De entre los motivos por los que las personas vienen a consulta, la
sensación de tener una autoestima insuficiente o dañada es
uno de los más frecuentes.
Aunque solemos pensar que la baja autoestima se debe a la acumulación
de fracasos, esto no es necesariamente así. Muchas de las
personas que sienten dudas acerca de su propio valor son exitosas
en áreas importantes de su vida, como los estudios, el
trabajo, las amistades...
Y sin embargo pueden sentir esa sensación callada y persistente
de que algo falla, de que hay algo en ellas que no funciona y no
las hace dignas de aprecio.
Ilustr. Serie Jungle, por Maja Wronska |
1. ¿Cuándo se empezaron a torcer las cosas?
Todos nacemos con un determinado temperamento (tendencias
congénitas a la hora de reaccionar ante las situaciones que el mundo
nos presenta) y sobre este temperamento vamos construyendo un
carácter (aprendizajes que se incorporan a lo largo de la
vida y se automatizan en forma de hábitos a la hora de sentir,
pensar y actuar).
El temperamento explica que, por poner un ejemplo, a igualdad
de padres y similitud en el estilo de crianza, dos hermanos puedan
acabar siendo tan diferentes. Quizás uno de ellos necesitaba un
contacto mucho más intenso con la figura de apego. Quizás el otro
era más autónomo y se le podía dejar más tiempo con sus juguetes.
Quizás uno era más sensible al malestar y lloraba a menudo,
irritando a sus padres. Quizás cuando sentía miedo o lloraba los
demás se angustiaban tanto que preferían calmarle cuanto antes,
enseñándole a no arriesgar, a no meterse en situaciones nuevas o
difíciles.
Otras veces los primeros años transcurren con completa normalidad
hasta que, con más edad, llega el momento de encajar con nuestros
iguales. Una peculiaridad física, un día de mala suerte o,
simplemente, el hecho de estar un poco más apartado del resto porque
nunca se necesitó tanto el contacto con los demás, son
circunstancias que pueden hacer caer a plomo el peso de la mirada de
los otros. Y pocas cosas paralizan más que la mirada del grupo
señalando a quien está en mayores dificultades para conseguir lo
que la mayoría ansía: entrar, encajar, pertenecer.
No siempre es fácil rastrear las raíces de la baja autoestima, o sí
descubrimos su origen éste suele quedar demasiado lejos como para
poderlo cambiar. Pero a todos nos toca seguir viviendo. ¿Cómo
afrontar esta situación si uno siente que parte con desventaja?
2. Si hago esto me sentiré mejor...
Ilustr. Serie Jungle, por Maja Wronska. |
Ante este dilema (intentar encajar cuando uno siente que algo falla),
las estrategias que cada persona puede desarrollar son muy variadas:
Hay quien toma la decisión de declararle la guerra al mundo,
despreciando de forma más o menos activa lo que suelen tenerse por
valores socialmente aceptados.
Otras personas buscan el aislamiento. Se encierran en su
habitación y pasan a relacionarse de forma selectiva a través de
internet, centrándose en consumir productos de entretenimiento.
Y están los que se centran en mejorar algún aspecto concreto
de ellos mismos, con el fin de sentirse mejor.
No es que haya una estrategia mejor que otra a priori, pero sí
es cierto que, de las tres mencionadas, la tercera quizás sea la más
peculiar. Puede sonar extraño, pero a veces centrarse en la
mejora de uno mismo puede llegar a ser un problema. Uno de sus
peligros potenciales es que suena bien, es un proyecto que en
principio nuestro entorno apoyaría ¿Qué puede tener de malo querer
mejorar?
Si partiéramos de la seguridad basal que proporciona un cierto amor
por uno mismo no habría demasiado problema. Pero para determinadas
personas se convierte en un peligro, pues se trata de una vía
condicionada hacia la autoestima.
En algún punto del camino interiorizamos lo siguiente:
“Si consigo esto... gustaré más”.
