Desde luego la
editorial Blackie Books ha hecho bien su trabajo. Primero
captaron mi atención con esa mirada perdida entre colores. Luego me
topé con esto:
“Me
violaron a los seis años.
Me
internaron en un psiquiátrico.
Fui
drogadicto y alcohólico.
Me
intenté suicidar cinco veces.
Perdí
la custodia de mi hijo.
Pero
no voy a hablar de eso.
Voy
a hablar de música.
Porque
Bach me salvó la vida.
Y
yo amo la vida.”
Tardé unas semanas
en digerir este puñetazo en forma de sinopsis, y luego devoré el
libro. Por eso hoy me gustaría compartir las cuatro razones por las
que creo que vale la pena leer esta autobiografía, la del pianista
británico James Rhodes.
El libro es al tiempo una purga personal y una muestrario de las graves secuelas que puede tener el maltrato en la infancia, del cual el abuso sexual es probablemente su variante más atroz.
Rhodes nos habla en primera persona del miedo, del asco, de la confusión y finalmente la vergüenza que se apoderan de quien sufre abusos a edades tan tempranas, cuando todo está por construir. También de la absurda cantidad de síntomas y diagnósticos que pueden ir fraguándose alrededor de este núcleo de dolor.
Y nos lo cuenta obligándonos a mirar. No haciendo abuso de detalles escabrosos e innecesarios, sino cortándonos la huida tan común a través de la excusa de que “sólo las víctimas lo pueden entender”. Porque probablemente esté en lo cierto cuando afirma que, si queremos verdaderamente tener algún motivo para hacer algo, algo valioso, deberemos sentir aunque sea una pequeña parte de el horror. Al mismo tiempo, él es la única persona legitimada para proponérnoslo.
Lo dice alto y claro.
Instrumental no es un ejercicio de estilo literario. Eso se capta desde la primera página. Tampoco lo pretende. La prosa de “Jimmy” es una mezcla extrañamente cercana y atractiva, un festival de tacos sazonado con reflexiones personales y algunos comentarios de altura sobre la experiencia estética y el negocio de la música.
Instrumental no es un ejercicio de estilo literario. Eso se capta desde la primera página. Tampoco lo pretende. La prosa de “Jimmy” es una mezcla extrañamente cercana y atractiva, un festival de tacos sazonado con reflexiones personales y algunos comentarios de altura sobre la experiencia estética y el negocio de la música.
Se agradece que nos hable como lo haría un colega, y aquí quisiera reivindicar los tacos y los exabruptos. Cuando las palabras se quedan cortas porque uno quisiera usar propias sus entrañas para emborronar el papel (o las paredes) y así transmitir una minúscula fracción del sufrimiento propio, lo único que nos acerca mínimamente a conseguirlo es blasfemar y maldecir sin tapujos.
Y poca gente sale bien parada del lance. Teniendo en cuenta el subtítulo original de la obra “A memoir of Madness, Medication and Music”, es de esperar que los profesionales de la salud mental nos llevemos algún palo, lo cual ocurre en ocasiones de forma merecida, mientras que en otras no tanto, pero en todas de forma comprensible. Lo cierto es que, si pretendemos atender el sufrimiento de las personas, deberemos tener el aguante de escuchar cosas que no nos guste oír, por mucho que sepamos que les deseamos lo mejor y creamos que estamos ayudando. Por que en ocasiones no es así. Nada es fácil.
Una esperanza sincera.
Por supuesto se
trata de un camino propio, lo cual no quiere decir que sea “El
Camino” a transitar por todos los que ansíen recuperar alguna
traza de sentido. Se trata del suyo, aunque de él podamos sacar
algunas enseñanzas. Hay algo mágico en la música que atañe a las
emociones y a las relaciones humanas. Aparentemente inofensiva, la
buena música permea y hace vibrar fibras de nuestro ser que quizás
lleven tiempo aturdidas. La música se trata de una de las pocas
obras humanas capaz de crear puentes entre las gentes más diversas,
en lugar de destruirlos. Puede llegar a ser, y este libro es claro
ejemplo, una especie de medicina.
