos como valores absolutos, tradicionalmente suministrados por la religión o las ideologías políticas en esos "packs" que se han venido a llamar “macrorrelatos”. Discursos autosustentados y totalizadores acerca de lo que es (y debe ser) un humano en el mundo. Su caída se hizo eco en el famoso lema de mayo del 68: "Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo mismo no me encuentro muy bien".
¿Qué valores diferencian nuestra sociedad actual de la de las generaciones anteriores? Está claro que, desde hace al menos 40 años, existen una serie de valores en desuso. Son los que conocemos como valores absolutos, tradicionalmente suministrados por la religión o las ideologías políticas en esos "packs" que se han venido a llamar “macrorrelatos”. Discursos autosustentados y totalizadores acerca de lo que es (y debe ser) un humano en el mundo. Su caída se hizo eco en el famoso lema de mayo del 68: "Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo mismo no me encuentro muy bien".
Ilustr. Phryne Flakes, by Sean Harrington. |
Como
suele suceder, la pérdida de estos valores absolutos tiene su cara y
su cruz. Por un lado su desaparición nos permite habitar de forma
más abierta, heterogénea y respetuosa con la discrepancia
individual. Permite que seamos más sabios, al poder incorporar
perspectivas diferentes acerca del mundo. Al mismo tiempo, el
conocimiento científico de la realidad, que necesita y potencia el
pensamiento crítico, la desconfianza hacia los liderazgos
personalistas al descubrirnos los medios de comunicación que todos
somos de carne y hueso, la rentable promoción consumista del
individualismo... todo ellos son factores que dificultan la
imposición de normas o responsabilidades obligatorias. En España
solemos relacionar este recelo con el incómodo recuerdo del régimen
franquista. Sin embargo no se trata de un fenómeno autóctono, sino
presente en todas las democracias modernas. Recelamos de
las figuras de autoridad y nos sentimos culpables si generamos
frustración en las demás personas.
Las normas nos parecen molestas y sospechosas. Se tiende a
infravalorar u obviar por completo la función social de la norma o
la prohibición. Desde esta óptica también se tiende a desacreditar
a otras figuras de autoridad, como el profesorado o las fuerzas
policiales.
2.
Tecnología y valores. Otro valor en boga es el anhelo de "lo natural", casi tan potente como lo fue en su momento el
deseo deseo de desarrollo tecnológico. Una de sus expresiones más
habituales es el recelo hacia las nuevas tecnologías. Lo cierto es
que es casi imposible prever el efecto a largo plazo que tiene sobre
nosotros la irrupción de una tecnología determinada. Tendemos a
sobreestimar algunos casos (la televisión por ejemplo), mientras que
otros los infraestimamos a pesar de las insondables repercusiones que acaban teniendo en
nuestra forma de vida (la lavadora, la píldora anticonceptiva, por poner dos ejemplos). Una
forma de no dejarnos llevar por el pánico es preguntarnos si nos
hemos encontrado en el pasado con situaciones similares. Y vaya si
ha sucedido antes: la llegada de la radio, de la televisión, de las
videoconsolas domésticas... cada uno de estos avances tecnológicos
llegó a nuestras casas en la compañía de advertencias alarmistas
que han quedado en nada ante la capacidad de adaptación del ser
humano en lo superficial y su consistencia para no cambiar en
absoluto en lo más fundamental. Platón, en su Fedro, ponía en boca
de Sócrates el temor a que la práctica de la escritura dañara de
forma irreparable la capacidad de memorizar de las gentes, que hasta
entonces se había sustentado en las narraciones orales en forma de
cuentos y canciones. En el Quijote se acusaba a las novelas de
caballería de resecar la sesera de un lector demasiado entusiasta,
de forma la misma forma en que se atribuía el envenenamiento
romántico de Madame Bovary a una sobredosis de folletín francés.
Como reza el dicho, "otro vendrá que bueno le hará", por
lo que hoy diríamos que un furibundo lector de ficción (en papel,
por supuesto) sería un ejemplo de apego a la cultura, frente al
avance de lo audiovisual.
