miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿Qué estamos haciendo mal? A vueltas con las pautas.

 Continuamos esta serie de entradas dedicadas a los problemas de convivencia con menores.
Aquí la primera de ellas: "No sé qué hacer con mi hij@"

Ilustr. Calvin & Hobbes. Bill Waterson.
A veces en un hogar previamente apacible comienzan a aparecer rabietas que desbordan a los padres, discusiones en torno a la falta de colaboración en casa, preocupación ante un bajón en el rendimiento académico... Los padres pueden preguntarse si estarán haciendo algo mal, si no se estarán equivocando en algo. Esa posibilidad a veces genera tanta culpa que ésta pasa a convertirse en una desagradable una “patata caliente” lista para ser arrojada al “problemático” menor, aunque no seamos muy conscientes del proceso.

Antes de nada es de justicia reconocer que, al criar a sus hijos, todo padre o madre hace lo que puede. Como se suele decir, los niños no vienen al mundo con un manual de instrucciones. Y resulta obvio decir que prácticamente nadie quiere hacer daño a sus hijos.

Sin embargo no siempre acertamos.
Por eso es bueno recordar rápidamente la diferencia entre culpa y responsabilidad.
Alguien es culpable si actúa a sabiendas de que hacerlo de determinada manera tendrá unas consecuencias concretas (generalmente negativas). En la culpa hay una intención más o menos directa de provocar lo que acaba ocurriendo, o bien un rechazo a tener en cuenta las consecuencias.

Ilustr. Calvin & Hobbes. Bill Waterson.
En cambio, somos responsables cuando somos capaces de entender que nuestros actos tienen consecuencias, y nos comprometemos con este hecho para que, al actuar, las cosas salgan lo mejor posible. Puede que surjan consecuencias indeseadas, pero desde luego esa no es la intención.

Por lo tanto, muy pocas personas son culpables de los problemas con los hijos, pero todos somos en cierta medida responsables. Nuestras acciones tienen consecuencias y debemos aprender a vivir con este hecho, sin atribuir lo que ocurre a las intenciones de una única persona.

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Esto, llevado al tema que nos ocupa, se traduce en que, por supuesto, el menor debe aprender a comportarse “adecuadamente” (y ponerlo en práctica), pero es responsabilidad de los padres el ayudarle a conseguirlo a través de la educación. Se trata de una tarea compartida, mediante la cual se transmite progresivamente la responsabilidad desde los padres (quienes inicialmente la monopolizan) hacia los hijos, hasta alcanzar ese momento en que serán plenamente autónomos.

Para llegar a buen puerto en la educación de los hijos normalmente no hace falta la orientación de ningún profesional. La mayor parte de familias se las apaña bastante bien gracias a la suma del sentido común de los padres y la “buena madera” de los hijos. Salvo dificultades importantes las familias resultan sistemas muy flexibles, por lo que suelen ser capaces de adaptarse a los cambios y superar los conflictos que nos trae la vida sin mayores problemas.

Nuestro papel como profesionales de la salud mental tiene más de sentido cuando los comportamientos conflictivos se enquistan en el tiempo o, por su intensidad (autolesiones, agresiones) desbordan la capacidad de la familia para metabolizarlas. Una de las cosas que suele impedir superar estas situaciones con éxito es que a veces las alteraciones de conducta son lo suficientemente molestas o angustiosas como para enrarecer rápidamente el clima familiar. La clave con estas alteraciones de conducta (un tecnicismo utilizado frecuentemente para definir cualquier cosa que alguien haga y moleste a otra persona) no suelen encontrarse tanto en el acto en sí mismo, sino en las consecuencias que probablemente acabarán teniendo sobre las relaciones familiares.

Cuando la tensión alcanza determinado punto los miembros de la familia pueden tardar tiempo en calmarse de nuevo, por lo que no es raro que se activen actitudes de excesiva vigilancia y reproches que rápidamente sentarán las bases de un círculo vicioso. El problema fundamental de un círculo vicioso se hace patente cuando los intentos de las partes para ponerle solución solo sirven para añadir más leña al fuego. Es típico percibir que, al mismo tiempo que el sufrimiento aumenta, disminuye la capacidad de saber qué está ocurriendo exactamente. Al final uno acaba tan inmerso en el problema que acaba perdiendo por completo la perspectiva del conjunto.