Otro elemento
crucial en el doloroso proceso de Rhodes tiene que ver con la
sinceridad. Parece trivial afirmar que las cosas que más ama en
esta vida son el tabaco, el piano y su hijo. Sin embargo se trata de
algo que me conmueve de forma especial. Este tipo de honestidad (o su
ausencia) determinan decisiones fundamentales. Rara vez nos
encontramos con reflexiones tan agudas y honestas sobre la
manipulación, la trampa del victimismo, el papel de las autolesiones
como una forma de alivio... La ausencia de autocompasión en la
descripción de sus sufrimientos transmite una serenidad palpable,
que desde mi punto de vista le da el sello de validez al conjunto.
Una postura distanciada o excesivamente racional me haría desconfiar
enormemente de esta historia, y sin embargo sé que cuando nos habla
de sus múltiples fallas y errores como humano, está asumiendo con
calma gran parte de todo eso que, en general, solemos pasar la vida
intentando ocultar.
Derrumba el estigma
Unas palabras
para terminar hablando de algo que nos obsesiona a los profesionales
de la salud mental y que
normalmente contribuimos a empeorar. Con estigma nos referimos a
esa mezcla de miedo, prevención y conmiseración que sentimos hacia
los que creemos diferentes a nosotros por estar diagnosticados o
etiquetados con algún tipo de trastorno mental.
Cada año, diferentes asociaciones
proponen actos para acercar a la gente a la realidad de los
“diagnosticados”, cuando no tendríamos más que acercarnos a
nosotros mismos. Cada año repensamos si emplear la metáfora de las
enfermedades crónicas tipo diabetes ayuda o complica más las cosas.
Sin embargo soy de la opinión de que
una de las vías más eficaces para hacer entender pasa porque las
personas con algún tipo de relevancia social o exposición
mediática, “hablen de lo suyo”. En cierta forma la imagen que
tenemos de un “Trastorno Bipolar” o “una Esquizofrenia”
cambia, aunque no lo parezca, si nos enteramos de que lo padecen
Catherine Zeta-Jones o un premio Nobel de economía como John Nash.
El que una persona de cierto éxito supere los propios reparos y
“salga del armario” de esta manera es lo que verdaderamente
supone un cambio.
En definitiva,
Instrumental es un libro más que recomendable. Y además nos regala
la música.
· Enlazamos aquí
a la entrada que acaba de publicar el gran Paco Traver al respecto.
· Y aquí un
enlace a la promo del documental en que lleva la música a una planta
de psiquiatría para disfrute de las personas allí ingresadas.
@JCamiloVazquez
De muy obligada lectura para cualquiera que se dedique a esto (recién iniciados especialmente)...Te hace entender muchas cosas que se nos escapan (sobre todo en la urgencia con esos pacientes que nos mueven tanto).
ResponderEliminarTienes toda la razón Sergio. A veces algo aparentemente pequeño como un libro puede tender puentes increíblemente valiosos que nos permiten ponernos por un momento en la piel del otro. ¡Gracias por tu reflexión!
EliminarLibro impactante y adictivo de leer donde los haya sobre las devastadoras consecuencias del abuso sexual en la infancia... en primera persona. ¡Qué hubiera sido de él sin la música clásica, sin su hijo, sus incombustibles amigos y amores y sin los buenos terapeutas que tuvo la fortuna de no destruir! Yo lo leí acompañado de las recomendaciones musicales del autor para cada capítulo (conectado a su lista en Spotify). Ahora escucho la Chacona de Bach o las variaciones Goldberg de otra manera. Muchas gracias Camilo por la reseña
ResponderEliminar¡Gracias a ti Santiago por tu comentario! Es un libro que, entre otras cosas, me hizo reflexionar y mucho sobre lo importante que es proteger a los niños. Cuántas veces todo el dolor que vemos arraiga en experiencias de abuso y maltrato en la infancia... Evitarlas sin duda sería la verdadera prevención en salud mental. Un abrazo.
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