domingo, 2 de marzo de 2014

Come y calla, por favor... es por tu bien

Hace tiempo que queríamos escribir un post dedicado a los Trastornos de conducta alimentaria, ya que en forma de anorexia, bulimia, trastorno por atracones o formas mixtas... constituyen un elevado porcentaje de las consultas en salud mental, y su cronificación supone un grave problema de salud física y psíquica que con frecuencia acaba incluso con la muerte de estos pacientes.
Se trata de un problema de salud que en las últimas décadas ha experimentado un más que notable ascenso, llegando en los últimos años hasta cifras de prevalencia de entre el 4,1 y el 6,41% (datos de la Guía de Práctica Clínica del Servicio Nacional de Salud). Afecta sobre todo a mujeres, debutando en la franja de edad de los 12 a los 21 años, y siendo la tradicional relación entre sexos de 10:1 (mujeres/varones), aunque con un incrementeo cada vez más notable de casos entre los adolescentes y adultos jóvenes varones.


Es frecuente escuchar continuas alusiones al estilo de vida occidental, el indivudialismo que nos asola, la idealización y deificación de la imagen, los potentes intereses económicos de la industria cosmética... Hay quienes dicen que los trastornos de la conducta alimentaria son un producto de nuestro modo de vida, y que no se encuentran apenas en sociedades donde la escasez y el hambre son una constante. ¿Son entonces producto de nuestra sociedad consumista?
Las primeras descripciones de estos trastornos aparecieron en el siglo XIX. Lasègue y Charcot pensaban que la anorexia era una modalidad de histeria. El psicoanálisis freudiano consideraba este trastorno como una regresión a la infancia en personas que niegan su rol femenino. Janet lo plantea más como una obsesión morbosa hacia el cuerpo. López Ibor lo considera una forma de depresión, y algunos autores han visto estas enfermedades como modalidades de trastornos psicóticos planteando tratamientos que van más en la línea de dichas afecciones.

Lo que vemos en nuestras consultas:

Nuevamente la parte lógica de nuestra mente, y nuestra tendencia analítica en el modelo causa-consecuencia están condenadas al fracaso en este tipo de trastornos. Algo parecido a lo que sucede en la comprensión de las Adicciones, de las que hablábamos largo y tendido. Uno esperaría encontrarse pacientes casi delirantes, o sin el casi. Podemos explicarles mil veces sin resultado que si no comen las posibilidades de dañar su riñón, aparato digestivo, corazón, piel, cerebro... todo su cuerpo en definitiva son elevadísimas. Y lo mismo para las pacientes cuyo problema está en un círculo vicioso sin fin entre el vómito u otras conductas de purga y el atracón.
La mayoría de los pacientes son chicas o chicos sorprendentemente lúcidos e inteligentes. No es raro que los padres, desesperados, nos repitan varias veces: “si es listísima, saca excelentes notas, no vea usted cómo hablan de ella sus profesores y compañeros, entonces ¿por qúe hace esto?”.
Mismos síntomas en pacientes que por otro lado constituyen un grupo muy heterogéneo entre sí. Tras esa amalgama de síntomas los que nos dedicamos al tratamiento de estos trastornos intuímos que hay mucho ahí debajo, como lo han descrito algunos (Gordon, 1994): “los trastornos alimentarios son una percha donde se cuelgan malestares diversos”.


En su excepcional libro titulado “Mito, narrativa y trastornos de la conducta alimentaria”, Paco Traver nos cuenta cómo evolucionó su acercamiento al tratamiento de estos trastornos, desde la ignorancia y falta de experiencia inicial hasta sus conclusiones basadas en la observación de tantos y tan diferentes casos.
Los cambios sociales, las nuevas formas de organización familiar y social por supuesto contribuyen a que la adolescencia, etapa difícil por definición, tenga que lidiar con nuevas dificultades y quizá menos apoyos para esa complicada transición a lo que será la vida adulta. Es en esa etapa donde los chicos y chicas ponen en juego su temperamento (nuestra parte más biológica, heredada) y carácter (parte de la personalidad adquirida con el ambiente, experiencias y aprendizaje). Y aquí no todos salen airosos.

Como dice Traver:Cada persona parece actuar de un modo idiosincrásico siguiendo ciertas guías culturales para la expresión del sufrimiento, sólo existe un modo finito de posibilidades de sentir, sufrir, amar o ser, y todas ellas se encuentran en la cultura. Las enfermedades siguen guías de expresión legitimadas por la cultura en que se contextualizan, las enfermedades, sobre todo las enfermedades mentales, siguen patrones culturales”. Este aspecto explica en parte el aumento masivo de estos trastornos, ya que los seres humanos crecemos y aprendemos imitando conductas. Igual que en la Edad Media era legítimo y creíble encontrarse poseída por el diablo, ahora lo es tener un trastorno de conducta alimentaria.


Es cierto que entre tanta heterogeneidad, existen rasgos comunes en los pacientes afectados por estos trastornos. Algunos de ellos serían:
  • Tendencia a la obsesividad y rigidez mental en los pacientes con anorexia
  • Frecuente impulsividad en los casos de bulimia
  • Elevada autoexigencia y perfeccionismo
  • A veces encontramos también en estos pacientes patologías añadidas como trastornos de la personalidad o trastornos adictivos.
  • Está descrito que en algunos pacientes hay historia previa de trauma psíquico o abusos sexuales. La experiencia clínica indica que para nada es la norma, a veces las propias dificultades normales de la transición de etapa vital, y causas universales de sufrimiento humano son el desencadenante de la aparición de estos problemas.

Existe hoy en día una notable alarma social por estos trastornos, y no es para menos. Sus consecuencias potencialmente letales han sido recogidas por los medios de comunicación en espectaculares casos de muerte por inanición, muchas veces en reconocidas personas del mundo de la moda.
Las personas con un trastorno alimentario en general se sienten muy incomprendidas, ya que no es extraño que se les tilde de personas caprichosas y masoquistas. Pero la solución a sus problemas, sean lo que sea que perciben ellos no va a estar en el “come y calla”. Cuando el trastorno se instaura, la narrativa del problema se ha afianzado en la mente del paciente, y suele ser perfectamente entendible y trabajable en psicoterapia. Si el trastorno evoluciona y se cronifica en el tiempo, asistimos en muchas ocasiones a lo que podría llamarse un modo de vida y una identidad de la persona cuyo eje central es la conducta alimentaria. Además, las alteraciones físicas y metabólicas pueden llevar a lesiones irreversibles en órganos vitales, y terminar afectando seriamente funciones mentales como la atención, memoria, planificación, etc. Y en ese punto, incluso el mejor psicoterapeuta que podamos imaginar lo va a tener muy complicado. Como siempre decimos, y en estos casos por supuesto, la prevención salva vidas, no nos quedemos con la duda de lo que puede estar pasando.


2 comentarios:

  1. Los trastornos alimenticios son complicadísimos.
    ¡Excelente post!

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  2. Muchas gracias por pasarte por aquí y por tu comentario. Efectivamente, es complicadísimo, y mucho todavía por aprender, pero muchas veces es lo estimulante de nuestra profesión. ¡Un abrazo!

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