Los ejemplos son prácticamente infinitos:
· Mejorar el aspecto físico (gimnasio, dietas, maquillaje, ropa de
marca...)
· Volcarse en la vida académica o laboral (ser la mejor, el número
uno)
· Intentar agradar a los demás a toda costa (ser el más ocurrente,
o la mejor amiga)
· Evitar el conflicto o la expresión de las propias necesidades (no
tener enemigos)
· Tener muchas relaciones de pareja o romances breves
· etcétera
Black Swan. Copyright, Fox Searchlight Pictures. 2010. |
Nuestro deseo de encajar, de ser queridos y apreciados, ese
objetivo tan deseado, puede ir impregnando paulatinamente con un
matiz positivo aquello que hemos convertido en su supuesta puerta de
acceso. Es decir, asociamos el bienestar a un paso intermedio. De
esta forma la conducta es la que nos pasa a proporcionar un cierto
bienestar. La hemos condicionado:
Si como menos, o pierdo peso, me siento mejor.
Si voy al gimnasio, me siento mejor.
Si consigo tener una cita con alguien, me siento mejor.
Si saco otro sobresaliente, me siento mejor.
Si asciendo en el trabajo, me siento mejor.
Etcétera
A medida que la conducta se convierte en hábito, gana inercia por sí
misma. El objetivo final por el que empezamos a desarrollarla (que
nos quisieran) va quedando poco a poco olvidado, como un sendero
que se va cubriendo de tierra y hojarasca. Hasta que le perdemos la
pista.
3. Cimientos frágiles. Una lucha constante.
Cuando esto ocurre durante años podemos llegar a encontrarnos con
que somos excepcionalmente buenos en uno o dos aspectos (somos muy
atractivos, o unos trabajadores enormemente reconocidos, o personas
que caen absolutamente bien a todo el mundo...) Pero todo esto se
sustenta en una autoestima frágil, como si muy en el fondo uno
supiera que el bienestar alcanzado no es permanente, y que uno debe
seguir invirtiendo muchos esfuerzos en reforzar continuamente
estos endebles cimientos.
La duda puede surgir cada cierto tiempo. Si las cosas me van bien,
¿por qué me siento tan mal? Las personas con baja autoestima se
sienten inseguras pero aprenden a disimular su malestar. No es raro
que los demás tiendan a pensar que se encuentran frente a una
persona con grandes cualidades. Pero con el tiempo, será inevitable
detectar unas ciertas señales, diferentes formas en que esta
fragilidad se manifiesta a lo largo del tiempo:
Ilustr. por Sergio Albiac |
· Sentimientos de celos frecuentes y enormemente dolorosos.
· Importante sufrimiento ante cualquier comentario negativo de los
demás.
· Tendencia a indignarse por los defectos percibidos en las demás
personas.
· Sensación de ser un impostor o de que los logros propios no
tienen verdadero valor.
· Tendencia a evitar las relaciones sociales, o bien comportamiento
estereotipado y artificial.
· Mayor consumo de sustancias o práctica de actividades absorbentes
para olvidarse de todo.
Este malestar puede llegar a soportarse mal que bien durante años.
Pero, ¿y si quisiéramos que las cosas empezaran a cambiar?
4. Las dos fuentes de la autoestima.
¿De qué manera puede uno ir reconstruyendo su amor propio?
Existen dos formas de aumentar el aprecio por uno mismo.
Una tiene que ver con lo que uno se propone lograr a diario.
La llamo la fuente interna.
La otra tiene que ver con la mirada de los demás. La llamo la
fuente externa.
Para poder sentir que uno crece y se aprecia de forma genuina deben
ponerse en práctica ambas formas, cuanto más mejor, de forma
equilibrada. Aunque nos convirtamos en expertos en una de estas
formas, si la otra falla, la autoestima seguirá maltrecha.
- La fuente interna tiene que ver con los valores, los objetivos y los logros.
Ilustr. Serie Jungle, por Maja Wronska. |
Desde niños nos vamos enfrentando paulatinamente a situaciones que,
al principio, nos suponen un desafío, pero que poco a poco vamos
dominando e incluyendo en nuestro repertorio de habilidades.
