sábado, 23 de febrero de 2019

Anatomía de una terapia de grupo

Un círculo de sillas y sillones aguardan a quien los ocupe, como dice uno de los miembros del grupo: "para promover la puntualidad".

Nos sentamos. Va a comenzar la sesión de terapia de grupo. Todas las semanas, durante hora y media, varias personas se reúnen para pensar en común, aprender y traer cambios que mejoren sus vidas.

Fuente: elaboración propia.
El grupo lleva 3 años funcionando. Lentamente, su composición se renueva. A veces, aunque menos que al principio, se produce algún silencio. En esos momentos de reflexión las personas que llevan menos tiempo viniendo suelen buscar la seguridad en la figura del profesional que les ha invitado a participar.

Pero el terapeuta tiene en el grupo un papel diferente al de las sesiones individuales. En el grupo le corresponde participar de manera más discreta. Se encargará entre otras cosas de cuidar la herramienta, el grupo en sí mismo, para que los miembros puedan sacar provecho de ella.

Esto al principio puede descolocar. Parecería lógico esperar que el terapeuta, "en tanto que profesional" les dé por fin las pautas y herramientas que necesitan, consejos o interpretaciones fruto de su conocimiento y experiencia.

Pero cuando uno se incorpora a un grupo lo hace para ir más allá de la acumulación racional de información. Las personas que se incorporan a las sesiones suelen tener ya experiencia en cuanto a terapias individuales. Suelen saber bien por qué sufren, pero tocan techo a la hora de alumbrar cambios.

El grupo es un buen lugar para aprender, pero de una forma más natural. Más parecida a cómo aprendemos en un gimnasio, en un laboratorio o un escenario teatral: experimentando, reflexionando, reajustando. En el grupo el foco del aprendizaje lo ponemos en cómo nos relacionamos con nosotros mismos y los demás, lo cual está en la base de la mayoría de problemas que tratamos los especialistas de la salud mental.


Pero, ¿cómo empezar?

Una buena forma de comenzar puede ser presentarse. Aunque seamos creativos al hacerlo es buena idea compartir qué hemos venido a hacer aquí. Cuál es la tarea que tenemos entre manos.

No es algo evidente, aunque todos coincidan en que "quieren estar mejor", o "desean sufrir menos". Es fácil coincidir cuando las frases son generales, desdibujadas. Pero cada uno tendrá que ir entrando en detalle para saber cuál es su tarea en el grupo, y cómo se trabaja dentro de éste.

Suelo ofrecer a los recién llegados un "kit básico" de tres palabras con las que empezar a trabajar. Estas palabras son: Dificultad, Resonancia y Feedback.


Ilustr. Jon Tyson, vía Unsplah
Dificultad: uno habla desde su experiencia de algo que le cuesta, le hace sufrir o no acaba de entender.

Resonancia: los demás, inevitablemente, sienten cosas con respecto a la dificultad que se ha expuesto. Desde sentirse plenamente identificado hasta percibirse indiferente o confundido.

Feedback: los demás pueden compartir lo que han sentido o qué aspectos de su propia historia han resonado con lo que se dijo.

A trabajar en el grupo se aprende sobre la marcha, con lo que estas 3 guías pueden ser abandonadas en su literalidad una vez que han sido incorporadas intuitivamente en la práctica. Con esto tenemos los rudimentos de estar en un grupo. Poco a poco iremos hablando y viendo más claro cómo funciona el asunto.

Aún así hay unos lemas que suelo recordar, como avisos a navegantes que reaparecen de cuando en cuando.

El primero: "el grupo es vuestro". No hay temas buenos ni malos para hablar. Podemos hablar de lo que sea, ya que el objetivo está en aprender de lo que sucede mientras hablamos. Por lo tanto el contenido de la sesión depende de sus integrantes, y suya es la responsabilidad de que se profundice o no en los asuntos que les atañen.

El segundo: "quien aporta recibe". Se puede estar de muchas maneras en el grupo, y se aprende también desde la escucha, desde la observación. Sin embargo, es innegable que quien habla arriesga. Uno se expone ante los demás, o tal vez remueve al hablar un tema incómodo. A cambio seguramente obtendrá un mayor retorno.

El tercero: "el pasado es informativo, el presente productivo." Hablar de nuestra historia puede aportar mucha luz a lo que nos sucede en el presente, ya que sin duda encontraremos pautas que se repiten y será más fácil darles sentido. Pero no es necesario hablar del pasado para aprender. En el presente de las sesiones nos encontraremos las mismas dificultades que nos hacen sufrir y nos han traído al grupo. Ante la duda, lo mejor es poder compartir en un momento determinado cómo se está sintiendo uno en la sesión.


Pero, ¿interviene el terapeuta en algún momento?

Interviene, pero de otra manera. Observa con atención, y cuando hace falta perspectiva comenta lo que ve. Lee e interpreta la situación. Señala cómo se están relacionando los integrantes. Cómo el grupo se está relacionando con la propia tarea que les trajo a él en primer lugar. Pide aclaraciones. Propone otras posibilidades donde todo parece acotado. Desafía el sentido común.

En algunos momentos rescata cosas que se dijeron durante la sesión o la precedente. Son aportaciones que vale la pena subrayar para darles una vuelta, o que representan una situación compartida por varios miembros del grupo o por el grupo en su totalidad: algunos los llaman emergentes.

Personalmente, me gusta terminar los grupos con una recapitulación de lo que ha ido surgiendo, y de cómo hemos hablado entre nosotros. Ofrezco algunas de mis ocurrencias y las pongo a disposición de los miembros para que sigan pensando. Por lo menos ahora es así como lo hago. No sé si durará. A lo largo de estos 3 años yo también he ido cambiando.

Ilustr: Jeremy Perkins, vía Unsplash

Si deseas conocer más en profundidad la experiencia de asistir a una terapia de grupo te invito a leer el resto de entradas que hemos ido publicando acerca de la psicoterapia de grupo. También te recomiendo la estupenda novela de Irvin Yalom titulada "La cura Schopenhauer".

@JCamiloVazquez

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