Curiosamente,
las tecnologías consideradas como potencialmente dañinas son
básicamente dos, que a veces se mezclan: las del entretenimiento y
la comunicación. Suele ocurrir que los avances tecnológicos más
rápidos y visibles se dan en respuesta a algunas de nuestras
necesidades más humanas: socialización (comunicación directa,
cotilleo) y juego. Para bien o para mal, la tecnología multiplica
nuestras posibilidades, rara vez las crea de cero. Por este motivo casi siempre nos encontramos ante variaciones cuantitativas del mismo escenario. Uno de los
efectos secundarios que tiene esto es que las tecnologías de la
comunicación (básicamente organizadas en torno a internet) es su capacidad para desplegar ante nosotros un enorme catálogo de valores, antaño restringido a las fuentes de tradición familiar o tribal. Este salto en la diversidad cultural accesible constituye uno de los rasgos fundamentales de la globalización. De forma parecida (no
idéntica) a cómo se desarrolla la selección natural de las
especies, los diferentes valores transmitidos a través de los medios
de comunicación compiten entre ellos, y algunos tienen más éxitos
que otros a la hora de calar en las mentes de la gente que a ellos se
expone. Esto no supone un peligro en sí mismo siempre y cuando en
casa se haya construido un armazón previo de valores, así como un
clima lo suficientemente abierto como para poder escuchar, debatir y
rebatir los que no deseamos patrocinar.
3.
Finalmente, al igual que cuando nos referíamos a la facilidad para adquirir bienes de
consumo (y tanto la tecnología como la información se han
convertido en parte de éstos) existe una serie de inconvenientes asociados al
formato, al funcionamiento de los dispositivos en sí mismo que,
sin ser extremadamente peligrosos, deben ser tenidos en cuenta. La
inmediatez que supone el acceso a Internet, nuevamente, no
favorece el desarrollo de tolerancia a la demora. Obviamente
esto facilita la distracción, ya que el aburrimiento es uno
de los sentimientos que peor toleramos las personas.
A la hora de
buscar alternativas mejores que una tarea aburrida o una espera, la
mente siempre va a estar presta a aliviarnos, ya sea haciéndonos
soñar despiertos, dirigiendo la mirada al punto impropio o usando el
móvil para ver unos cuantos vídeos en Youtube. Saber esto
simplemente nos obliga a hacer uso del sentido común y ponernos las
cosas fáciles. De la misma forma que poca gente iría a una
concurrida cafetería a estudiar en la víspera de un examen final,
parece poco recomendable tener dispositivos con acceso a Internet
cuando queremos concentrarnos en una tarea más aburrida. Renunciar a
la potencial gratificación inmediata que supone un teléfono móvil,
por ejemplo, requiere tener claro el motivo y luego práctica hasta
ser incorporado como hábito. Finalmente la interacción con los
demás. Los dispositivos móviles con acceso a internet
(teléfonos, tabletas, ordenadores portátiles) pueden regular el
contacto que tenemos con la gente, tanto potenciándolo como
reduciéndolo. Por ejemplo, si somos unos padres agotados por
nuestros infernales trabajos y buscamos algo de paz al arrullo del
hogar, existe la tentadora posibilidad de entregar una pantalla de
plasma al menor y que quede inmerso en un cómodo silencio. El
problema es que esto dificultará el compartir experiencias con
ellos.
c)
El ambiente en casa
Antes
de terminar con esta larga entrada, queremos traer de vuelta el zoom
de nuestro objetivo desde lo más amplio a lo particular del hogar,
que es donde se toman las decisiones.
1.