Ilustr. Zits. Jerry Scott & Jim Borgman.
El profesional, en estas situaciones, tiene dos ventajas.
En primer lugar, al ser personajes “recién llegados” al drama podemos observar sin tomar partido. Desde nuestra posición es más sencillo observar el círculo vicioso desde fuera. Así, podemos hacer de vigías, que describen lo que ven desde su precaria atalaya.
Otra ventaja que aporta el profesional es el conocimiento técnico que, no siendo enorme, sí nos hace disponer de algunas bases sólidas que nos permiten afirmar qué cosas suelen agravar o mejorar la situación, independientemente del caso.

Por supuesto cada caso individual es único, y ahí radicará el grueso de nuestro trabajo. Es necesario disponer de mucha información acerca de quién es ese supuesto menor problemático, quiénes son sus padres, si hay hermanos o no, cómo fue la relación de los abuelos con sus hijos, al servicio de qué están las conductas que tanto preocupan ahora a los padres o de dónde surge su angustia...

Ilustr. Calvin & Hobbes. Bill Waterson.
Todo esto deberá ser abordado en consulta, y la primera conclusión que deberíamos sacar todos los implicados en la terapia es que nunca hay un solo culpable, sino varias personas responsables, cada una en su medida. Y hará falta un poco de paciencia antes de dar con la solución a lo que suele ser un conflicto ya viejo cuando llega a consulta. Lo primero probablemente será poner frenos a las conductas más generadoras de angustia, pero estando dispuestos a escuchar genuinamente el sufrimiento que suele haber oculto detrás de ellas.

Como decíamos en el post anterior, las bombas de relojería que estallan en la adolescencia se suelen armar durante la infancia. Por este motivo, cuanto antes nos apliquemos en desativarlas, mejor para todos.

Aquí queremos enlazaros un documento con 12 consejos orientados a la creación de hábitos. Deben ser consideradas como una estructura mínima para que el menor sea capaz de organizar su comportamiento. 


La mayoría de padres sentirán al leerlas que siempre han formado parte de su estilo educativo. Sin embargo otras personas podrán darse cuenta de que quizás, en el fragor del conflicto o con el paso del tiempo han ido abandonando aspectos que eran importantes.

Para terminar, y como complemento a la lista, os enumeramos algunos de los errores más frecuentes a evitar:

· Existe división entre los padres, con diferentes posturas respecto a la educación de los hijos: no hay nada que dinamite a mayor velocidad la educación (y la pareja) que aplicar criterios diferentes frente a los hijos. Las discrepancias, lógicas y normales, han de estar negociadas para presentar una postura común al menor.

· Poner normas que no son coherentes con nuestra conducta: los adolescentes son especialmente poco compasivos con las contradicciones que detectan en sus padres, y con razón.

· No respetar los acuerdos o levantar prematuramente los castigos: la inconsistencia en la aplicación de las consecuencias simplemente debilita cualquier norma que intentemos promover.

· No hablar acerca de lo sucedido tras una discusión: puede ser tentador olvidarse del tema cuando por fin todo está más tranquilo, pero eso solo hará que el problema se repita y que acumulemos resentimiento.

· Razonar excesivamente con el menor en la esperanza de que no se enfade o disguste: lógicamente es necesario que tenga una explicación sensata de por qué los padres han decidido que será beficioso para él actuar de determinada manera, pero la norma no admite discusión con el hijo.

· Condicionar el amor a la conducta: puede ser extremedamente angustioso para algunos menores sentir que pueden perder el amor de sus padres en función de lo que hagan. A veces esta angustia se presenta precisamente como actitudes rebeldes que pretenden poner este amor a prueba. Sin embargo el amor debe ser incondicional, y se debe emplear cualquier medio para que el menor lo pueda entender así.

· Ceder a la angustia: si hubiera que resumir todos los puntos previos en uno diríamos que, en general, los fallos en la educación tiene que ver con la necesidad de los propios padres de no sufrir tanto. Hacer lo que toca casi nunca es sencillo. Y si sabemos lo que queremos hacer y por qué, será más fácil asumir el coste inevitable.

En la próxima entrada reflexionaremos acerca de las trabas que hoy en día se encuentran los padres para poder llevar todo esto a cabo.

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