Cualquier persona que haya aprendido a montar en bici recordará lo
complicado que parecía al principio, y lo sencillo que acaba
resultando para el resto de la vida.
Siempre que nos plantamos ante un reto que implica una cierta
dificultad sentiremos dudas, un cierto miedo, una preocupación ante
el posible fracaso. Esta sensación, para algunos, es muy
estimulante, y les lleva a buscar desafíos cada vez mayores durante
toda su vida. Para otros esta sensación es moderadamente
desagradable, soportable. Hay a quien se le hace todo un mundo.
Sea como sea, si decidimos afrontar estas situaciones difíciles,
cuando triunfemos saldremos reforzados. Ganaremos en seguridad.
Aumentará nuestra sensación de valía y nuestra responsabilidad (la
capacidad para asumir las consecuencias de nuestros actos). Si las
más de las veces declinamos, evitamos, posponemos, entonces la
próxima vez nos sentiremos igual de impotentes. Quien evita los
retos más veces de las que los afronta permanece en la inmadurez.
Por eso los objetivos que nos propongamos son importantes, porque
nos dejan un poso.
Hay que saber elegir su dificultad: ni tan fáciles que no nos
aporten nada, ni tan difíciles que nos condenemos a la frustración,
por irreales. Debemos sentirnos un poco desafiados.
Es bueno que afrontemos objetivos de forma frecuente, a
diario, cuantas más veces mejor.
Y debemos comprobar que están en consonancia con lo que nos
importa. Detectar cuáles son verdaderamente nuestros objetivos y
cuáles hemos asumido por deseo de los demás, ya que esto influirá
en nuestra disposición a esforzarnos. Ahí es donde uno debe revisar
si los objetivos que se propone van acorde con sus valores o los de
otra persona.
Pero como decíamos, uno puede ser una persona exitosa, es decir, con
grandes logros acumulados y la autoestima por los suelos. Por eso nos
queda hablar del punto más importante.
- La fuente externa, que es la más complicada porque implica lo que normalmente más nos afecta: la mirada de los otros.
Ilustr. Serie Jungle, por Maja Wronska. |
Decíamos
antes que, cuando condicionamos el bienestar a una conducta (“si
hago esto, me sentiré mejor”),
normalmente lo que estamos haciendo es dedicar enormes esfuerzos a
ofrecer una imagen lo mejor posible a los demás, en la esperanza de
que así nos quieran o nos aprecien.
De
la misma forma aumenta la necesidad de ocultar o disimular
las partes que consideramos peores de
nosotros mismos.
Este
constante “retoque” de la imagen que le ofrecemos a los demás,
además de resultar agotador, nos arrebata precisamente lo
único que es capaz de reparar la autoestima:
La experiencia profunda de que, mostrándonos tal cual somos, en lo bueno y lo menos bueno, aún podemos ser apreciados, queridos, amados por alguien.
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Es
esta experiencia, vivida a menudo, a diario, durante años, la que
permite que los miedos se vayan apagando y que el amor propio se vaya
fortaleciendo.
No
resulta fácil dar el salto.
Mostrarse sin trampa ni cartón implica dejar de poner en práctica
habilidades en las que quizás nos hayamos convertido en expertos y
por las que los demás nos conocen e incluso admiran. Tiene
mucho de renuncia. Conlleva
aprender a convivir de verdad con nuestros complejos y temores, sin
ocultarlos. Compartiéndolos para descubrir que, en realidad, no
estábamos tan solos. Llevará tiempo, porque el condicionamiento
sólo pierde fuerza si lo dejamos aparcado mientras pasa el tiempo y
pasamos a vivir de forma genuina.
Pero
si superamos ese miedo, si nos atrevemos, quizás empecemos a
construir algo verdadero.
Al
fin y al cabo, como dijo en cierta ocasión Hellboy:
“Apreciamos a la gente por sus virtudes, pero solo llegamos a quererla por sus defectos”. |
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