Las expectativas. Los padres tienen su propia historia. Recogen las
expectativas de los suyos propios y toman el relevo en unas
condiciones muy diferentes a aquellas en las que se criaron,
dibujando frecuentemente una progresión familiar. ¿Cuántas
familias españolas proceden de una pareja de trabajadores manuales o
agricultores que dejaron el campo, emigraron a la ciudad y vieron
cómo sus hijos se convertían en trabajadores cualificados o
licenciados universitarios? Ese deseo de progresión está
inscrito en nuestra cultura como el itinerario estándar a seguir,
aún cuando los bares de Londres estén repletos de licenciados
españoles que no encontraron empleo en nuestro país. Quizás
funcionase como regalo de los abuelos a los padres de hoy, pero el
entorno económico actual no parece que encaje bien con lo que antes
era un consejo sensato. Aún así lo seguimos aplicando. Todavía no ha
cuajado una alternativa satisfactoria a este modelo piramidal.
Ilustr. Calvin & Hobbes. Bill Watterson. |
Por
otro lado, en ocasiones la percepción de éxito o fracaso de los
padres en cuanto a sus propios proyectos puede desembocar en un
intento más o menos consciente de imponer esos mismos proyectos en
los hijos, transmitiendo de alguna manera un mandato familiar
vertical (abuelos-padres-nietos). En estos casos el problema suele
ser doble: pasa por alto la individualidad de esa nueva persona que
es el menor, pero también que el mandato en cuestión atraviesa
alrededor de 50 años de historia, con el riesgo de que estemos
transmitiendo valores de contenido francamente obsoleto. El ejemplo
más claro sería ese mantra por el cual siempre había que invertir
en vivienda porque jamás se depreciaría.
2. Número de hijos: al
mismo tiempo que cambian los valores y las condiciones económicas,
se reduce drásticamente el número de hijos por unidad familiar, por
lo cual en tres generaciones hemos pasado de 4,5 o 6 hijos por
familia a los hijos únicos o los dos hermanos, de media. La atención
recibida por cada uno de los hijos no puede ser la misma si se
reparte entre cuatro que si sólo hay un menor en casa. Esto da pie a
que estemos mucho más cerca de cargar sobre un único menor todas
esas expectativas paternas, el deseo de trascendencia de una o dos
personas que quizás ya han renunciado a lograrla a través de sus
propios proyectos vitales o simplemente el miedo a que le suceda algo
malo. Mucha gente es capaz de jugar bien sus cartas a pesar de notar
el peso de tantas miradas expectantes, no todo el mundo se malogra a
pesar de la sobreprotección. Pero es natural que otras personas
no consigan abstraerse de este ambiente, acusando una presión excesiva.
- 3. Niños "difíciles": como ya hemos venido repitiendo a lo largo de diferentes entradas, las dos cualidades clave para la autonomía son la autodirección (capacidad para llevar a cabo una conducta coherente con las motivaciones de uno) y la cooperatividad (capacidad para tener en cuenta las motivaciones de los demás y armonizarlas con las propias). Por supuesto habrá niños en los que será más sencillo promover estas habilidades (son esos niños tan agradecidos que parece que se crían solos). Pero la naturaleza reparte sus cartas al azar y de la misma forma en que nos puede tocar un niño de temperamento dócil y apacible, nos puede tocar un niño complicado. Hay estudios que, de hecho, cuantifican en torno a un 10% la cantidad de niños que ya en los primeros años de vida dan muestras de que van a ser "difíciles" (inquietos, irritables, rebeldes, etc).
Con
los niños "difíciles" los objetivos siguen siendo los
mismos que con los "fáciles" (autodirección y
cooperatividad), pero habrá que asumir que la cantidad de energía
requerida para su educación tendrá que ser mucho mayor. Esto lo
vemos claro en el caso de algunos padres que muestran su sorpresa
ante la disparidad de conducta de los hermanos a pesar de haberlos
educado por igual. El caso es que, a diferencia de temperamentos, si
aplicamos la misma energía a la educación, normalmente ocurrirá
que uno de ellos probablemente no recibirá la cantidad de estímulo
necesario para desarrollarse con éxito, mientras que para el otro
será una cantidad perfectamente razonable. Muchas veces ocurre con
el niño "difícil" que, en lugar de darle ese extra de
paciencia y cariño que quizás necesite, suele chocar con nuestro
cansancio o nuestra irritación, poniéndole todavía las cosas más
difíciles para hacerlo bien.
Dicho
esto, no está de más recordar que a los niños "difíciles"
por su temperamento no hay que querer convertirlos en fáciles. Una
de las mayores desgracias de estos chavales es que, si uno o ambos
padres albergan el deseo más o menos implícito de que el niño
fuera no como es, sino de otra forma (fácil), es frecuente que el
menor capte intuitivamente ese deseo, que no deja de ser una forma
de rechazo. Si no se corrige la situación se suele alimentar un
ciclo de insatisfacción y rebeldía que, paradójicamente provoca
mayor rechazo en los padres. En estos casos la única opción
sensata pasa por intentar aceptar lo que hay, respetando al niño en
su individualidad.
···················
Traer
niños al mundo se parece más bien a armar una embarcación antes de
lanzarla a un mar tempestuoso, dominado por vientos y corrientes
cambiantes, influencias externas que pueden llevarla al naufragio
en cualquier momento. Los padres, en contra de lo que a veces se
piensa, no pueden aspirar a ser los patrones. Su labor no es pilotar
la nave hacia donde ellos se propongan. Su tarea se parece más bien
a la de los armadores, que construyen y fletan los barcos. Barcos que
deben seguir pudiendo navegar incluso cuando ellos ya no estén. Por
lo tanto serán los responsables de equipar con materiales de buena
calidad y tripulación entrenada. Sólo así la embarcación será lo
suficientemente robusta y flexible como para llevar a buen puerto a
quien realmente escoje el rumbo.
Montaje de la película Boyhood, que nos sumerge durante 12 años en la infancia de su protagonista. |
En
estas reflexiones hemos mencionado factores internos (temperamento
del menor, número de hijos, expectativas de los padres), y también
factores externos (el ritmo de vida, las expectativas laborales, los
avances tecnológicos). El límite entre estos dos mundos
artificiales solemos ubicarlo en los muros de nuestra casa, nuestro
reducto contemporáneo de intimidad. Nos gusta pensar que es de
puertas para dentro donde se deciden todas nuestras estrategias y
donde se deben buscar todas las soluciones. Pero esto no hace
justicia a la realidad. La influencia de lo que ocurre de puertas
para afuera es brutal, como sucede en el mar. El papel del
profesional en salud mental muchas veces será recordar esto, hacer
de incómoda y chirriante bisagra que nos recuerda que la división
de ambos mundos es irreal, y que uno no puede existir sin el otro. Es
por eso que nuestros hijos no son sólo nuestros hijos, sino que
pertenecen al resto del mundo más allá de los lazos a través de
los cuales los padres los convocan.
Conseguir
que los hijos sean personas autónomas el día de manañana requiere
básicamente:
Amor
incondicional
Límites
claros y firmes
Respeto
y curiosidad hacia esa persona que ya es
Nos
gustaría terminar esta larga entrada ilustrando lo dicho a través
de este maravilloso poema de Khalil Gilbar, cuya lectura sólo
podemos recomendar una y otra vez:
Tus
hijos no son tus hijos.
Son
hijos e hijas de la vida,
deseosa
de sí misma.
No
vienen de ti, sino a través de ti,
y
aunque estén contigo,
no
te pertenecen.
Puedes
darles tu amor,
pero
no tus pensamientos, pues,
ellos
tienen sus propios pensamientos.
Puedes
abrigar sus cuerpos,
pero
no sus almas, porque ellas,
viven
en la casa del mañana,
que
no puedes visitar,
ni
siquiera en sueños.
Puedes
esforzarte en ser como ellos,
pero
procura no hacerlos semejantes a ti
porque
la vida no retrocede
ni
se detiene en el ayer.
Tú
eres el arco del cual tus hijos,
como
flechas vivas son lanzados.
Deja
que la inclinación
en
tu mano de arquero
sea
para la felicidad.
Pues
aunque Él ama
la
flecha que vuela
ama
de igual modo al arco estable.
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